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Los últimos de La Camocha

El negocio más antiguo del barrio, la Mercería Irene, echa el cierre por jubilación después de 46 años tras el mostrador

José María Agudo e Irene Prado, en su establecimiento de La Camocha. ÁNGEL GONZÁLEZ

Hubo unos años en los que todo el dinero que salía de la mina de La Camocha se quedaba en el poblado. Fue una época de esplendor en la que "como apenas había coches, bajar a Gijón era algo excepcional y todo lo que se necesitaba se compraba al lado de casa". Lo recuerda bien Irene Prado, quien regenta el negocio más antiguo de La Camocha, la Mercería Irene, una concesión municipal que cerrará sus puertas después del verano por jubilación. 46 años y tres meses de esfuerzo con los que echará el cierre, también una época de un poblado con mucha gente nueva pero "muy poco gasto, esto ya no es lo que era", asegura Prado.

Ella cogió el negocio con apenas 18 años, después de un periodo en una tienda de ultramarinos en la que "vendíamos de todo". Se decidió por la mercería porque "la alimentación no me gustaba", y porque las familias de los mineros necesitaban ropa, botones, gomas, lazos, puntillas, calzado, juguetes, perfume y productos de tocador.

"Vendí lo que quise, había mucho trabajo", asegura Irene Prado en plena liquidación, y casi segura de que no habrá relevo. La mercería pasó por diferentes ubicaciones desde el interior de la Plaza de Abastos hasta el emplazamiento actual, en una esquina exterior, "el mejor que hemos tenido".

Y sigue siendo el negocio de Irene la tienda de "andar por casa" en la que los clientes, por encima de todo, "son amigos; no me canso de darles las gracias por lo bien que se han portado con nosotros, la verdad es que los voy a echar de menos porque son como de mi familia, aunque ya toca descansar y disfrutar de la familia", asegura acompañada por su marido, José María Agudo, jubilado de la mina y que siempre la ayudó "como chico para todo", bromea.

Cuando la tienda más antigua de La Camocha siempre en las mismas manos eche la persiana tras el verano, se irán con ella los ecos de un tiempo "fantástico, con mucho movimiento de gente y de dinero en La Camocha, el barrio más guapo de todos", asegura el matrimonio.

Mientras tanto, apuran los últimos días en atender a los vecinos. Nunca falta clientela, aunque sea para dos metros de goma elástica o para un puñado de botones de colores. Irene despacha con el salero de toda una vida de dedicación que ya huele a retiro.

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