Recientemente se hizo pública la noticia de que un juzgado condenó tanto a mi sindicato, la Corriente Sindical de Izquierdas, como a mi sección sindical, la del Ayuntamiento de Xixón, por vulneración de derechos fundamentales en atención a una demanda que tristemente no tuve más remedio que realizar. No me genera gratificación alguna ver condenada ni a la central sindical a la dediqué cerca de veinte años de militancia, ni a la sección sindical que contribuí a crear y de la cual fui responsable. Sin embargo este desenlace fue inevitable a pesar de mis esfuerzos.

Hace ya cerca de dos años informé a la Ejecutiva de la CSI sobre le existencia de desavenencias internas dentro de la sección sindical, e igualmente rogué su mediación para resolverlas. No tuve ninguna respuesta y todos sabemos que quien calla, otorga. Cuando finalmente se produce mi expulsión sin ningún tipo de garantías, como bien ha demostrado el fallo judicial, nuevamente busqué algún tipo de solución dentro del ámbito interno de la propia CSI. Y nuevamente la actitud de la Ejecutiva distó mucho de lo que debería ser una posición conciliadora, al refrendar explícitamente a la sección sindical sin permitir en ningún momento que el asunto fuera debatido tranquilamente por la militancia en el Órgano de Dirección.

Sobre los motivos de mi expulsión me consta que han circulado los más diversos rumores. Sin embargo en el burofax que me remitió en su día el Secretario General de la CSI, informándome de mi expulsión, se señalaba como única justificación de una medida tan drástica "la constante oposición, crítica y postura en abierta contradicción con las decisiones adoptadas por la sección sindical".

Entiendo que este proceso pueda generar perplejidad en muchas personas, pero por desgracia no es más que la punta del icerberg. Es el resultado lógico de una determinada gestión de las discrepancias y de las contradicciones que siempre acaban surgiendo en un espacio plural. Mi caso puede haber sido el primero que ha terminado resolviéndose en los tribunales, pero no es ni mucho menos el primero. En fechas no muy lejanas en el tiempo podríamos situar conflictos similares en la Central Lechera Asturiana o en el taller de Barros de Duro Felguera.

Me gustaría que todo esto no sirviera para ningún cierre de filas que únicamente implicaría un inmovilismo acrítico, sino que favoreciera una necesaria reflexión entre todos los militantes de la CSI sobre cómo gestionamos colectivamente nuestras legítimas diferencias.