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El escritor Pachín de Melás salvó de la destrucción los restos de Jovellanos

La voladura de la iglesia de San Pedro motivó la pérdida de un valioso archivo histórico de cinco siglos No se ha buscado el tesoro artístico del prócer gijonés que fue enterrado en cajas de cinc en el jardín interior del antiguo colegio de los jesuitas Romualdo Alvargonzález y Mariano Merediz, camino de la muerte

Ruinas de la parroquia de San Pedro. CONSTANTINO SUÁREZ

Aquella víspera de Begoña no fue una fiesta en la ciudad, sino una jornada trágica. Al mediodía del día 14 de agosto de 1936 tres aviones "Breguet" de las fuerzas contrarias a la República -procedentes de la base aérea de la Virgen del Camino- bombardearon no solamente objetivos militares, sino también instalaciones como la Estación de Langreo, cuando llegaba un tren procedente de Laviana, lo que motivó numerosas víctimas civiles que fueron calificadas como "daños colaterales". Gijón vivió unas semanas horrorosas con centenares de cadáveres tirados por las calles, edificios destruidos por los bombardeos de los aviones de uno y otro bando, con fusilamientos hasta en el frontón del Club de Regatas. Toda una barbarie que fue calificada por los historiadores como terrorismo de masas, al haber utilizado hasta escudos humanos en Cimadevilla que luego fueron despeñados desde el cerro de Santa Catalina.

Los asesinatos de Romualdo Alvargonzález, Mariano Merediz y Melquíades Álvarez. En aquel tren que había llegado a la bombardeada Estación de Langreo, en Gijón, viajaba mi madre Encarnación González Hevia que venía de nuestro pueblo natal de Sotiello -en la Abadía de Cenero- y que corrió despavorida a refugiarse a la entrada de "La Iglesiona", ya que era un lugar seguro debido a que era utilizada como cárcel para los simpatizantes de las llamadas "fuerzas nacionales". Cuando cesaron las bombas, la airada muchedumbre pedía la venganza con los presos allí encerrados. Así vio como empezaban a sacar a un centenar de hombres para ser trasladados a la iglesia de San José y la gente enfervorizada que seguía a la comitiva gritaba:

-¡Es él! ¡Es don Romualdo! ¡Es don Romualdo Alvargonzález!

De acuerdo con aquel inolvidable recuerdo personal, me contó mi madre cómo vio que Mariano Merediz -a quien conocía de los banquetes que mi abuelo Celo Xuan, como alcalde pedáneo organizaba para las autoridades con motivo de las fiestas del Santo Cristo de la Abadía- tras haber sido sacado de la fila volvió para coger del brazo a Romualdo Alvargonzález Lanquine -quien medio ciego se encontraba en una situación inhumana- pero aquella caritativa acción ya no le permitió librarse de la muerte, dado que lo colocaron de nuevo en la trágica fila por un miliciano comunista y ya no pudo evitar el pelotón de fusilamiento. Aquel testimonio maternal lo corroboró el cronista oficial de Gijón, Joaquín Alonso Bonet: "Cuando Romualdo Alvargonzález apareció en el exterior del templo enmudeció la multitud, como sobrecogida por un movimiento de conmiseración" y también Bonifacio Lorenzo Somonte "Romualdo Alvargonzález, diputado de la CEDA y personalidad muy conocida en Gijón fue puesto y retirado varias veces de la fila. Junto a él estaba Mariano Merediz, abogado, miembro del reformismo gijonés, que había defendido en más de una ocasión en los tribunales a obreros cenetistas, que también fue retirado de la cola, a donde volvía para no dejar solo a Alvargonzález, que medio ciego se encontraba en muy penosas circunstancias. Ambos, finalmente fueron subidos al primer camión que transportó a los presos hacia su trágico final".

Así, el creador de la Feria Internacional de Muestras de Asturias y el impulsor de la nueva Escuela Industrial, ambos fueron fusilados ante el paredón del cementerio de Jove. Aquella llamada "saca" fue posteriormente condenada por el Comité de Guerra de Gijón, pero ya no se podía devolver la vida a los sesenta y nueve fusilados. Curiosamente, ocho días después también fue asesinado en la Cárcel Modelo de Madrid de Madrid, el respetable político gijonés Melquíades Álvarez, cuyo cadáver con los ojos abiertos de estupor quedó tirado sobre un montón de muertos.

La valiosa colección artística de Jovellanos fue enterrada en cajas de cinc. El asalto y destrucción del bombardeado y dinamitado cuartel de Simancas el día anterior al asesinato de Melquíades Álvarez motivó la pérdida de importantes tesoros culturales: biblioteca, archivos, manuscritos, documentación de más de ciento cuarenta años de trabajo de los historiadores, así como la posible desaparición de la valiosa colección de obras de arte de Jovellanos.

Sin embargo: hay un motivo para la esperanza. El abogado Bonifacio Lorenzo Somonte dejó escrito en su libro "¡Disparad contra nosotros!" que el 18 de agosto de 1936, después de que una bomba lanzada desde un avión republicano contra la capilla, al lado de la biblioteca donde se encontraba la valiosa colección de Arte de Jovellanos, los defensores recogieron las obras de arte y las guardaron en cajas de munición, bien protegidas por planchas de cinc y las enterraron en el jardín interior, junto con una imagen de la virgen de la Inmaculada.

Pero, sorprendentemente, nunca a nadie se le ha ocurrido hasta ahora -con los innovadores medios técnicos de que se dispone actualmente- tratar de descubrir el paradero exacto de aquel tesoro artístico que había sido coleccionado por Jovellanos y Juan Agustín Céan Bermúdez. Además de los originales dibujos del Instituto de Jovellanos también había obras de Miguel Ángel, Ticiano, Julio Romano, Guido Reni, Rafael de Urbina, Alonso Cano, Alberto Durero, Velázquez, Murillo, Claudio Coello y Juan Carreño Miranda. No estaría de más, desde luego, que el Ayuntamiento y la Universidad afrontasen el proyecto de búsqueda de tan valiosa colección artística que no pudo ser pasto de las llamas en el incendio del "Simancas".

Avelino González Mallada, alcalde de Gijón. El gobernador civil de Asturias y León, Belarmino Tomás -quien había ubicado la sede del Consejo Soberano en el número 3 de la plaza del Instituto, en el edificio racionalista proyectado por el arquitecto Manuel del Busto, en la llamada "Casa Blanca" por el llamativo color de su innovador hormigón armado- el 15 de octubre de 1936 presidió el acto oficial de toma de posesión de la Gestora Municipal de Gijón. Su justificación política fue: "estas comisiones gestoras están representadas por todos los sectores de la vida política y sindical, de la vida activa del pueblo. Desde que aceptáis los cargos echáis sobre vosotros una terrible responsabilidad. Los gestores no tenéis menos autoridad que los concejales elegidos por sufragio. Para mí la tenéis mayor porque sois la representación genuina que emana de los sindicatos y partidos políticos que son la verdadera representación". Por unanimidad -en un acto al que asistieron el secretario del Ayuntamiento, Fernando Díez Blanco y el interventor de Fondos, Fermín F. Posada- fue elegido alcalde el anarquista Avelino González Mallada, quien iba a ser reconocido con el paso de los tiempos como uno de los grandes alcaldes que tuvo Gijón durante el siglo XX, debido a su visión urbanística.

Pachín de Melás salvó los restos de Jovellanos. Gracias a la intervención de Emilio Robles Muñiz, conocido como Pachín de Melás, al comprender -tras la voladura de la torre de la iglesia de San Pedro el 23 de agosto de 1936- que no era el centro parroquial un lugar ya seguro para guardar los restos de Jovellanos, antes de que procediesen a la voladura total de la iglesia parroquial de San Pedro. Por tanto, no dudó en solicitar urgentemente la autorización al alcalde Avelino González Mallada, la que le fue concedida. Así recuperaron la caja mortuoria ya con grandes desperfectos el 1 de septiembre. La caja y la lápida fueron llevadas a la Escuela de Comercio siendo fotografiadas en la escalera por Luis Cuesta de la Villa. En una de las aulas fue construida una hornacina en la que depositaron la caja. Pachín de Melás escribió: "Receptáculo que para guardar los restos de Jovellanos construyó Germán Horacio Robles en una de las aulas de la Escuela de Altos Estudios Mercantiles (antes Comercio). Gijón, 4 de octubre de 1936". Los restos acabaron arrinconados en una trastera de la susodicha escuela técnica hasta agosto de 1937.

La desidia y la ingratitud ante todo lo importante que han hecho algunos gijoneses, tal parece que nos persigue a lo largo de la Historia.

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