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Luciano Castañón Fernández | Propietario del Café Gregorio

"No es inmodestia, pero vendo lo que quiero; es cuestión de mano izquierda"

"He echado con cajas destempladas de la cafetería a algún faltón, que los hay, y suelen ser los que menos hacen por la sociedad"

Acaba de recibir el premio al mejor barman del año, concedido por el Grupo Hostelería Costa Verde de Gijón, por su larga trayectoria profesional. Una distinción que ha asumido con naturalidad puesto que se sabe uno de los mejores de esta profesión. Hijo de uno de los asturianistas más relevantes del siglo XX, Luciano Castañón Fernández, un hombre insigne y polifacético, del que el mayor de sus vástagos reconoce no haber heredado ninguna de sus virtudes intelectuales, aunque las humanas las lleva grabadas en su ADN. Cordial, simpático y sencillo, reconozco haber pasado un buen rato con él.

-Defínase, por favor.

-Nací en Gijón (1953), mayor de cuatro hermanos varones. Soy trabajador, aunque me gustaría no hacer nada, poder vivir del cuento, y no para quedarme en casa. Me considero una persona anárquica, pero todo lo tengo bajo control. Muy extrovertido, en realidad soy más Loché que Castañón. Sociable, alegre? Todo el mundo me quiere llevar consigo. Estoy casado, y mi matrimonio pasa por altibajos de felicidad. Tengo dos hijos varones.

-¿Cómo fue su infancia?

-Muy, muy feliz. Disfruté la playa a tope, pesqué todo lo que pude, jugué al fútbol?

-Su padre fue un buen futbolista, ¿tampoco en eso siguió sus pasos?

-Yo jugaba bien, pero los praos eran terroríficos y nos destrozaban; no había las facilidades de hoy. Aun así jugué en el Veriña, en el Aboño, con la Peña Churruca, en el Gijón Fabril?

-¿Qué reconoce de su padre en usted?

-Muy poco. Del amor a los libros, nada. Eso lo ha heredado todo mi hermano Chema, que lleva la misma vida que llevó él. Chema es el que cuida la biblioteca que nos dejó y hasta se sienta en la misma butaca donde se sentaba mi padre. Si acaso me veo reflejado en el gusto por el fútbol y la montaña. Yo, sin haber hecho nunca escalada, subí el Urriellu con 50 años. Pero no soy nada intelectual, leo las cosas que escribió mi padre y no las entiendo. Mi hermano Jesús sí es un artista, trabaja la cerámica y es muy bueno.

-¿Y al menos su padre se interesaba por sus copas?

-Nada, venía al café, tomaba uno y siempre pretendía pagármelo.

-¿De dónde viene el nombre de Gregorio?

-Era mi abuelo. Gregorio Castañón compró la esquina donde estamos por 15.000 pesetas. En los años 30 era una fortuna. La casa tenía dos pisos, en el bajo puso un chigre, Casa Castañón, y en el de arriba la vivienda. Nacimos en ella los tres primeros: Chano, Chema, Chus. Con les perres que le pagó el Sporting, mi padre levantó otro piso, y en él nació el cuarto, Ángel.

-¿Usted para qué se había preparado?

-Tuve todas las oportunidades del mundo, y no las aproveché. Podía haber trabajado en un banco, en el Ayuntamiento, hasta en Bomberos, pero Ángel y yo preferimos embarcarnos en el café. Habían tirado la casa y el constructor nos dejó el bajo y repusimos el negocio, Café Gregorio.

-¿Qué le supone el premio del Grupo de Hostelería?

-Después de 30 años, que nos reconozcan la labor, presta. Además creo que vamos por delante de la mayoría de los hosteleros. Ofrecemos más de cincuenta marcas de ginebra, y unas veinticinco de vermut. Tengo la suerte de que cualquier cosa que hago, la hago bien. Muy a menudo salgo en el programa de TV1, "Aquí la Tierra", en programas de pesca, o entrevistas; el pasado viernes todo el mundo pudo verme.

-¿Es usted un barman de camisa blanca, pajarita y coctelera en ristre?

-¡Qué va! Para mi desgracia no sé mucho de coctelería clásica. Los buenos cócteles llevan mucho tiempo.

-¿El gin-tonic es el hijo menor del gin-fizz?

-No lo sé, e ignoro cómo se hace un gin-fizz. Nadie nos lo pide. Nuestro fuerte son las ginebras, los vermuts y las cervezas. Y el café. Pero hoy, la copa por excelencia es el gin-tonic.

-¿Usted qué bebe?

-Desde hace trece años, nada, agua. Tuve problemas de salud que me obligaron a dejarlo.

-¿Cómo es su clientela?

-Muy buena, de un nivel medio alto, para mi buena suerte. Son gente preparada.

-¿Tiene una fórmula su éxito?

-No, todo es cuestión de tener mano izquierda, y yo la tengo. No es inmodestia, pero vendo lo que quiero. Ya dije que el intelectual es Chema, además del banquero de la familia; cuando necesitamos perres vamos a él. Es muy austero y gasta poco.

-¿Quién ha sido su maestro?

-Si hablamos del café, Ángel y yo no tuvimos. Ramón Coalla nos dio a conocer las primeras marcas de bebidas, pero en lo demás fuimos poco a poco, no hace falta ser ingeniero para manejar esto. Ángel es el gourmet.

-¿Y su político?

-Soy un hombre de izquierdas, pero no voto; no me gusta ninguno.

-¿Qué tiene como un tesoro?

-Una navaja que mi padre llevaba al monte. Entonces era la repera, pero ahora?

-¿Ha echado a alguien del café con cajas destempladas?

-Sí, a algún faltón, que los hay, y suelen ser los que menos hacen por la sociedad.

-¿Y sus cajas, son templadas o calientes?

-Las de los viernes y sábados, sí, son calientes. Las del resto de la semana, para pagar el agua y la luz.

-¿Cuál es la hora mágica?

-De las doce de la noche en adelante, cuando los clientes vienen de cenar. A veces les hago algunos juegos de manos que me enseñó Álvaro Dominguez-Gil y lo pasan en grande.

-¿Su enemigo es la abstemia?

-No, más bien el poco poder adquisitivo de la gente.

-¿Café Gregorio colma sus sueños?

-No me siento realizado siendo chigrero, pero ye lo que hay; en casa comemos gracias a ello.

-¿Qué aficiones tiene?

-La pesca por encima de todo. Pesco lubinas desde el pedreru y nunca me parecen muchas. También me gusta rebuscar por la playa; hubo días de encontrar ocho piezas de oro, valiéndome de un detector de metales, además de mi vista telescópica. Siempre lo hice, desde que tenía 12 o 13 años, pero ahora hay mucha bisutería.

-¿Tiene inquietudes?

-Sí, tengo grandes dudas de todo, pero no me atormentan.

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