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JUAN MUÑOZ | Catedrático jubilado de Filosofía, acaba de publicar el libro de memorias "Ahora que me acuerdo"

"El método científico en política consiste en ir despacio, en tener rigor con los recursos"

"Acordándome de mis clases pensé que también los de la cuarta fila tienen derecho a contar su vida; de ahí ha salido este libro híbrido"

Juan Muñoz. LUCÍA VÁZQUEZ

Ha dedicado a la enseñanza treinta y siete años de su vida. Catedrático de Filosofía, fue director del Instituto Jovellanos, en Gijón, y del de Ribadesella, donde fue concejal por el PCE. Juan Muñoz (Nueva de Llanes, 1953) acaba de publicar "Ahora que me acuerdo" (Impronta), unas singulares memorias que presentará mañana, miércoles, en el Centro Antiguo Instituto (19,30 horas).

-¿Qué es "Ahora que me acuerdo?

-Una de las cosas que había programado para después de mi jubilación es la de escribir, pero nunca unas memorias. Salió así. Acordándome de mis clases, pensé que también los de la cuarta o la quinta fila tienen derecho a contar su vida. No es un libro histórico, de fechas. Está dividido en núcleos temáticos, de la educación a la cultura o la política, con vasos comunicantes. Y es un híbrido, con algo de filosofía y una reflexión sobre el paso del tiempo, con aspectos literarios. Llega hasta el presente.

-¿Le marcó ser hijo de un guardia civil?

-Es un dato importante. Primero: por mis traslados continuos por el Oriente de Asturias, que es mi territorio junto con Gijón. Al final son también dos personajes del libro. Cada vez que ascendía, yo tenía que cambiar de casa, escuela y amigos. Al hacer la carrera, en Valencia, pasé del mundo cerrado de Cangas de Onís, donde no existía más que Dios y Franco, a una Facultad de Filosofía que era entonces de las más transgresoras. El cambio fue brutal, una crisis existencial. Cuando regresé a Ribadesella estaba afiliado al PCE y organizamos el concierto de Raimon, que fue un hito.

-¿Por qué se hizo del PCE?

-Al tiempo que perdía mi religiosidad, tuve una evolución sociopolítica. Pasé de un casi misticismo a romper con la religión, con la OJE y con el franquismo. Viví una etapa de dudas, pero influyó el contacto con la realidad social. Tuve una sensación de engaño, de mentira, y de ahí surgió una especie de rebeldía. Teníamos en la cabeza una España que no era la real, esperábamos un giro de ciento ochenta grados. Luego vendrían las etapas de decepción y la de asombro, que es en la que me encuentro ahora.

-Quien le lleva a la filosofía es Unamuno...

-Sí. Fue el azar. El instituto de Cangas (de Onís) era laboral. Teníamos talleres. En una clase de literatura, el profesor nos planteó un trabajo sobre los distintos géneros. Hice cuentas y vi que me tocaba la novela, que era lo que leía por placer. No me di cuenta de que un compañero estaba enfermo y de que la lista corría un puesto, así que me tocó el ensayo. Los únicos ensayos que yo conocía eran los del coro en la iglesia. Total, que me dieron el único libro que había allí de ese género: "Contra esto y aquello". Me sorprendió. Aún recuerdo un artículo sobre el ajedrez, porque yo jugaba. De ahí surgió mi orientación para estudiar Filosofía en Valencia.

-Llevó a fondo, además, su compromiso con el PCE. Fue concejal en Ribadesella.

-No me arrepiento. Encabecé la lista municipal. Teníamos una agrupación muy potente, que incluso había visitado (Santiago) Carrillo; un poco la cabecera del Oriente. Desplegábamos una gran tarea. Yo de aquella estaba de director del instituto. Sacamos tres concejales, que era muy buen resultado. Pactamos con el PSOE y fui concejal de Cultura, aunque allí nunca funcionaron muy bien los acuerdos con los socialistas. Trabajamos bastante: si se pedía teatro, fundábamos un grupo; si cine, montábamos un cine-club; si una publicación, hacíamos una revista.

-Ha sido profesor durante treinta y siete años. Escribe en el libro: "Hay mucha melancolía en la educación".

-No todo tiempo pasado fue mejor, sólo anterior. Cuando yo estudiaba en el instituto de Cangas, nuestras travesuras no tenían nada que envidiar a las de ahora. Perdemos la memoria. Quizás tenían otro matiz. Ahora hay un gran impacto con las redes sociales. Estamos en una contradicción: por una parte hay que modernizar la educación, y por otra les quitamos el móvil a los alumnos. Hay disrupciones.

-Lo grave es que no se haya logrado consensuar una ley de Educación.

-Uno de los grandes fracasos de la política. Es un clamor. Pensar el debate que se suscitó por la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que ocupaba una hora semanal en tercero de la ESO... Y de ahí hicieron un debate central. Lo vemos ahora con la LOMCE, no sabemos qué va a pasar.

-Y el desplazamiento que han sufrido las humanidades...

-Sí, es un error. Curiosamente, en las grandes universidades anglosajonas lo que piden para entrar son fundamentos, personas que sepan interpretar un texto. Me preocupa.

-En una página del libro se autorretrata como un "espectador perplejo". ¿Es un desencantado de la política o de su experiencia como educador?

-Fui una persona con muchas ilusiones, una credulidad casi religiosa, también en la política. Me fui desencantado. La política la veo desde fuera y hay situaciones que me desaniman. Uno empieza a sospechar incluso de la propia condición humana.

-¿Se ha hecho pesimista?

-Bueno, mejor volver a la frase de (Antonio) Gramsci: oponer al pesimismo de la razón el optimismo de la voluntad. Sigo haciendo cosas, pero por voluntarismo, por seguir tirando hacia adelante. Y, desde luego, no quiero transmitir ese pesimismo a los jóvenes. Ellos tienen que hacer su propio recorrido.

-En sus memorias aboga por introducir en la política el método científico...

-Pongo ejemplos, como el uso de los fondos mineros. No se puede tomar tan alegremente el gasto del dinero público. En Asturias llegaron a hace doce museos a la vez. Ansia de inaugurar, sin preguntarse por cómo mantener todo eso. Lo de Gijón, por ejemplo, es increíble: el montón de dinero enterrado con el "furacón", que además cuesta mantener. El método científico es ir despacio, con mucha seriedad a la hora de destinar los recursos públicos. La política es una cuestión de prioridades.

-Lo que no sé si le perdonarán de su libro es la crítica que hace del Descenso del Sella...

-Ya. Bueno, soy un poco obsesivo y hago mi autocrítica. No obstante, es algo de lo que he hablado en revistas locales. En Asturias hay una serie de temas que sin tabúes, de las piraguas a los fondos mineros. Es una fiesta que ligo a un hecho desgraciado para mí, que me robaron la lancha de mis primeros ahorros. Ahora es una fiesta más. Es en la primera semana de agosto, una fecha en la que Ribadesella no necesita más porque ya está saturada. Se mete toda esa multitud hasta el extremo de que se convierte en un basurero, hasta tal extremo que todos deseamos que llueva para que no huela la villa. Ir a la playa es arriesgarte a clavar un cristal. No puedes salir de casa. La parte defendible es la deportiva, aunque no sé hace bien ni la transmisión por televisión. No ponen, por ejemplo, si una sola toma de la Cuevona.

-En sus memorias hace un elogio de las "pequeñas cosas bien hechas". ¿Es su filosofía?

-A lo mejor es una claudicación y me estoy justificando. Cuando se te caen los grandes conceptos, te quedan los afectos, las vivencias, el reconocimiento de lo cercano, la belleza de la música, del paisaje, de la literatura, de la conversación con un amigo. Lo que no hay es que traicionarse en esas cosas.

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