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Los trabajadores alcanzan un gran éxito laboral: la jornada de ocho horas

El alcalde Gil Fernández tuvo que dimitir tras una moción por presidir una corrida de toros y luego arrasó en las siguientes elecciones

Fachada del bar americano La Gloria, en la calle de Juan Alonso (luego fue el bar Dakar).

La primera década del siglo XX iba a finalizar -tras la hambruna que llevó a que la población saliese a la calle en busca de alimentos de subsistencia- con el logro de la jornada laboral de ocho horas que no fue respetada por muchos empresarios; el Alcalde se vio obligado a dimitir tras una moción de censura por haber presidido una corrida de toros en El Bibio; el fotógrafo Laureano Vinck rodó la primera película con argumento en Gijón, cuyo título era "Por robar fruta" -muy testimonial en aquella época de tantas carencias-; Emilio Robles, "Pachín de Melás", triunfaba con su espectáculo de entremeses escritos por él "La herencia de Pepín" y "Los rapazos cantariegos o ca'dun con lo suyo", y las mangas cortas se adueñaban de la moda en los vestidos femeninos después de la abolición de las mangas largas,

La nueva década que se iniciaba pasó a la historia como la de "los felices veinte", en que Gijón -a pesar de la grave problemática laboral- volvía a gozar de una noche muy animada con las sesiones musicales de café-concierto en el Gran Café Colón y en el Café de San Miguel, aunque en aquel panorama nocherniego sobresalía el bar americano del Gran Cabaret La Gloria.

El logro histórico de la jornada laboral de ocho horas

Un panorama similar al actual: la fragmentación de las fuerzas conservadoras en las anteriores elecciones hizo que rey Alfonso XIII encargase al liberal Manuel García Prieto la formación de un gobierno de concentración, pero duró muy poco y en junio de 1919 hubo nuevas elecciones en las que el gijonés Melquíades Álvarez trató de acabar con el bipartidismo de entonces y donde no tuvo un gran éxito la conjunción republicano-socialista, aunque sí fue aprobada una ley de amnistía para los implicados en la huelga general de 1917, ya que algunos de ellos habían sido elegidos diputados inviolables. Tanta división entre las fuerzas políticas también propició entonces la conveniencia de formación de gobiernos de concentración. Tal parece que el pasado siempre nos da golpes de aire fresco en la cara para comprender mejor nuestro presente.

Así fue como después de muchos meses de conflictos sociales Asturias, una vez más, fue por delante en el reconocimiento de los derechos de los trabajadores, ya que en marzo de 1919 se llegó a un acuerdo para que los trabajadores de las fábricas nacionales de armas de Trubia y Oviedo tuviesen un horario laboral de ocho horas. Como contrapartida, la patronal impuso un prusiano régimen obligando a los obreros a llegar cinco minutos antes del comienzo de la jornada y no permitiéndoles ni perder el tiempo acudiendo a los retretes.

Cuando pudieron regresar a su tierra natal, Manuel Llaneza propuso al "duro" del SOMA, un tal Belarmino Tomás -que era el nombre real de a quien llamaban "El Guaje"- para presidir el sindicato. En octubre de ese año, bajo su mandato se logró escribir una página de oro en la historia del SOMA: la jornada de siete horas en el interior de la mina, lo que hizo declarar a Manuel Llaneza: "Esta conquista es el triunfo más grande alcanzado por el obrero minero, no sólo de Asturias y de España, sino del mundo entero". No obstante, la implantación en toda España de la jornada laboral de ocho horas no se logró hasta el 1 de octubre, aunque algunos desalmados empresarios recurrieron a las armas de fuego para no acatarla.

El Alcalde dimitió tras presidir una corrida de toros

También aquel año, al alcalde de Gijón, Gil Fernández Barcia, se le ocurrió sustituir al delegado del Gobierno como presidente de las corridas -por aquello de que había que sacar pecho contra el centralismo y él se consideraba que era el auténtico delegado del gobierno en Gijón, como primera autoridad municipal- lo que motivó una moción de censura por parte de la oposición. Moción que perdió y tuvo que convocar elecciones, aunque arrasó en los nuevos comicios.

La CNT se había radicalizado a favor del comunismo libertario, aunque la clarividencia política de Eleuterio Quintanilla les hizo recapacitar y rectificar. El PSOE también dejó de formar parte de la Internacional Comunista, lo que motivó una escisión entre su militancia que dio paso a la formación del Partido Comunista, que realmente nunca tuvo una gran relevancia entre la ciudadanía gijonesa.

Las alegres noches de Gijón en el Gran Cabaret La Gloria

El punto de encuentro como gran dinamizador de la noche gijonesa estaba en el número 13 de la calle de Juan Alonso, un bar americano era el Gran Cabaret La Gloria, que se anunciaba así: "Todas las noches grandiosos soupertangos desde las once y media de la noche en adelante. 25 elegantes bailarinas de Salón. Una orquesta superior 'Los Peerless' para pasar horas alegres en La Gloria".

La Gloria estaba muy cerca del Ateneo Obrero, cuya nueva sede estaba en el número 7 de la calle de Ezcurdia, que pudo ser hecha realidad gracias a una suscripción popular de cien mil pesetas -de las cuales cincuenta mil fueron aportadas por el mecenas Magnus Blikstad desde su residencia en Lysaker (Noruega) y otras diez mil por el conde de Revilla-Gigedo encabezando ellos la lista de donantes, entre los que se encontraban importantes empresarios que así respaldaban aquel Ateneo Obrero interclasista- en una manzana que se denominaba las casas de Veronda. El edificio de cuatro plantas fue proyectado por el gran arquitecto Mariano Marín Magallón, con decoración art-decó y mobiliario racionalista. La biblioteca llegó a tener más de quince mil obras y establecieron un innovador sistema de organización, al ser los mismos lectores los que se responsabilizaban de cubrir una ficha y recoger los libros a modo de préstamo temporal.

Cuando el Ateneo Obrero cerraba sus puertas, en el barrio de Veronda los sones de los tangos y de los boleros subían hasta sus balcones desde el bar americano de La Gloria, donde según narra Faustino González-Aller en su fabulosa novela "El onceno mandamiento", destacaba el poderío de la "Patro", una rubia espectacular más conocida con el mote de guerra de "La Harlow de Vigo". Allí no se iba a urgencias sexuales, sino a bailar al ritmo de una orquesta en vivo y, por supuesto, a comer en sus mesas con manteles de cuadros. Su éxito era tal que la reserva de mesas se hacía con meses de antelación. Por entonces imperaba en la hostelería un cierto aire decorativo que sumergía en un ambiente con los encantos libidinosos de "Las mil y unas noches" y que también sobrevivió en lugares como el Café Príncipe y el Oasis Club.

Los cánones de los brazos perfectos de las mujeres

Sabido es que las modas son pasajeras, pero cuya dictadura no siempre sienta bien a todas las mujeres, aunque algunas cierren los ojos ante la realidad de sus limitaciones físicas para lucir determinadas vestimentas. Los cánones estéticos de la época establecían que la manga corta resultaba idónea cuando la mujer tiene brazos perfectos, torneados, de piel suave y transparente, pero resulta verdaderamente antiestética cuando descubren brazos angulosos, de piel áspera o cubierta de vello.

Los técnicos de la estatuaria mantenían que los brazos de la mujer para ser perfectos han de tener la parte superior un tercio más corta que el antebrazo y medir trece pulgadas de ancho más arriba del codo, nueve más debajo de éste y seis alrededor de la muñeca. Las famosas bailarinas Jeanne Bourgeois, "La Mistinguett" -amante de Mauriçe Chevalier- y la baturra Paquita Escribano -quien su madre no logró casarla con sus celestineos tras un tórrido romance con el torero Rodolfo Gaona- arrasaban vestidas con mangas cortas en los escenarios. Las bailarinas eran las que entonces oficiaban como "top-models". Eran otros tiempos, claro, que no volverán.

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