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El corazón jesuita que late en Gijón

Tres miembros hacen un repaso de la labor de la Compañía desde su llegada, en 1882, para "mejorar la sociedad" educando a "hombres y mujeres para los demás"

Por la izquierda, Inocencio Martín Vicente, Rafael Piñera y José Luis Casaprima, en el Revillagigedo. JULIÁN RUS

El 31 de julio de 1556 fallecía en Roma Íñigo López de Loyola y, después de 460 años el legado de San Ignacio sirve de guía para afrontar los problemas que se presentan en el devenir de los días desde la fundación en 1534 de la Compañía de Jesús. Y siguiendo la misión de San Ignacio, canonizado en 1622 por el Papa Gregorio XV, los jesuitas que llegaron a Gijón a finales del siglo XIX, "Ad maiorem Dei gloriam".

Era 1882 cuando los religiosos se instalaron en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús -La Iglesiona- y ocho años más tarde, en 1890, fundaron el colegio de la Inmaculada Concepción, quizás el buque insignia de los jesuitas como prueba palpable que en su idiosincrasia está la apuesta por la educación. Del mismo modo que su fundador sustituyó las armas de la guerra por los libros y la oración, los primeros padres que se asentaron en la ciudad enfocaron su obra hacia los más desfavorecidos. Fruto de ese viraje llegó el Revillagigedo en 1929 en el barrio obrero de El Natahoyo. Tras el final de la Guerra Civil y ante los niños huérfanos y sin familia que deambulaban por calle se fundó el Hogar de San José en 1941, en plena postguerra como primera piedra de observar la realidad para saber en qué pueden ayudar. Una hoja de ruta que se ha mantenido hasta hoy en todos los centros de la compañía en Gijón. También, durante los 23 años en que se hicieron cargo de la Universidad Laboral.

Desde entonces son muchos miles los gijoneses que durante años recorrieron los claustros de estas sedes bajo un proyecto educativo para el que, pese a estar cimentado en los valores de Jesús y de la fe, no se pide el carné de católico a la puerta. "No preguntamos si creen o no creen. Proponemos pero no imponemos aunque tampoco engañamos porque ofrecemos nuestro evangelio. Pero ni mucho menos pasamos lista". La reflexión la firma el jesuita Inocencio Martín Vicente, coordinador de los trabajos de la Compañía de Jesús en Asturias que desde su llegada a la región, consciente de que el individualismo no conduce a nada, aboga por trenzar sinergías para optimizar recursos humanos y materiales en el Hogar San José, el Revillagigedo y el colegio de la Inmaculada. Tres centros donde las realidades de sus "huéspedes" son bien distintas pese a impartir una disciplina semejante.

Lejos de ser clasista, la compañía ha estado en todos los estratos sociales de Gijón. "Hay un tópico de que vamos a las élites, pero estadísticamente son más las zonas de periferia donde trabajamos. Gijón es la prueba", defiende Martín Vicente.

Pronto se echaron al barro en El Natahoyo, su barrio por excelencia donde la parroquia de San Esteban del Mar se erige como institución. El Hogar de San José comenzó a iniciativa del padre Máximo para el recogimiento de niños que en postguerra se postraban a los pies de cada esquina. Un halo de esperanza que allí se instaló y sigue proyectando, en otras lides, en la zona tres cuartos de siglo después. "Hemos ido dando respuesta a las necesidades que van surgiendo. Los problemas y la sociedad han cambiado pero seguimos trabajando en el acogimiento residencial de infancia y juventud en riesgo, en colaboración con el Principado de Asturias", señala el director lego Rafael Piñera.

La máxima preocupación es el después de los 18 años de sus usuarios. El plan de la compañía pasa por una inserción socio-laboral y compensar el déficit del sistema con los que allí llegan. Y el trabajo es duro porque se enfrentan a niños y niñas en el filo de la navaja. De ahí que se ponga énfasis en estimular a los alumnos. Todo con el objetivo de lograr que estén en igualdad de condiciones cuando se emancipen.

"Si recuperas a esas personas has hecho una labor social importantísima", apunta José Luis Casaprima director laico del Revillagigedo que tras sus puertas, siempre abiertas, se esconde una profunda vocación del equipo docente que da prestigio a la Formación Profesional que allí se imparte, acondicionada con la exigencia y transmisión de valores humanos para vivir en sociedad. Casi tanto o más importante que los conocimientos en oficios. "Las empresas nos piden que les mandemos a un buen chaval, no piden un buen técnico porque aunque sepan menos, saben estar y tienen unos valores que aprecia el empresariado", señala Casaprima.

Los alumnos no son un número sino individuos con una historia detrás. "Les dotamos de herramientas para mejorar su vida y también la de todos los que tiene detrás, su familia. Formamos personas que luego puedan desenvolverse", matiza el director del Gedo porque, a mayores, la meta es "conseguir que mejoren la sociedad". Para tal fin es imprescindible la ayuda de las familias y así que lo transmitido en el centro no caiga en saco roto.

La familia jesuítica se completa con el colegio Inmaculada que este curso celebró su 125º. aniversario. La formación de personas "con sensibilidad, valores e identidad" -concreta Martín Vicente- hace mella en quienes pasaron buena parte de su infancia y juventud ligados a la compañía que crea en ellos un sentimiento de pertenencia. Y no sólo fruto del horario lectivo. El Inmaculada es buen ejemplo de que actividades extraescolares y deportivas suponen un complemento indisoluble al de la educación. Buena culpa de esos logros la tuvo el padre Pachi Cuesta coordinando los deportes e impulsando los campamentos de verano como el que ahora se desarrolla en Saldaña y en sus orígenes se asentó Santibañez. Pero la lista de curas implicados se cuenta por cientos.

Quizás resulten más llamativos los siete jesuitas que dan nombre a espacios en Gijón como son la calle Padre Montero, los jardines Federico González-Fierro Botas y la plaza Padre Máximo González (El Natahoyo), la calle José Ignacio Prieto Arrizubeitia (Somió), el parque del Cura Cándido Viñas (Tremañes) y la calle Padre José María Patac (El Coto), además de una vía al fundador de la compañía la calle San Ignacio, también en El Coto. Amén del reconocimiento institucional pesa más en la compañía el legado que muchos han dejado en la ciudad.

La meticulosa forma de trabajar del padre Patac le hizo poseedor de una colección de publicaciones, libros y fotografías sin los que la historia de Gijón no estaría completa y que tras su donación al Ayuntamiento se esconden para su consulta en el Antiguo Instituto. En otro campo pero también expuesto para disfrute de todos se encuentra el herbario del padre Manuel Lainz, a quien sus compañeros le apodan cariñosamente "El hierbas". Lainz cedió 40.000 pliegos, libros y separatas reunidos en medio siglo de vida dedicada a las plantas que reposan desde hace varios años en el Jardín Botánico Atlántico.

Pero ninguna historia está exenta de crítica. Sucede ahora que la ley no permite la libre elección de centro. "La Inmaculada ya no es colegio para las élites, se ha socializado mucho. Hay gente de Somió y de la acera de enfrente del colegio", recalca Martín Vicente. Pero ahora "abuelos y padres antiguos alumnos no pueden llevar allí a sus hijos", en cambio, "hay gente que viene sólo por lo que significa la marca jesuita y les importa un comino nuestro ideario, nuestra identidad cristiana y nuestros valores", reprocha.

Después de más de un siglo en la villa, los problemas que se encontraron a su llegada ya no existen pero han mudado en unos nuevos. Al mismo tiempo que la sociedad experimenta sus cambios la compañía busca acomodo a los nuevos tiempos y así generar una respuesta a la problemática de cada tiempo e incluso adelantarse a los conflictos venideros. Seguirán, al menos un siglo más, bajo la atenta mirada del padre Arrupe que les encomendó educar a hombre y mujeres para los demás.

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