"Mi nombre es Rolf Beyebach, alemán, apasionado naturalista, feliz jubilado, y padre de estas criaturas y de muchas otras". De este modo comenzaba en la tarde de ayer la visita "Un paseo por la naturaleza de Museo Evaristo Valle: árboles, bonsáis y un poco de historia" que acercó a los afanados visitantes al mundo de estos pequeños árboles, de la mano del propio Beyebach.

Este alemán afincado en España comenzó su pasión por los bonsáis en un viaje a Londres, allá por el año 1976, donde adquirió su primer ejemplar en unos grandes almacenes. "Me lo traje a Gijón, y a las dos semanas ya se le habían caído todas las hojas, pensé que me habían engañado", recuerda el maestro de ceremonias. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, ya que se trataba del ciclo de vida natural de este vegetal.

Beyebach explicó a los presentes, ante el asombro de los más pequeños -los más curiosos- que estos árboles son exactamente iguales a sus homónimos de mayor tamaño, no son especies distintas, sino que se convierten en miniatura a base de "mucha paciencia y dedicación", en un proceso que puede dilatarse hasta un decenio.

Hacerse con uno de estos árboles, que se originaron en China hace dos milenios, "es sencillo, únicamente es necesario elegir un árbol en un vivero, valorar las posibilidades que ofrece y llevarlas a cabo, tratándolos con mimo y mucha tranquilidad", enfatizó Beyebach. Para su cuidado, es necesario "un riego diario en verano", colocarlo "sin exposición directa al sol", una "vigilancia de las posibles enfermedades" y, sobre todo amoldarlos.

Este "arte de la paciencia" se basa en "recortar, alambrar y pinzar los brotes para darle forma", con unas pequeñas tijeras y alambre de distintos grosores. De esta forma, se consiguen formas dispares y singulares, como las de las dos docenas de ejemplares que recoge el "Espacio bonsái" del museo gijonés, creado por el naturalista hace ya más de dos décadas.

En este recatado espacio se pueden encontrar ejemplares que van desde bojs a hayas, pináceas o bambúes, de hoja perenne o caduca y de distintos tamaños y formas, además de bosquecitos de bonsáis, todos ellos recogidos en pequeñas macetas "para que no crezca tanto la raíz". Así, en ese pequeño espacio de un puñado de metros cuadrados, el visitante puede vivir la experiencia de recorrer un bosque sin apenas moverse, ya que Beyebach se cuida mucho de mantener en las macetas musgo, piedras o césped para conseguir "un trocito de naturaleza en miniatura".

Las joyas de la corona de la exposición son un "ginkgo biloba", un fósil viviente de la primera especie de árbol del planeta, originado hace 270 millones de años, algún abedul, la primera especie que brotó en Europa tras la glaciación, o varios cedros del líbano en miniatura, que tienen su réplica de varios metros de altura a escasa distancia, dentro del parque que conforma el museo.

De este modo, con la rotundidad que otorga la experiencia, Beyebach fue contestando a las dudas de los curiosos participantes en la visita, muchos aficionados, los más propietarios de alguna de estas especies "que se conservan mejor en exteriores", acerca de su cuidado, duración o cultivo, incluyendo sendas píldoras históricas para amenizar la velada en esta naturaleza en miniatura.