Bill era corredor de bolsa y sufría de alcoholismo. Tras varios años de sobriedad, decidió buscar a alguien con su misma enfermedad para echarle una mano. Y encontró a Bob, un neurocirujano con graves problemas al que ayudó a controlar su adicción. La historia se remonta al año 1935 y sucedió en Akron, un pequeño pueblo de poco más de 3.000 habitantes ubicado al noroeste del estado de Nueva York.

Precisamente allí tiene sus raíces Alcohólicos Anónimos, una entidad con presencia en todo el mundo y que hoy sábado celebra, precisamente, el 50 aniversario de su llegada a Gijón. Corría el año 1964 cuando "dos hombres de muy buena posición económica" decidieron llevar al hermano de uno de ellos a Nueva York. El motivo no era otro que encontrar una solución contra su alcoholismo. A su vuelta a Asturias empezaron a reunirse en la Botica y en los soportales de la plaza Mayor con el ánimo de compartir con otros alcohólicos experiencias y consejos. Después llegaría el traslado a un piso situado en la calle de Ruiz Gómez, que ejerció como base de operaciones. Era el año 1966.

Roberto tardó nueve años en dar con ellos. "Trabajé en el extranjero y a la vuelta decidí ir al hospital en Madrid porque estaba muy agobiado por culpa del alcohol. Pasé 18 días allí y no me dijeron nada", cuenta este hombre, uno de los que más tiempo llevan vinculados a Alcohólicos Anónimos en Gijón y casi historia viva de estas cinco décadas de la entidad. Pese al tiempo transcurrido desde que pudo controlar su adicción, Roberto aún prefiere respetar la regla del grupo de que sus testimonios sean anónimos.

Roberto estuvo una buena temporada sin beber, hasta que un día volvió a las andadas. "Acabé peor que al principio, con problemas de todo tipo". Y regresó a Gijón, con la carga a cuestas. "Los lunes no iba casi nunca a trabajar, así que tenía que ir al ambulatorio de Puerta la Villa a buscar la baja. Hasta que el médico se cansó de mí y decidió darme un volante para el psiquiatra. Me dijo: 'Roberto, tú estás chiflau'. En psiquiatría, una doctora me dijo que estaba enfermo y que no tenía nada con lo que curarme, que podía mirarme el hígado y poco más", señala.

Pero aquella médica sí tenía la solución. Una dirección en la que un grupo de personas con los mismos problemas de Roberto trataban de plantarle cara al alcohol. Era la sede de Alcohólicos Anónimos de Gijón, la de la calle Ruiz Gómez, una sede que desde hace ya algún tiempo se encuentra en el número 64 de la calle San Bernardo.

Al principio hubo dudas. "Desconfié", reconoce Roberto, pero terminó accediendo a entrar en la órbita del grupo de Alcohólicos Anónimos. "Pensaba que era gente que se reunía para emborracharse y por la mañana se lavaban y salían tan campantes", cuenta ahora, sin perder el humor pero sin banalizar sobre el asunto: "Con ellos compartí todo lo que me pasaba. Encontrarlos fue un gran alivio. No creía el tiempo que llevaban sin beber".

Socorro también sufrió alcoholismo. O sufre, "porque aquí no hay cura", apunta. "Es una enfermedad detenida, no curada. Hemos visto a compañeros que llevaban treinta años sin beber empezar con una pinta de vino con gaseosa y acabar de vuelta en la misma estación donde lo habían dejado". A ella, igual que a Roberto, Alcohólicos Anónimos les enseñó a afrontar la vida, a aceptar los fracasos y a ser felices sin necesidad de ingerir alcohol. "Aunque a mí", aclara Roberto, "el alcohol me ponía más triste que otra cosa". Socorro, en cambio, tenía la apariencia de "una casa bien construida", pero en realidad tenía "el interior destruido". "En Alcohólicos Anónimos empecé a reconstruirme, a poner bien los cimientos. Así acabé 'con el pobre de mí'", señala.

Su capacidad para decir "hasta aquí" también tuvo consecuencias positivas para su familia y amigos, que fueron quienes primero sufrieron los efectos devastadores del alcohol. Pese a ello, toparse con la realidad tampoco supone un trago de buen gusto para los alcohólicos, acostumbrados a esconderse detrás de un vaso o una botella. "Cuando se te empieza a despejar la cabeza, te das cuenta de lo que ha sufrido tu familia, que normalmente estaban acostumbrados a verte como un déspota. Y tocas fondo. Y te apetece volver a beber porque eres incapaz de afrontarlo. Volver a hacer tu vida gobernable es la puñeta. Ver tus defectos y reconocer el daño que hiciste y te hiciste es complicado", anota Roberto, quien, al igual que Socorro, ve esperanza cuando se llega a este punto. "Reconocer que éramos impotentes ante el alcohol es el primer paso", señalan.

Hoy día, Alcohólicos Anónimos cuenta con cinco grupos en la ciudad y otros 24 repartidos por toda Asturias. Sus intenciones no son otras que intentar detener una enfermedad que afecta a mucha más gente de lo que parece y ayudar a todas las personas alcohólicas que han decidido, por fin, alcanzar la sobriedad. Lo consiguen con servicios como el teléfono de atención permanente -649 23 55 31-.

Hoy sábado, a las 18.30 horas y en el Antiguo Instituto, los cinco grupos de Gijón y el de Villaviciosa organizan una reunión abierta a todo el público en la que transmitirán esperanza. "Queremos llegar a toda la gente que nos necesite", subrayan.