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MANUEL LLANOS | Exdirector de Deportes del Comité Olímpico Español (COE)

"Urdangarín fue jefe mío, me parece increíble que esté involucrado en 'Nóos' "

"Estoy temblando con la organización de los Juegos Olímpicos de Río y con el mosquito; respecto a las medallas, no me atrevo a pronosticar"

Manuel Llanos, ayer, sentado en una terraza de la calle Covadonga. ÁNGEL GONZÁLEZ

Ahora le toca disfrutar de una casina con huerta en Villaviciosa y de su familia, a la que renunció durante 18 años de lunes a viernes. Manuel Llanos (Gijón, 1944) recogerá el próximo miércoles la Medalla de Plata de Gijón. Su sacrificio, desde los despachos, por los valores olímpicos es la base sobre la que se asienta un reconocimiento más que merecido.

-El miércoles le tocará a usted recoger una medalla, como los deportistas a los que coordinó en el Comité Olímpico Español.

-Ha sido una gran sorpresa porque llevo diez años jubilado. Me consultaron y les dije que me diesen unos días, pero a las 15 horas ya salió en el periódico y al final poca cosa hubo que meditar (ríe). Me está haciendo muy feliz. En mi discurso agradeceré a toda la gente que colaboró conmigo. Espero no atragantarme.

-Su medalla coincide con la elección de Gijón como ciudad europea del deporte.

-Es muy importante. Se valora a la ciudad como un referente democrático desde el punto de vista deportivo. Antes no era habitual ver a la gente corriendo y pegando saltos por la calle. De hecho, nos llamaban "chiflaos". El deporte popular solo existía, como mucho, en el Club Atlético Gijonés y en el gimnasio La Muralla, donde había unos locos.

-¿De dónde le viene la pasión por el deporte?

-De muy joven. Yo fui mal estudiante. Repetí preuniversitario y el profesor de Educación Física le propuso al director que no me cobrasen una cosa que se llamaba permanencias a cambio de hacerme cargo del equipo de atletismo del Instituto Jovellanos. El primer año quedó campeón de Asturias de cross en cadetes. Fue el puntillazo para mí. Me hizo pensar que mi carrera en el deporte tenía más que ver con la gestión. Sobre todo, tras ver las tarascadas que me pegaron haciendo una prueba en el Pelayo, uno de los clubes de los que nació el Gijón Industrial junto al Club Calzada.

-Esa idea no gustó mucho a su padre.

-Le convencí a medias. Quería que estudiase una ingeniería o arquitectura. Pensaba que estaba mal de la cabeza (ríe).

-Y se fue a Madrid.

-Con una beca que me cubría todos los gastos. Daban tanto dinero porque el Instituto Nacional de Educación Física (INEF) había nacido como una idea progresista de la Delegación Nacional de Deportes -actual Consejo Superior de Deportes (CSD)- en la época de José Antonio Samaranch. Así evitaron que los estudiantes fuesen a las escuelas del Movimiento. En INEF estuve entre 1969 y 1975. Eché un año de más porque me pilló la Mili en Melilla entre tercero y cuarto.

-¿Tardó mucho en encontrar trabajo?

-Según terminé de estudiar. Mi primer contrato profesional lo firmé con el Sporting y lo compaginé dando clases de Educación Física en el Colegio de La Inmaculada, del que soy antiguo alumno. Pero llegó Pasieguito de entrenador y noté que cada vez que me veía me ponía morros. No entendía que un tío de INEF que no había jugado a fútbol estuviese allí. Los entrenadores antiguos no nos podían ni ver porque creían que les íbamos a quitar el trabajo.

-Y cambia el Sporting por el Grupo Covadonga.

-Me encontré por la calle a Rogelio Llana, presidente en aquella época. Le dije que no estaba a gusto y me invitó a ir con él. En el Grupo fomenté que los técnicos llegasen a ser entrenadores nacionales. La experiencia fue como un maestría y un doctorado, con 16 secciones, campeones de España, internacionales y dos equipos, de balonmano y voleibol, en División de Honor. Pero cambió la directiva y llegó Luis Ángel Varela, a quien no le venía bien que yo fuese director. Y es curioso, porque al final mantuvimos una gran amistad.

-Pedro de Silva le llama para formar parte de su equipo de gobierno.

-Estoy muy orgulloso de haber sido el primer director regional de Deportes democrático del Principado. Pedro de Silva fue compañero mío en el colegio y con él tengo una gran amistad. Fueron cuatro años importantísimos porque no tenía ni idea de cómo funcionaba la Administración. Fueron dos medias legislaturas en las que pasamos de tener 40 millones de pesetas de presupuesto, lo justo para pagar las nóminas, a gestionar casi 2.000 millones de inversión, entre el dinero del Ministerio, el Principado y los ayuntamientos.

-Hay un proyecto al que le tiene un gran cariño.

-El consejero Manuel Fernández de la Cera, y no el Gobierno de Sergio Marqués, como le escuché decir a Maximino Martínez, presidente de la Federación Asturiana de Fútbol, creó un programa muy bonito para mejorar campos de fútbol y boleras. La gente lo agradecía muchísimo ya que dignificaba a los deportistas, que por fin tenían dónde dejar sus cosas o sentarse, por no hablar de que tenían agua caliente en las duchas. Parecía que íbamos a inaugurar El Molinón cuando terminaban algunas obras.

-¿Por qué dejó la dirección regional de Deportes?

-Me fui porque Javier Gómez Navarro necesitaba a un experto en federaciones en el Consejo Superior de Deportes para la elaboración de la Ley del 90. Me costó mucho trabajo porque a Pedro de Silva no le hacía mucha gracia, pero trascendió que la prima de fichaje del CSD consistía en poner un montón de millones de pesetas para la construcción del Palacio de Deportes de Gijón.

-Duró un año.

-Se me atragantó pasar de la política regional a la nacional. Así que me despedí de Gómez Navarro en un coche cuando él se iba a Barcelona a ver cómo iban las cosas para los Juegos de Barcelona. No olvidaré ese día porque me sucedieron tres cosas muy curiosas. Por la mañana de dejé un empleo, por la tarde me llamó mi mujer para decirme que le había tocado el Gordo de la Lotería de Navidad y por la noche, gracias a Alfredo Goyeneche, encontré otro trabajo.

-Y empieza en el COE.

-Al principio solo fui para los Juegos de Barcelona 92, pero acabé yendo a los de Atlanta 96, Atenas 2000 y Sidney 2004. Luego hubo un cambio de directiva y llegó Alejandro Blanco, con quien no tenía buena relación. De hecho, apoyé a la otra candidatura porque Alejandro venía del judo y yo consideraba que esa federación estaba desorganizada.

-Trabajó con Urdangarín.

-Fue vicepresidente del COE y jefe mío durante dos años. No puedo decir nada malo de él (resopla). Me parece increíble que esté involucrado en eso -"caso Nóos"-. Traté mucho con él, nos veíamos mucho en los Juegos.

-¿Es fácil tratar con deportistas de élite?

-En la mayoría de los casos sí, pero a veces es difícil tratar con ellos porque se consideran con derecho a todo (ríe).

-¿Recuerda algún caso?

-En positivo, al nadador Martín López-Zubero, americano hijo de español que casi no hablaba castellano y que renunció a una beca de dos años al retirarse. Creo que fue el único lo hizo (ríe). Por otro lado está el regatista Pepote Ballester -inculpó a Urdangarín en el "caso Nóos"-, que en los Juegos de Atlanta 96 me pegó un repaso pero terminó cayendo en la trampa al preguntarme por qué Miguel Indurain viajaba con el equipo en un avión privado. Le expliqué que considerábamos los Tour ganados -cinco, entre 1991 y 1995- como campeonatos del Mundo y que, por tanto, tenía derecho a beca. Indurain no había cobrado ni una peseta de ese dinero. Lo dejó para el final, un porrón de millones, y con ellos pagó el vuelo y el hotel de concentración a todo el equipo. Era su dinero y podía gastarlo como él quisiese.

-¿Y casos asturianos?

-Por ejemplo, Rocío Ríos corrió el maratón en Atlanta a pesar de que la federación no la había preinscrito en un primer momento. Quedó quinta -diploma- y no logró medalla de casualidad. También me acuerdo del entrenador Carlos Carnero, del Santa Olaya, que tenía dos nadadoras y no aparecía en la lista. Siempre que me ve me dice que fue olímpico gracias a mí (risas).

-Este año los Juegos son en Brasil. ¿Qué sensación tiene?

-Estoy temblando con la organización y el mosquito -del zika-. Respecto a las medallas, no me atrevo a pronosticar nada.

-Por cierto, ¿qué es eso de asegurar las medallas?

-Lo hicimos en Barcelona 92 y Atlanta 96 a través de una correduría de seguros de Madrid y una empresa británica. Acordamos pagar los primeros 80 millones de pesetas en premios y una prima de otros 20. ¡Con las primeras seis medallas ya habíamos cubierto! Logramos 22 medallas y terminaron pagando 280 millones. El truco es que ellos tenían asegurados a ocho países más para tres medallas, así que al final ellos siempre ganaban.

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