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ALBERTO VIGIL-ESCALERA | Empresario, químico y galerista

"Jamás en mi vida me rechazó un pintor, por famoso que fuese"

"Hay que entender la galería desde el punto de vista artístico y empresarial, pero para que vaya bien debemos arriesgar"

Alberto Vigil-Escalera, ayer, en la sala Propuestas, con parte del fondo de su galería. MARCOS LEÓN

Son casi treinta y cinco años de una pasión compartida. Alberto Vigil-Escalera Balbona (Langreo, 1936) cerrará el próximo jueves las puertas de Propuestas. Es, junto con la ya clausurada sala Van Dyck, una de las dos galerías que regentó discretamente desde una sociedad familiar. Licenciado en Químicas, fue director durante cuatro décadas de Metalúrgica del Nalón. Dirigió también Aguinaco, en Mieres, donde fue profesor en la Academia Lastra y el instituto Bernaldo de Quirós. Él se siente un empresario, un emprendedor.

-¿Cuál es el sentimiento al decir adiós a la galería?

-Aunque mi mujer Angelines murió hace un año, no puedo separar un hecho y otro. Fue ella, langreana como yo pero que había vivido en Valencia, quien me motivó. Compartíamos la misma afición al arte, que a mí me venía de mis padres. Cuando nuestros hijos fueron mayores nos plateamos montar una galería, pero yo desconocía, como empresario, cuál era la situación del sector en Asturias. Y, entonces, se me ocurrió iniciar una galería en nuestra propia casa, algo que le pareció muy bien a Angelines. Era una sala piloto con la intención de darnos a nosotros mismos tiempo para calibrar la situación y ver si existía un hueco para nosotros en el mundo del arte.

-¿Cómo fue aquella primera experiencia?

-Aquel planteamiento lo desarrollamos en Ezcurdia, número 40, frente al mar. Allí empezamos a ver cómo estaba el mercado del arte. Y, también, a publicitar el piso para que la gente pudiera subir y ver lo que ofrecíamos. Lo cierto es que respondieron positivamente y muy rápido amigos y críticos. Todos nos dieron la posibilidad de profundizar mucho más en aquel mundo.

-¿Qué tipo de exposiciones hacían?

-Eran colectivas, no monográficas. Y apostábamos ya por una línea ecléctica, clásicos y los actuales de entonces. Fue algo muy bonito. La que llevaba todo aquello era fundamentalmente Angelines y yo le dedicaba, por mis ocupaciones, unas horas. Por allí paraban Kiker, Basterrechea o Ramos, el grupo de pintores, y escritores como Luciano Castañón o Víctor Alperi, que hacían crítica. Decidimos dar un paso más y elegimos un local de la calle Menéndez Valdés. Pensábamos que, para no molestar al resto de las galerías, no tocaríamos demasiado a los artistas asturianos y, siendo ya sala Van Dyck, en junio de 1984, poner más la atención en pintores de fuera, nacionales e internacionales. Inauguramos con Piñole y Basterrechea. Enriqueta Piñole era muy amiga nuestra.

-¿La situación del mercado del arte en Asturias era buena?

-Sí, sí lo era. Estaba Tioda, una referencia; Cornión dejaba ver ya la línea posterior, y estaba Bellas Artes. En Menéndez Valdés, antes que la nuestra, hubo una galería muy buena, pero sólo duró un año. Después de la exposición inaugural, colgamos ya obra de un pintor valenciano, José Lull, que gustó mucho. Después ya vino Lluís Roura, Ribas...

-Por Van Dyck pasaron también grandes figuras del informalismo español...

-Fue consecuencia de la evolución de la galería. Hay que entender la galería desde el punto de vista artístico y empresarial. Para que la sala vaya bien hay que arriesgar; el empresario que no arriesga es mejor que se quede en casa. Debes dar seguridad al artista, que está en buenas manos. Y eso hay que transmitirlo con entrevistas personales, que vean que conoces su obra. Y hay que darles, claro, una solvencia económica, ofrecerles seguridades. Recuerdo traer en mi coche a Purón Sotres, Ruperto Caravia y Paulino Vicente, y sus debates tan bonitos. También fue interesante cuando convencimos a Luis Pardo de que no tenía a derecho a dejar su pintura en un cuarto entre ratones. Restauramos su obra y lo incorporamos junto a los maestros asturianos. Él había prometido no exponer en Gijón en cincuenta años, pero se le iluminó la cara cuando vio el éxito y las buenas críticas.

-¿Qué cualidades ha de tener un buen galerista?

-Son opiniones, claro. Lo primero, un gran amor al arte. Y lo segundo, saber que vas a arriesgar. Los artistas ponen en tus manos la confianza y el trabajo de muchos meses, así que tenemos la obligación de responder. El galerista ha de tener interiorizado el concepto empresarial de riesgo. Y que cuando cobras, hay que pagar rápidamente al artista. Esa seriedad es lo que te permite traer a grandes artistas como Feito o Canogar. Jamás me rechazó un pintor, por famoso que fuese.

-¿La galería de arte como servicio cultural público?

-Sí, también. He procurado cumplir siempre esa función. Es como el profesor que recoge conocimientos y luego los transmite. Como éramos una sala ecléctica, pues eso nos permitió hacer mucha tarea didáctica. No se puede imaginar la cantidad de gente que en estos días, al saber que cerramos las puertas, nos ha llamado o nos ha mandado correos electrónicos. Creo que hemos hecho una siembra.

-¿Qué influyó en la decisión del cierre?

-Es consecuencia de varios factores: el fallecimiento de mi mujer, además de mi edad y la del resto de socios de la galería. Y segundo, que mi hija Aurora ha buscado su propio camino, de manera independiente. Creo que está muy preparada, puede navegar sola y llevar el testigo con mucha dignidad.

-¿Cómo ve la sala de su hija, Aurora Vigil-Escalera?

-Mis otros dos hijos son abogados, mientras que María Aurora se formó en Van Dyck, donde empezó con diecisiete años. Cuando su madre enfermó, cogió el relevo como directora. Quizás nos costó comprender que quisiera seguir su camino de manera independiente, pero lo entiendo y me ha demostrado que tiene vocación y que es emprendedora. Ha pasado de una empresa familiar a dirigir una propia y bajo su criterio. Lo veo muy bien. No sólo ella es una continuidad de Van Dyck. Si examinamos nuestra trayectoria, pues hay tres galeristas en la ciudad que salieron de ahí: María Aurora, Beatriz (Bea Villamarín) y Gema Llamazares, que empezaron con nosotros.Y de aquí, de Propuestas, donde tuvimos taller de molduras, salió otra empresa que se llama Ábaco.

-¿Cómo ve la floración de galerías a las que asiste Gijón en los últimos años?

-Hay una floración de muchas cosas. Yo pediría un poco de cautela, que antes de abrir hagan estudios de mercado, como hicimos nosotros. Se abren muchos negocios por la necesidad de buscar un puesto de trabajo. Las galerías de arte tienen que defenderse desde la austeridad, la selección artística y la participación en ferias nacionales e internacionales. Hay que salir fuera.

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