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Radicales campañas contra la educación de las mujeres porque perdían su frescura

La decadencia de la idiosincrasia sociológica se achacaba a la plaza de toros Los "Polvos Colza" para paliar los efectos del alcohol

La plaza de toros era la causa de la pérdida de los valores tradicionales gijoneses.

Mientras los automóviles ya lograban circular a treinta kilómetros por hora Marinetti provocaba a los inmovilistas al afirmar que un automóvil de carrera es más hermoso que la "Victoria de Samotracia", una ola chauvinista asolaba la ciudad desde las páginas de "El Comercio", al denunciar que Gijón iba perdiendo su antigua y peculiar idiosincrasia. Francisco Suárez Acebal se lamentaba de que "no supimos imponernos a lo venido de fuera y las familias gijonesas que residen en la Corte retornan dominadas de un atroz madrileñismo y se avergüenzan de compartir con los propios paisanos, sencillos y ordinarios. Estamos conquistados, hecho innegable y doloroso?Sólo quienes nacen sobre un mismo suelo pueden velar por la pureza de las costumbres, el desarrollo de la actividad, el bienestar y el prestigio del pueblo que los acogió cuando vinieron al mundo. Sólo ellos poseen homogeneidad de ideas, sentimientos y aspiraciones para, encauzando actividades e inteligencia, seguir la recta vía del progreso dentro del carácter y la seriedad tradicionales, típicos y castizos que evitan serviles y vergonzosas imitaciones. Notoria es la general depresión del espíritu genuinamente gijonés, no menos evidente parece la crisis moral de gran parte de la juventud obrera de este ahora indefinido pueblo. Parece mentira que la fatuidad y manía de imitar cause tamaños estragos en el carácter de un pueblo viril".

La raíz de toda aquella decadencia sociológica gijonesa, la justificaba intelectualmente Francisco Suárez Acebal -en este artículo publicado en "El Comercio" el 18 de agosto de 1905- con una inapelable sentencia: "Hay que acabar con una plaga que se inició cuando pusieron la primera piedra de la plaza de toros de Gijón".

La realidad siempre supera a la ficción.

Una férrea oposición contra la educación de las mujeres. En aquel estricto ambiente retrógrado alguien agazapado detrás del seudónimo de "Santiago Ibero" publicaba en el mismo diario un reaccionario artículo: "La educación femenina tiene este solo principio: la familia. ¿Para qué necesita la mujer saber otra cosa? ¿Hay nada más antipático que una bachillera? ¿Puede soportarse una señorita que a todas horas hable de contabilidad, de don Alfonso el Sabio, de derecho romano, de disecciones, de física, de matemáticas e historia? Lo importante: ¿Conjuga bien el verbo amar? ¿Es cariñosa? ¿Economiza? ¿Cuenta una peseta en perras sin equivocarse? ¿Barre, cose, lava, plancha y gobierna una casa? Basta y sobra. Hasta se le pueden perdonar errores ortográficos. Sólo como adorno admito se le enseñe piano, baile y canto y se le imprima cierto barniz cultural, pero sin extremar no se le indigeste la ciencia. Una chica entabló conmigo polémica sobre la muerte de Luis XVI y su esposa Ana Bolena; otra me espetó que los sonetos debían seguir las reglas del sistema métrico decimal. Por supuesto que las pobres pasan las de Caín para llegar a la Vicaría. No a todas les sopla la fortuna y cuanto más enamoradas, más calvario. Entregan su corazón confiando en la honradez de los hombres y concluyen rezando el rosario entre lánguidos suspiros. Antes que el sueño quede en duelo sáquese energía, carácter, resolución y evítese que el novio se haga el sordo. No vaya a transcurrir el tiempo y quede marchito la mayor dote de toda mujer: su frescura".

En Berlín se acababa de celebrar el "Congreso Internacional de las Sociedades de Mujeres" que contaban ya por entonces con cinco millones de asociadas, pero el diario "El Comercio" negaba la mayor al poner en duda lo que "afirman algunos clarividentes profetas contemporáneos: la verdadera evolución social la realizará el feminismo triunfante".

Tampoco tiene desperdicio alguno el artículo publicado el 14 de febrero de 1905 en el mismo diario -en aquellos tiempos en que Pepín Fernández todavía no ha había importado desde "El Encanto" de La Habana, la allí tradicional celebración del "Día de los Enamorados"- ya que reivindicaba más feminismo, debido a que el hombre, absorbente y egoísta, se había apoderado de labores que debieran ser de exclusivo dominio femenino, en las guanteras, establecimientos de sedas, perfumería, dulces y confituras, baratijas y artículos de fantasía. "Es ridículo ver a barbudos Holofernes del comercio, rodeados de gasas, muselinas y encajes haciendo lazos muy monos con cintitas de seda para empaquetar el género. Expúlsese a los horteras sonrientes de pelo rizado y mejillas rubicundas que esperan melosamente detrás del mostrador la llegada de alguna parroquiana. No sé qué es peor, mirar entre raso y flores a barbudos de olor macho o a seráficos jóvenes exudando violeta. Y como si fuese poco lo acaparado por miles de ejemplares del sexo feo, salimos a última hora con la novedad de los melifluos modistos".

Los recursos farmacéuticos contra las enfermedades. Se desconocen las razones por las que padecían tanto los cuerpos de los gijoneses con la alimentación de entonces, pero los anuncios abundaban en los periódicos con recursos como el vitalizador eléctrico del doctor Wilson, de Londres, para dar fuerza y salud a los débiles; el vino de "Pepetona Carillón", un reconstituyente bueno para la languidez y la anemia; los comprimidos de Escobar López para los intestinos y las píldoras Pink evitaban que las enfermedades destruyesen la belleza de las mujeres, ya que se advertía que los males del estómago hacen sufrir y por tanto aceleran el envejecimiento. La "Solución Pautauberge Reconstituyente" era recomendada para los tuberculosos y el depurativo "Richelet" para curar todos los dolores.

Y a la hora de atender los problemas de salud -en plena epidemia de tifus que asolaba a los urbanitas- los gijoneses curaban su dolencia con "Polvos Calber" -"para vivir largos años"-, "Vigorosina Aguirre" -"cura tuberculosis y catarros crónicos con la fórmula a base de Arrhenal, Nuciclina, Thiocol y "Bálsamo Tolú", de venta en la Droguería Cantábrica por cinco pesetas"- además de los recomendados polvos antisépticos Calber, Apiolina para regularizar los flujos menstruales, las píldoras Pink contra el abatimiento, la emulsión Scott para superar la debilidad y el tónico nutritivo "Vino Pinedo", a base de un compuesto de cola, antes de que fuese inventada la "Coca-Cola".

La campaña antialcohólica de la "Droguería Cantábrica". Las afamadas "Bodegas Bilbaínas" ya habían logrado colocar su mejor vino de mesa en los principales hoteles, fondas, cafés y tiendas, desde su sucursal en el número 83 de la calle Corrida. Quienes recurrían a otro tipo de bebidas espirituosas se les advertía en una de las primeras campañas antialcohólicas conocidas: "No bebas más. Este vicio es una ruina". Quien desarrolló aquella campaña fue la "Droguería Cantábrica" que regalaba muestras gratuitas de "Polvos Colza" asegurando que "para curar la pasión por las bebidas embriagadoras, los esclavos de la bebida puedan ser liberados de este vicio, aún contra su voluntad".

No obstante, quien era receptivo a la calidad de los buenos aceites podía disfrutar de sus sabores. En aquellos tiempos nadie cocinaba con grasas, tan en boga ahora por parte de algunos hosteleros desalmados, ya que había en Gijón aceite puro de "Oliva Betis" y "La Giralda" que fabricaban los Luca de Tena que se podían comprar en la tienda de Luis Piñole. Y, por si acaso, a pesar de todo, se comía lo que no se debía, la leche condensada "La Lechera" se anunciaba que ahuyentaba todo peligro de adulteraciones e impurezas que pudiesen ser ingeridas con los alimentos.

La verdad es que no debía de ser nada fácil llevar una vida de asceta en aquellos tiempos marchosos en los que en el "Café Colón" se podía asistir al espectáculo de la provocativa cupletista Carlota Castro y tomarse una botella de sidra por 15 céntimos de peseta; mientras que, por si fuera poco en tan lujurioso ambiente, en el "Teatro Jovellanos", la bailarina "La Olivares" armaba la tremolina entre el personal al cometer la osadía de salir al escenario con una ceñidas mallas.

La imaginación, al poder.

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