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Vicente pelayo entrialgo | Empresario, hermano del pintor Orlando Pelayo

"A Orlando Pelayo le faltó una vida, la que tendría que haber vivido en Asturias"

"El Gobierno galo ofreció varias veces la nacionalidad a mi hermano, pero la rechazó; pese a ello le concedieron la máxima distinción de las Artes"

"A Orlando Pelayo le faltó una vida, la que tendría que haber vivido en Asturias"

Cuando el ayer de Vicente Pelayo parecía asentado en la placidez de los recuerdos, todo se removió al recibir del Ayuntamiento de Monesterio (Badajoz) un amplio dossier elaborado por un periodista local, Baldomero Calderón, referente a los méritos de sus progenitores, Vicente Pelayo y Sofía Entrialgo, ambos maestros en dicha localidad durante nueve años. El documento venía acompañado de una solicitud a dicho Ayuntamiento para que se le rinda un homenaje póstumo al matrimonio, así como a su hijo, el insigne pintor Orlando Pelayo, por haber pasado buena parte de su infancia en Monesterio.

-¿Cuándo recibió usted dicha noticia?

-Hace una semana. Mi sorpresa fue mayúscula, y mi emoción incontenible. Ver las vidas de mis padres y de mi hermano reflejadas con tantos detalles, documentos y fotografías... Yo mismo nací en Monesterio, así como mis hermanos Gonzalo y Óscar.

Vicente Pelayo es un hombre que pese a sus 91 años conserva íntegramente su lucidez y su memoria. Es serio y riguroso. Reconoce tener buen carácter y poca paciencia. Está casado con Rosa Llorca y tiene tres hijos.

-¿Dígame, qué llevó a sus padres a Monesterio?

-Su idealismo. Sabían que Extremadura era una de las zonas que sufrían más carencias educativas, y eligieron un pueblo de la baja Extremadura, el último de la Ruta de la Plata en dirección a Sevilla. Mi padre era manchego y había venido a estudiar a Oviedo. Conoció a mi madre, gijonesa, se casaron y en 1920 nació Orlando, en la calle Linares Rivas, una casa que aún existe. Entonces se podía elegir destino y al año siguiente se trasladaron a Extremadura. Yo soy el tercero de cinco hermanos, y nací en Monesterio, en 1925.

-¿Cómo fue su infancia allí?

-Normal, hasta que estalló la guerra, y a partir de ahí un desastre. En 1936 vivíamos en Villarrobledo, donde nació muestra única hermana, y al acabar la contienda volvimos a Gijón, sin nada, hasta que sobrevino la tragedia. Mis padres eran republicanos, alguien denunció a mi madre, vinieron por ella y la llevaron a la cárcel de Albacete, donde permaneció dos años. Era una santa. Una vez liberada, volvió a Gijón, pero suspendida de empleo y sueldo durante catorce años.

-¿Dónde estaba su padre?

-Pudo huir junto a Orlando a Orán, en un barco inglés que zarpó del puerto de Alicante. Iba cargado de republicanos, pese a llevar carbón. En Orán, después de múltiples penalidades, fueron llevados a un campo de concentración y sometidos a trabajos durísimos. Cuando los liberaron, mi padre tenía una salud tan precaria que falleció en 1946, en Orán, a los 52 años. Mientras, mi madre vivía malamente dando clases particulares en Gijón. Orlando, que ya tenía más de 20 años, se ganaba la vida con sus dibujos y dando clases de francés a los refugiados españoles.

-¿Y usted qué hacía en Gijón?

-Entré de pinche en un taller, fui progresando y a los 34 años me emancipé. Me fue bien. Conseguí tener una buena empresa de frío industrial que hoy dirigen mis hijos.

-¿Dónde estaba Orlando?

-De Orán se trasladó a París. No conocía Gijón pese a nacer aquí; se fue con un año. Me costó convencerle para que viniera, aún tenía miedo. Por fin, en 1967 fui a buscarlo a Irún.

-Imagino cómo sería el encuentro, sobre todo con su madre...

-Algo inolvidable. Mi madre, una vez cumplidos los catorce años de castigo, pudo reintegrarse a la enseñanza, pero la enviaron a una aldea de Albacete en la que permaneció cinco años. Luego consiguió que la trasladaran a Laviana, hasta su jubilación. Falleció en 1979.

-¿Orlando ya había alcanzado la gloria en París?

-Totalmente. Tenía un montón de galardones, era amigo a Albert Camus, de Rafael Alberti, de Jean Grenier, de Dalí, entre otros; Piñole lo visitó en París. El Gobierno galo le había ofrecido en varias ocasiones la nacionalidad francesa, que rechazó: él era asturiano. Pese a ello, entre sus múltiples reconocimientos fue nombrado Oficial de la Orden de las Artes y las Letras del Estado Francés, la máxima distinción que se concede a los artistas.

-¿Estaba soltero entonces?

-Sí, pero tenía una hija, Susana, nacida de una relación con una italiana. Es curioso, en su testamento Orlando no le dejó a su hija ni un cuadro, aunque sí otras cosas de valor. Susana se había casado con un egipcio, y Orlando desconfiaba de los musulmanes. En la actualidad Susana, que siempre ha sido una mujer estupenda, cariñosa y lista, vive en Suiza y se ha divorciado.

-¿Usted cómo encontró a Orlando después de tantos años?

-Los hermanos le habíamos visitado muchas veces en París, así que nos conocíamos bien. Pero he de decir que era extremadamente culto, estudioso, daba conferencias relacionadas con diversos temas. De vuelta a París vivió conmigo en la calle Ruiz Gómez, y ambos recorrimos España entera, él decía que le faltaba una vida: la que tendría que haber vivido en su tierra.

-¿Su herencia supuso un conflicto?

-Cuando en 1990 se vio morir, reunió a los hermanos junto a Lita Pire, con la que se había casado, en su estudio de París, 24 Rue de Sicilia, al lado del Hotel de Ville. Allí hizo una criba de sus cuadros, destruyendo los que no le gustaban. Era muy exigente con su pintura. Con el resto hizo un reparto especial para los presentes.

-¿Y todas las obras que tenía en España?

-Se formaron cinco lotes, uno para cada hermano y el quinto para su esposa.

-¿Usted cuántos cuadros tiene?

-Treinta o cuarenta. No quiero vender ninguno, pero Lita los vendió todos antes de morir.

-¿Orlando Pelayo dónde vivió sus mayores éxitos, en Francia o en España?

-En Francia, sin duda. En París fue una verdadera personalidad. En 1992 se publicó una antología de su pintura y la presentación la hizo el entonces alcalde de París y posterior presidente de la República, Jacques Chirac.

-¿Tenía usted alguna noticia de que se estaba trabajando sobre la vida de sus padres?

-No, e imagínese... Que después de cien años alguien se acuerde de ellos... En Monesterio a Orlando lo consideran de allí, al vivir casi diez años. En una ocasión fuimos los dos a Monesterio y todo el pueblo nos recibió aunque habían pasado cincuenta años.

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