Jorge de Oteiza (1908-2003) era guipuzcoano de Orio y uno de los grandes artistas españoles del siglo XX, referencia fundamental de la Escuela Vasca de Escultura. Vivo aún, en 1992, donó sin embargo su legado artístico al pueblo de Navarra. Persona de genio, en todos los sentidos, no se andaba con paños calientes. El gijonés Salvador Carretero, director del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander, recordaba ayer que, en los años noventa, se intentó montar una exposición en Gijón del gran creador vasco. Éste se negó. No quería saber nada con la ciudad que acababa de abrirle los brazos a Eduardo Chillida (1924-2002), a quien acusó siempre de plagiarle aun cuando ambos habían formado parte, a principios de los sesenta, del Grupo Gaur. Chillida, dieciséis años más joven que Oteiza, había concluido en 1990 una de sus grandes esculturas urbanas, ya un icono gijonés: "El Elogio del horizonte".

Más de dos décadas después de aquella frustrada exposición, se inauguró ayer en el Museo Evaristo Valle una muestra única, singular. Lo es, tanto por las piezas que se exponen al púbico, como porque supone, de alguna manera, la reconciliación del genial escultor vasco con una ciudad en la que tuvo siempre entusiastas admiradores. Un ejemplo es el del director del Evaristo Valle, el también escultor Guillermo Basagoiti. "Tenía aquel largo contencioso con Chillida, al que llamaba el gran pagiador, y era un hombre difícil, de carácter indómito", explicó ayer Carretero.

Las doce obras que se reúnen ahora en el Evaristo Valle salen por primera vez del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander. A Carretero, las instalaciones de Somió le parecen un "lujo", y Basagoiti, "alguien al que habría que hacer un monumento". Lleva años para poder organizar esta exposición que, en su día, parecía imposible por la negatiza de Oteiza a mostrar sus obras en una ciudad tan complaciente con Chillida.

Aunque se han expuesto reciéntemente en Santander, no son piezas que se muestren habitualmente al público y tienen su propia historia. Según rememoró ayer Carretero, estamos ante una colección importante que debemos agradecer a la generoridad y el olfato artístico de Pablo Schabelsky. Ruso de San Petersburgo, fue un niño acogido y adoptado por una familia cántabra tras la revolución bolchevique de 1917. Se convirtió en un próspero empresario y en un cualificado coleccionista que creía en el genio de Oteiza, al que protegió y financió comprándole las obras que forman ahora esta colección. Fue también generoso, porque hizo donación de esas once esculturas a los santanderinos. La otra pieza, hasta completar la docena que se exhibe desde ayer en el Evaristo Valle, es de otro coleccionista.

Carretero conoce cada una de estas obras al detalle. "Cada pieza de Oteiza es todo Oteiza", afirma el director, para quien el escultor vasco es uno de esos autores que deja la huella de su genio en cada trabajo, da igual el tamaño o el material, por más humilde que sea. "Son piezas reveladoras", hizo resaltar. Para Carretero, Oteiza es "uno de los grandes genios del siglo XX".

El artista vivió en Hispanoamérica desde 1934 hasta 1948. Allí estudió la escultura precolombina, de tanta influencia en su obra, junto con las vanguardias y ciertas expresiones culturales vascas, que investigó a fondo. En 1949 está ya en España y es cuando conoce a Pablo Schabelsky. A principios de los cincuenta se le concede por concurso un trabajo importante: la estatuaria para el friso y fachada de la basílica de Nuestra Señora de Arantzazu, el templo del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza. En esta exposición pueden contemplarse algunos de los bocetos de esa obra mayor.

En el Evaristo Valle se reúnen esculturas hechas por Oteiza entre 1949 y 1969. Subraya Carretero que en "Levantador de piedras", "Mujeres murmurando" o "Figuras" (en realidad una Sagrada Familia), realizadas en zinc, empieza ya "la desocupación del espacio y la preocupación del artista por el vacío". "Adán y Eva", donde el artista plasma su concepción de la espiritualidad, la trascendencia y la verticalidad, es de 1951. Esculpida también en zinc, abre otro camino rupturista. Y una obra de especial importancia, "Caja vacía", hecha en hierro en 1959, donde está ya el Oteiza de la desocupación del cubo. La muestra se completa con "Xemplor", referencia a un poeta popular vasco del XIX, dos "Piedades", una "Cabeza de apóstol" o los "Apóstoles", preparación para los de Arantzazu.