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JORGE OTERO PAILOS | Arquitecto, artista y preservacionista

"El mundo ya está construido, no hacen falta más edificios, pero sí recrearlos"

"Me encanta enseñar, es la manera de seguir aprendiendo; aprendemos más de los estudiantes de lo que ellos aprenden de nosotros"

Jorge Otero Pailos.

Jorge Otero Pailos es una figura reconocida internacionalmente. Sus creaciones han merecido las distinciones de más prestigio; su nombre copa hoy el interés mundial por la originalidad de sus trabajos tanto en el mundo científico y artístico, como en el relacionado con la preservación del medio ambiente. Aunque vive en Nueva York sus vínculos con Gijón son muy estrechos: es nieto de Antela del Castillo y Vicente Otero Goyanes, e hijo de Justo Otero del Castillo, una familia íntimamente vinculada a la ciudad. Arquitecto por la Universidad de Cornell (Nueva York), doctor por la Escuela del MIT (Cambridge, Massachusetts), entre otros títulos académicos, recientemente ha sido invitado por el Ministerio de Cultura británico para preservar el Salón de Recepciones del Palacio de Westminster, aquel donde fue coronado en el siglo XII, Ricardo Corazón de León, entre otros. Su charla es una fuente de generosa y amable información.

-Dígame sus datos personales.

-Nací en Madrid (1971), bajo el sigo de escorpio, hijo único. Cursé el Bachiller en el Liceo Francés, antes de trasladarme a los Estados Unidos para hacer la carrera. Estoy casado con la francesa Laurence Lafforgue, y tenemos dos hijos, Paloma y Paul. Me interesa mucho el mundo de la creatividad. Mi padre era pintor y un día cambió de rumbo y se hizo ingeniero forestal. Yo sentí el interés por el arte a su lado y empecé a pintar paisajes asturianos, pero ocurre que el arte por sí solo es un riesgo y decidí estudiar Arquitectura, y luego Historia; me interesaban mucho los monumentos antiguos, la historia de las viejas estructuras. La manera en que yo abordaba mi trabajo, al ser más creativa y amplia, poco a poco fue reconociéndose por la gente del mundo del arte. Lo bonito del arte es que a medida que vas tratando sus diferentes disciplinas te das cuenta de que todas se conectan. Así es como yo veo la creatividad, como una forma de pensar lateralmente.

-Dada su trayectoria, ¿ha sido un niño prodigio?

-No, en absoluto, no creo tener nada fuera de lo normal. Sí que influye el esfuerzo, la pasión que le pongas a las cosas, y sí hay un poquito de suerte?

-¿Dónde está más cómodo? ¿en la arquitectura o en el arte?

-En la creación artística por una razón: el mundo ya está completamente construido, no hacen falta más edificios, sino ver cómo, de manera creativa, los repensamos, los recreamos y los transformamos para que cambie nuestra relación con el medio ambiente. Parte de los trabajos que yo hago tiene que ver con el análisis del modo en que nosotros vivimos en el mundo, lo que producimos en gran parte es polución y esa polución es una integrante de mis estudios.

-Con un lápiz en la mano ¿qué es lo primero que se le ocurre dibujar?

-¡Qué buena pregunta! Una nube, normalmente. No siempre iguales. Las nubes son un ejemplo de objetos naturales que cambian en todo momento y que están fuera del alcance de los seres humanos. Los edificios y los monumentos, por efecto del medio ambiente, también cambian. Sólo que una nube lo hace en un minuto y los edificios en siglos, pero poder ver ese movimiento en el espacio que nosotros pasamos en la Tierra, que es muy corto en relación a ellos, es lo que me interesa; poder visualizar su transformación y ofrecer eso como expresión artística. Creo que es lo que nos hace humanos, el poder vivir varias temporalidades al mismo tiempo. Yo, aunque resido en Estados Unidos, parte de mí está en Gijón, en la ciudad, en lo que he vivido en ella.

-¿Qué le atrae más el Partenón o la Ópera de Sidney?

-El Partenón. Es una de mis grandes obsesiones, por varias razones. Aparte de que Grecia es el símbolo de la democracia occidental, el Partenón es uno de los edificios que ha estado en constante transformación en los últimos dos mil quinientos años. Pero al mismo tiempo es un edificio que se ha ido deconstruyendo; buena parte de él está despiezado en diferentes museos del mundo, como Londres, hay copias por todas partes? Aún cuando se despiecen los edificios, en nuestra mente siguen juntos, conservan su integridad. Esto no impide que adore la Ópera de Sidney, al que yo llamaría un gran edificio gótico.

- Es usted profesor de la Universidad de Columbia. ¿Le gusta la docencia?

-Me encanta enseñar, no podría vivir sin hacerlo, más que nada porque es la manera de aprender y de seguir aprendiendo. El gran secreto es que aprendemos más de los estudiantes de lo que ellos aprenden de nosotros. Y me gusta descubrir la manera de pensar de las generaciones que van pasando; el diálogo entre generaciones es muy complicado y difícil de mantener, por eso me interesan los monumentos porque son una forma de mantener ese dialogo intergeneracional. Lo decía Ortega y Gasset, que la sociedad está en continuo antagonismo pero también en cooperación y que tenemos que entendernos aunque veamos el mundo de manera distinta. Mi abuela Antela, a sus 97 años, tiene dificultades para manejar un móvil, pero mi sobrina ninguna.

-¿Es usted vulnerable al divismo, o pasa?

-¡Ay, caray! No lo sé.

-Al ir analizando el comportamiento del polvo como material ¿a qué conclusiones ha llegado?

-Supe que es nuestro patrimonio, el elemento que más imprenta va a dejar en la historia del mundo, porque cuando se mira la polución que crearon los romanos en las minas españolas de plata contaminado la atmósfera del mundo, vemos que esa polución se encuentra hoy en el Polo Norte. Nos damos cuenta de que la polución no puede eliminarse, sólo conseguimos cambiarla de sitio. Esa misma polución también está en las obras de arte del ayer, y en las piedras que se están formando en esta época geológica.

-¿Estos análisis suponen una sublimación de la porquería?

-En cierto modo, sí, pero en realidad la polución y el polvo son dimensiones de una misma materia, y las hemos excluido de nuestra cultura porque son peligrosas, feas, hacen daño, y no las queremos ver. Parte de mi trabajo trata de encontrarles un sitio dentro de la cultura para enfrentarnos con ellas y decidir cómo debemos actuar. Yo creo que ignorarlas no nos ayuda a avanzar.

- Sus trabajos al respecto se titulan "La ética del polvo", ¿cree que éste tiene un comportamiento científico?

-El nombre viene de un libro sobre filología escrito en el siglo XIX por John Ruskin, uno de los fundadores del arte moderno y la conservación monumental. Le interesaba el polvo por ser el principio de la piedra, la materia más durable que conocemos para la construcción, pero esa piedra también se vuelve a convertir en polvo, y lo importante para él era conocer el sistema de cristalización del polvo en piedra, y por qué adquiere diferentes formas. Ahora la polución se relaciona con nuestro comportamiento como grupo y en ese sentido creo que hay un componente ético importante porque los problemas del medioambiente no se van a resolver sólo con medidas tecnológicas, sino que hará falta un cambio cultural. La gente dejó de fumar mediante un proceso social y cultural, y con la polución pasará lo mismo.

-¿Puede considerarse el polvo como el ADN de la historia?

-Creo que sí, pero depende del objeto que se investiga; por ejemplo si es un arma obviamente hay que hablar de la guerra. La Columna de Trajano que expuse en la Bienal de Venecia, es un bajorrelieve que habla del Imperio Romano, pero al estudiar también el interior de la columna su superficie de polvo describe otra historia distinta. Lo interesante es la historia común, porque todos contribuimos a crearla. El polvo del siglo XVIII no se parece nada al actual.

-¿De qué trabajo se siente más orgulloso?

-En este momento del de Westminster Hall. Ha sido un encargo de la Fundación Artangel, que ha financiado el proyecto en colaboración con las Casas del Parlamento Británico. Durante seis años hemos estado trabajando en la creación de esta obra pública que será la primera de arte contemporáneo que se presenta en Westminster Hall. Se inaugurará el próximo día 29 y hasta el 1 de septiembre. La obra no pretende realzar ningún periodo de la historia británica, sino la continuidad de la existencia de este edifico de casi mil años. Hay pocos edificios que duren tanto tiempo, sobre todo siendo utilizados, no como un mausoleo o un monumento. Westminster Hall se construyó como un salón de los reyes de Inglaterra, donde eran coronados, y celebraban los grandes banquetes. A lo largo del tiempo se fue utilizando para diferentes funciones, una de ellas la reunión del Parlamento. En 1834 se quemó todo menos Westminster Hall, y se construyó el nuevo edificio, junto al conocido Big Ben, en torno a Westminster Hall.

-Sé que le llaman de todo el mundo para preservar sus monumentos, ¿cuál será el siguiente paso?

-No puedo hablar con seguridad, pero probablemente algo en Francia.

-Ya intervino en París en la casa Louis Vuitton, ¿no?

-Sí, fue un proyecto muy bonito porque se hizo en el propio domicilio de Louis Vuitton, en una de las paredes exteriores de su taller de trabajo, donde él tenía su oficina y veía todas las maletas que iban saliendo.

-¿Qué lugar ocupa Gijón en sus querencias?

-Me interesó Gijón desde niño y sé la historia de todos sus monumentos. Las fachadas que han perdido sus relieves por la acción del salitre? Recuerdo dibujar con mi padre esos edificios, y hoy veo que fue una tarea de aprendizaje para ayudarme a relacionar el arte con el tiempo y aprender a vivir en varios lugares ala vez.

-¿A quién admira?

-En la actualidad hay muchos artistas que están haciendo trabajos muy interesantes con monumentos y objetos patrimoniales, como el chino Ai Weiwei, que compra edificios ancestrales destinados a la demolición, los salva y convierte en una obra de arte; también lo hace con viejos muebles de la dinastía Ching. Y el danés Olafur Eliasson, en cuyas esculturas utiliza la luz y el agua; trajo un iceberg a París y dejó que se derritiera. El arte, antes se presentaba en galerías, luego en los años noventa en edificios industriales, y ahora hay un movimiento que hace del monumento histórico una parte del proceso de creación. Podría hablar de más artistas.

-¿Le gustaría firmar un rascacielos en Manhattan?

-No, en absoluto. Me parece lo más horrible que se puede hacer; el mundo está completamente construido. Uno de mis rascacielos favoritos es el de la Compañía de Radiadores Americanos, que construyó Raymond Hood en los años 20, es negro deliberadamente, y así evitaban que se ennegreciera. Lo importante es ver como conservamos los rascacielos que hay; su piel se deteriora y es preciso renovarla cada 50 años mediante un gasto extraordinario.

-¿Le gusta la estación de metro de Calatrava, en el World Trade Center?

-Me encanta, me parece un edifico brillante, espectacular, dinámico.

-¿Echa de menos España?

-Muchísimo, la vida de un emigrante es la nostalgia, forma parte del sacrificio.

-Por último, ¿cómo es su obra en Westminster Hall?

-He intervenido en la sala principal, donde se celebraban las ceremonias de coronación. El Papa dio una charla allí, y cuando vienen los grandes dignatarios son recibidos en ella, como Nelson Mandela y Obama. Pero la gente lo conoce más porque en ella se instalan las capillas ardientes de los reyes y el público pasa a rendir honores.

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