Sensacional concierto el ofrecido anoche en el Jovellanos por la OSPA, esta vez dirigida por un clásico de la formación, David Lockington, bajo el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA. Más de media entrada, algo que para Gijón está muy bien, y al final satisfacción en el público, si consideramos el entusiasmo con que despidió la velada.

Contraviniendo el programa, la audición se inició con "Una noche en el Monte Pelado", de Mussorgsky, una pieza en siete movimientos que trata de describir el mundo de las brujas, con unos efectos vibrantes y arrolladores, muy en consonancia con la vida del autor. De familia aristocrática, su amor por la música lo heredó de su madre, que era pianista. Después de hacer la carrera militar, la abandonó para dedicarse a componer; eran tiempos difíciles, a mediados del siglo XIX la música en Rusia no era nada, prueba de ello es que el primer Conservatorio lo creó Antón Rubinstein en San Petersburgo en 1862, y el propio Mussorgsky y su "Grupo de los Cinco" opinaban que la formación escolástica suponía un impedimento. Falleció a los 42 años en la ruina.

Astor Piazzola, y "Las cuatro estaciones porteñas", con la búlgara Bella Hristova como violín solista, integró la primera parte del concierto. Una belleza. Tanto la partitura, como la interpretación orquestal, como la virtud de la solista. Piazzola, el incomprendido durante tantos años en Buenos Aires, donde llegaron a titularle el "asesino del tango", muestra su talento excepcional jugando con los aires porteños, en los que introduce concesiones al barroco, e incluso se deja ver Vivaldi y sus "Cuatro estaciones". Los tangueros no le perdonaban sus innovaciones respecto al timbre y la armonía, pero el tiempo llegó a definirle, junto a Ginastera, como los compositores más sobresalientes de la música argentina. Bella Hristova ofreció una memorable actuación, siendo tan aplaudida que tuvo la gentileza de regalar un bis espectacular. Tchaikovski y su "Fantasía pués e Dante" ocupó la segunda parte. Su composición parece un autorretrato del propio autor. Su personalidad atormentada, sus pasiones, sus crisis de melancolía se reflejan en un compendio de hermosura, al que sobrevienen episodios de serenidad y calma. Se da la circunstancia de que Tchaikovski fue uno de los primeros alumnos que tuvo aquel Conservatorio de San Petersburgo creado por Rubinstein. Al final la ovación fue clamorosa; el concierto lo merecía.