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Gijón en el retrovisor

Luis Adaro y Magro fundó el primer equipo de fútbol de Asturias

Gallegos, vascos y catalanes nos arrollaban con abultadas goleadas, sin el más mínimo respeto a nuestras raíces

Uno de los primeros partidos en El Molinón.

Aquellos primeros jóvenes atletas del once local lo eran, pero menos. Llegaban de Oxford y de Cambridge con sus diplomas debajo del brazo, sus recortados mostachos, su pelo engominado, sus chalecos, sus viseras, sus corbatas "made in London" dispuestos a arrasar y a sus jóvenes doncellas se les iban y venían los colores al cruzarse con el señorito. Puede que de todo aquello naciesen muchas esperanzas porque el siglo XX acababa de empezar: Freud publicaba sus teorías sobre la vida sexual; Rosario Acuña deslumbraba con su progresismo librepensador a todos los niveles en su casa de "La Providencia"; Paul Ehrlich descubría el "Salvarsán", que tan importante papel jugaría en la lucha contra la sífilis; Marconi realizaba la primera transmisión sin hilos que iba a ser fundamental para la retransmisión de los partidos de fútbol; los esposos Curie descubrían la radiactividad; Max Planck asombraba al mundo civilizado con la teoría cuántica; y, Gran Bretaña, ¡cómo no!, todavía continuaba con su afán expansionista, sin apercibirse todavía de las posibilidades del "football" como arma política para distraer y obsesionar a las masas. Eso, claro, lo descubrirían los españoles al sufrirlo en sus propias carnes, orejas y visuales, unos años más tarde.

Luis Adaro y Magro fundó el primer club de fútbol de Asturias. Nada le era ajeno al emprendedor empresario Luis Adaro y Magro. La creación de la Unión Hullera y Metalúrgica de Asturias supuso todo un antecedente de los seguros sociales. Él fue quien estableció los anticipos, la participación del personal en los beneficios, un servicio de biblioteca para los trabajadores y un hospital. Buena prueba de ello es que, al frente de una banca que estimulaba a la sociedad y que no cerraba el grifo, también fue consciente de la necesidad de facilitar los apoyos financieros precisos para las diversiones de las nuevas generaciones. Así que Luis Adaro y Magro advirtió que se abrían nuevas perspectivas de ocio y de negocio por lo que fundó el primer club de fútbol de Asturias en 1903, el "Sport Club", del que fue entrenador y portero su hijo Luis Adaro y Porcel.

En la playa, un histórico punto de encuentro para todos los gijoneses, se jugaron los primeros partidos de "football". Aquel espectáculo -por lo original de sus reglas y vestimentas- caló muy hondo entre aquellos primeros hinchas que quedaron verdaderamente epatados ante las carreras, remates y demás filigranas de nombres extraños que los recién graduados hacían con un objeto de cuero tan redondo como un mundo, que luego se bautizaría con el nombre de balón. De lo que se trataba, en verdad, no era de desarrollar músculos, ni de quemar toxinas, sino de impresionar.

La "Escuela del Muro" existió antes de la de Mareo -que hizo realidad mi inolvidable amigo Ángel Viejo y Feliú- con fisgones y criticones desde las barandillas, que crearon la demoledora definición de "jugadorín de playa" para quienes no levantaban la cabeza y evitaban pasar el balón a un compañero mejor colocado para rematar a puerta "chupando" excesivamente del balón.

Tres años después, aquel otro "Juan Palomo" que era Anselmo López -presidente, capitán y cronista deportivo, fiel promotor de esa máxima de que cantar y hacer deporte dignifica al hombre- lograba la unión con amigos de inequívocos apellidos de familias de Gijón de toda la vida -Bernaldo de Quirós, Sordo, Pardo Botella, Riera y Argüelles- para fundar el Sporting Gijonés. Lo de "Real" no lo conseguirían hasta algunos años después, gracias a los buenos oficios del marqués de Torrecilla.

Se iniciaba también por aquellos tiempos la revolución en Rusia y como Einstein acababa de publicar su teoría de la relatividad, lo del fútbol no cayó bien entre las masas proletarias marxistas -¡saludos, Groucho!- que insultaban y ridiculizaban a aquellos jóvenes de las llamadas familias bien que, cuando estaban ociosos, se vestían de corto para correr detrás de un balón y darse patadas para su posesión. Los traumatólogos tuvieron, a partir de entonces, más trabajo y eso también redundó en el perfeccionamiento de las técnicas quirúrgicas.

El alcalde Joaquín Menchaca cedió un terreno no muy apto para la práctica del fútbol. A pesar de las mofas populares, la oligarquía local siempre vio con buenos ojos las andanzas deportivas de sus retoños y el alcalde Joaquín Menchaca Salgado hasta les cedió el terreno de "La Matona", en La Guía, donde las críticas se oían menos, pero sin ser unos Branko Zebec comprendieron que aquella finca no reunía las mínimas condiciones para la práctica del "football". Así que, ni cortos ni perezosos, con el arma de la nostalgia convencieron al inglés apellidado Rimmel, quien tenía un molino de maíz, para que les dejara el prado colindante, sobre el que hoy se asienta El Molinón.

Nómadas en busca de un paraíso para la práctica del fútbol, tras atravesar el purgatorio de la playa y el infierno del Humedal, habían llegado al cielo para convertir aquellos metros cuadrados a la vera del río Piles -todavía sin contaminar- en un símbolo de la vida gijonesa.

En El Molinón comenzaba ya entonces la lucha de las nacionalidades -tan denostadas políticamente por Antonio García-Trevijano y Torcuato Fernández-Miranda, quien votó en la Constitución en contra de ellas- al machacarnos en casa y con abultadas goleadas por parte de los gallegos, vascos y catalanes, sin el mínimo respeto a nuestras verdaderas raíces históricas. Por ello fue preciso tragar saliva, comprender y asimilar que la buena voluntad de poco servía y que éramos, lisa y llanamente, un "equipín p'andar por casa".

La mala forma física de los jugadores era la causa de los descalabros en el marcador. Era el tiempo en que Marcel Proust escribía "En busca del tiempo perdido" y Oswald Spengler daba a conocer sus teorías sobre "La decadencia de Occidente". Inspirado, sin lugar a dudas, en tan trascendentales aportaciones intelectuales al mundo del conocimiento y de la existencia, el cronista Trensor publicaba en las páginas de "El Comercio" un explosivo artículo también titulado "La decadencia del fútbol". Señoras y señores: era ya la crisis. Trensor, sin remilgos, no se cortaba para hacer un lúcido análisis sobre la situación del Sporting, al culpar directamente a los jugadores de los descalabros del marcador por su mala forma física. Pepito Rodríguez no quería entrenarse los domingos -años más tarde, Sánchez aportaría a la filosofía hedonista aquello de que para correr con fuerza y meter goles no había mejor receta que comer antes una buena fabada- y la falta de disciplina era algo que se echaba de menos.

Perdió en su campo el Oviedo con el Sporting (0-17). No sólo caían en desgracia los Soto, Riera, Villaverde, Felgueroso y Argüelles, sino que también moría Pancho Villa -quien se parecía a ellos en los mostachos- y se ejecutaba por el método de la guillotina a Landrú. Miguel Primo de Rivera imponía su dictadura y el entrenador del Sporting, la suya. De algo sirvió porque el Oviedo perdería en su campo (0-17) con el Sporting, con lo que el trofeo de El Carbayón se venía -con gran dolor de corazón para su patrocinador, el marqués de Aledo- para las vitrinas rojiblancas. Adolf Hitler publicó por aquel entonces "Mi lucha". La historia no miente y las hemerotecas son implacables.

Así que ahora toca de nuevo hacer sonar los clarines de la victoria para espabilar y no volver a perder la "Categoría de Oro" que es el mayor deseo que se siente y se presiente veintiocho kilómetros al sur de El Molinón. Ardua tarea es la de ganar partidos cuando, obviamente, muy pocas veces se tira a puerta por muchos penaltis que, además, no nos piten. De nada vale aquello que decía un animoso popular locutor: perdemos dos cero, pero seguimos dominando.

¡Aúpa, Sporting!

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