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Un millar de niños se van desde El Musel

En Leningrado tuvieron un gran recibimiento oficial como propaganda antifascista

Arriba, alumnos del Asilo Pola antes de irse a la URSS. Sobre estas líneas, niños vestidos de marinero con sus profesores tras llegar a Leningrado.

Todo se desmoronaba y quienes defendían la II República comprendieron que la derrota estaba cada día más cercana. El inicio de la desbandada empezó por los niños de los barrios obreros de El Natahoyo y La Calzada, fundamentalmente. Así que ante el avance de las tropas llamadas "nacionales" -que se habían levantado en armas contra la legalidad vigente- más de un millar de niños partieron del puerto El Musel en la noche del 23 de septiembre de 1937, a bordo del carguero francés "Deriguerina" que tenía su base en el puerto de La Rochelle. El barco zarpó de madrugada entre lágrimas, gritos, órdenes, explosiones de obuses y bombas.

Al frente de la expedición estuvieron Pablo Miaja -un viejo maestro republicano de gran prestigio en Oviedo- y su mujer, así como otras maestras, maestros y educadores, hasta un total de cuarenta. Entre las maestras se encontraban Libertad Fernández Inguanzo, Luz Mejido, María Bayón, María Luisa Rodríguez...que fueron quienes se encargaron de su educación. De acuerdo con el sistema soviético, por supuesto.

A dos hijas de mi padre se las llevaron a Leningrado . En aquel viaje iban dos hijas de mi padre Manuel Fernández Menéndez "Manolo Jovina" quien junto con su cuñado Eduardo Foces Roldán -que había hecho las obras de la "Casa Blanca", en la plaza del Instituto, donde se encontraba la sede del Consejo Soberano de Asturias y León- trabajaron como albañiles en la construcción de los fortines en el puerto de Tarna, a las órdenes del comandante republicano Manuel Sánchez Noriega "El Coritu": Lolina -quien pasó toda la larga travesía llorando y murió de un fallo del corazón a los pocos días de llegar a Leningrado, ante la honda pena que le había causado separarla de sus abuelos con los que vivía, ya que era huérfana de madre- y Ana, a quien conocí en Gijón después de haber muerto mi padre. Ellas estudiaban en el Asilo Pola y la autorización para que viajasen fue firmada por su tía Anita quien vivía en El Cerillero, lo que supuso un terrible disgusto para mi padre cuando regresó del frente de Tarna y se enteró. Ana me contó que era un carguero oscuro, muy destartalado y en el que ni había comida para alimentarles. Tuvieron que viajar en las bodegas sobre paja y abrigándose del frío con unas mantas. Del viaje siempre guardó con amargura lo mal que todos lo pasaron.

Dos semanas de travesía hasta la Unión Soviética. Aunque el rumbo del destartalado carguero francés inicialmente era hacia Burdeos, el acoso en alta mar del "Almirante Cervera" les hizo variar su destino y desembarcar al millar de niños en Saint-Nazaire donde los recogió el buque soviético "Kooperatsiia" (Cooperación) y tras hacer escala en Londres a la mitad de ellos los trasladaron al barco "Félix Dzerzinski" bautizado así en homenaje a quien había sido en 1917 el inventor de la checa soviética.

Después de una larga travesía de dos semanas por tres mares con constantes oleajes -lo que provocó mareos y vomitonas a la mayoría de los niños y que solamente amainaron al atravesar los mares del Báltico- llegaron al puerto de Leningrado donde fueron recibidos por las autoridades con bandas de música, como si se tratasen de héroes.

Mi hermana Ana me contó que aquel recibimiento les emocionó. No había sido por casualidad el recibimiento oficial, ya que se trataba de una campaña propagandística contra el fascismo en España. A todos los niños les facilitaron medios para lavarse, ropa marinera y comida, además de ser revisado su estado de salud por parte de los médicos soviéticos. Desde allí se les distribuyó en centros de acogida que se llamaban "Casas de Niños" que pertenecían a los sindicatos e, incluso, en algunos palacetes expropiados durante la llamada Revolución de Octubre. Había dieciséis casas en toda la Unión Soviética y once de ellas en Rusia. La vida en general en las "Casas de Niños" ha sido recordada por ellos como un paréntesis alegre entre las dos guerras cuyas consecuencias sufrirían, ya que pronto también serían víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Mi hermana Ana acabó residiendo en Yalta (Crimea) donde se licenció en Farmacia.

La primera vez que escuché la voz de mi hermana Ana fue gracias a un disco de cartón que llevaba un paisaje de Yalta con un ciervo y ella cantaba el cuplé de Juan Martínez Abades "Serranillo". Mi padre tardó muchos años en lograr saber del destino de sus hijas. Debido a que no se podía recibir correspondencia de la URSS logró comunicarse con la única hija que sobrevivió de aquella gran tragedia de separación de familias a través de un inglés, quien recibía sus cartas y las cambiaba de sobre. El inglés y su esposa nos visitaron a finales de los años cincuenta y viajaban en un espectacular descapotable que causó furor, ya que en aquellos tiempos no circulaban ese tipo de automóviles.

La Casa de España, en Moscú. En 1977 tuve la oportunidad de ir a Rusia. Permítaseme un recordatorio personal para enmarcar el escenario. Cuando en 1968 me entregó mi primer pasaporte el jefe de la Brigada Político Social, Juan Manuel Sánchez Píriz, para ir a París en viaje de fin de curso con mis compañeros del colegio Corazón de María, me advirtió que aunque el documento ponía que no se podía ir a la Unión Soviética ni a sus países satélites, si lo hacía él se enteraría y no saldría más de España. No se me había pasado por la cabeza, claro, pero los controles policiales así estaban en aquellos tiempos. Nueve años después, en Moscú me reuní con mi hermana Ana y allí conocí a sus dos hijos Mariana y Vladimir Gramatunovo. Yo estaba empeñado en ir a visitar la Casa de España, que estaba en la céntrica calle Kuznetsky Most, muy cerca de la Lubianka de la KGB, pero mi hermana se oponía hasta que le dije que iría con o sin ella. Así que no le quedó otro remedio que acompañarme. La "Casa de España" estaba en el segundo piso de un viejo edificio. En el primero se encontraban las dependencias de la Cruz Roja. Allí todo es muy normal: carteles turísticos españoles, panfletos antidictadura fascista, unos cuantos desocupados jugando a las cartas y un póster de "La Pasionaria". Desde que el Partido Comunista de España -entonces con sede en París- protestó por la invasión de Hungría en 1956 por parte de las tropas soviéticas, allí no entró un rublo más. La "Casa de España" tenía un humilde salón de actos y las sillas estaban de cara a la pared. En el escenario había una gran pancarta: "Viva el heroico Partido Comunista de España". A los españoles que encontré en la "Casa de España" les gustaba que les llamen "los españoles del alma partida". Y la palabra Asturias despierta vivencias insondables dentro de su ser. Allí coincidí saludando a todos con una mujer a la que me presentaron como Elena, la que había sido secretaria de Dolores Ibárruri "La Pasionaria".

Mi intención era hablar de la situación en Rusia y ellos querían hablar de España. A caballo entre los dos países hablamos, pensamos, discutimos y comparamos. Hasta que dijeron: "Los problemas de Rusia que los arreglen los rusos. A nosotros, lo que nos interesa son los problemas de España y ver las posibilidades que hay para solucionarlos. Nosotros somos españoles y queremos volver a nuestra tierra pero no tenemos con qué?"

Desde 2005, un monumento les rinde homenaje en el paseo de la playa del Arbeyal. Y la escultura precisamente es obra de uno de ellos, Vicente Moreira Picore. Lo triste es que se fueron huyendo de una dictadura, pero se encontraron con otra. En la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas les dieron educación, pero no la ansiada libertad por la que sus familias les hicieron huir de Gijón.

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