La Semana Santa gijonesa concluyó ayer, en mañana radiante, con la emotiva procesión de la Resurrección de Cristo. Atrás habían quedado los sufrimientos del Señor, sus penas y soledades; el frió y la lluvia, para coronarlo todo con la fiesta más grande del cristianismo. El eco de los primeros tambores procedía de Cimadevilla, cuando ya la multitud se había congregado en los aledaños del Campo Valdés. La espera, en esta oportunidad tenía el color del júbilo. Asomaron desde las cercanías de la plazuela de Jovellanos los cofrades de la Santa Misericordia acompañando a la Virgen de la Alegría. La precedían el grupo de manolas ataviadas de mantillas blancas. Un poco más atrás, San Pedro arrodillado, venía a hombros de la Santa Vera Cruz. Se hizo una parada.

El paso de Jesús Resucitado, procedente de la Basílica del Sagrado Corazón, y escoltado por la cofradía del Santo Sepulcro hizo su aparición, al mismo tiempo que las lágrimas de los devotos. Se iba a vivir la representación de un momento cumbre en la historia de la Iglesia: el encuentro de María con su hijo resucitado. De aquel inmenso dolor derivaba esto, el consuelo de ver a Jesús en la realidad de Dios, como una confirmación universal de fe y esperanza.

Avanzó María... Nos imaginamos sus brazos abiertos, sus prisas por estrecharlo. La voz de Álvaro Iglesias, rector de la Basílica del Sagrado Corazón, proclamó tres veces: "Quita María ese manto y revístete de galas, / que viene resplandeciente el que por muerto llorabas". Cayeron los lutos de María. Su imagen se arrodilló tres veces, mientras la Banda de Gaitas de Gijón interpretaba el Himno Nacional. San Pedro hizo lo mismo. El Hermano Mayor de las tres cofradías penitenciales, Ignacio Alvargonzález gritó: ¡Descubrirse! Todas las identidades quedaron a la luz del sol, los héroes anónimos adquirían nombres y apellidos, eran nuestros amigos, la buena gente de Gijón, sufrida y generosa. Un inmenso agradecimiento por ayudarnos a vivir la Semana Santa con piedad y fe, latía en nuestros corazones. Prueba de ello es que la multitud prorrumpió en aplausos. Como final juntos cantamos "Salve regina" y "Regina coeli laetare, aleluya".

Todos, cofrades y fieles se dirigieron a la iglesia de San Pedro para asistir a la misa solemne de Resurrección, oficiada por su párroco, Javier Gómez Cuesta. Su homilía fue un canto de alegría y una llamada a la misericordia. "La vida no está perdida; está salvada", dijo, y añadió, "La Resurrección es la gran sorpresa de la Historia." "Dios quiera que penetre en nosotros la luz de esta verdad, para que seamos testigos activos y comprometidos. Feliz Pascua de Resurrección."