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"Nabucco" refinado y artístico

La producción de la Ópera de Oviedo, que llenó el Jovellanos, demostró con sobriedad y buen gusto el poderío de la obra de Verdi

Público en los minutos previos al inicio de la ópera. MARCOS LEÓN

La ópera "Nabucco", de Verdi, producción de la Ópera de Oviedo, llenó anoche el teatro Jovellanos. La sesión tenía el atractivo suplementario de llevar la firma de Emilio Sagi como director de escena. Un señor que es todo un lujo. Su sello personal ya se advertía nada más poner el pie en el teatro ante la originalidad del telón, trasparente y rematado con una profusión de borlas y flecos. Y no decayó ni la sobriedad ni el buen gusto en todo el desarrollo. El ambiente de este "Nabucco" podría calificarse de contemporáneo, a la vista del vestuario del pueblo hebreo; la historia es terca, su problemática es perfectamente asumible al día de hoy, basta con volver la mirada al pueblo sirio. Los babilonios, por el contrario llevan ricas túnicas, de manera que el contraste lejos de resultar una extravagancia tiene su mensaje: el pueblo hebreo era humilde, pobre y oprimido por las fuerzas del poder y la tiranía del dinero.

Tras la larga y sensacional obertura en que los hebreos oran ante el templo, se alza el peculiar telón hasta la mitad, con el propósito de que hombres y mujeres se alternen en sus oraciones. En "Nabucco" el coro tiene el mayor protagonismo, y su expresividad no decae, sino que ofrece momentos de gran belleza. Es un gran coro. En cuanto a los protagonistas no son los mismos que realizaron la obra en Oviedo, pero la circunstancia no debe significar desdoro, sino azar y suerte. Nunca se sabe... Las voces de ayer eran todas buenas, y de manera muy espacial las femeninas.

Comenzó Zaccaría por sorprendernos, con la impresionante voz de bajo de Ernesto Morillo. El tenor que representa a Ismaele, Enrique Ferrer, estuvo algo flojo al principio, pero, ah caramba, pasados unos minutos, resurgió. Su voz parecía otra, plena y segura. Nabucco, a cargo del barítono Damiano Salermo, muy bien. Sorprendente la soprano Maribel Ortega, en el papel de la malvada Abigaille, dotada de una escala tan amplia muy poco frecuente. Y estupenda Maria Luisa Corbacho encarnando a la hija de Nabucco, Fanena. Juntos, Abigaille, Fanena Ismaele, ofrecieron pasajes de emocionada belleza.

Todos los valores escénicos de esta obra son refinados y artísticos. El concepto del templo es elocuente y grandioso dentro de su sencillez. El trono de Nabucco es precioso. Hay detalles sorprendentes, como la sombra del sacerdote en la pared gris plata del tremplo mientras los hebreos oran. Y espectacular la caída de piedras del cielo que abaten la soberbia de Nabucco, dando con su cuerpo en tierra. Era esperado el canto de "Va pensiero". El coro, sencillamente lo bordó, llenando de emociones la sala. Sin duda, ha sido una magnifica sesión de ópera.

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