Un poder oculto vela por la Iglesiona de Gijón, hoy basílica de la diócesis y desde 1924 a 1998 templo y residencia del Sagrado Corazón, en manos de la Compañía de Jesús. Su historia constituye un conjunto de capítulos extraordinarios que sobresalen sobre los de cualquier otro templo, a excepción, faltaría, de la iglesia mayor de la diócesis, la Catedral de Oviedo.

La Iglesiona pasó de "hoguera histórica" -un prerrepublicano día 15 de diciembre de 1930-, a basílica menor, así intitulada por el Vaticano por obra y gracia del arzobispo Osoro e impulso de su primer rector, Julián Herrojo. También pasó de ocho encarnizados pleitos civiles y canónicos de gran relevancia y previos a su edificación, a un largo periodo de florecimiento en la atención pastoral dispensada por los Jesuitas.

Y pasó, finalmente, de la Compañía de Jesús, grietas incluidas, a la titularidad diocesana con un episodio poco esclarecido que hoy mueve a un grupo de sus feligreses a reunir firmas para reclamar enérgicamente a la Compañía que devuelva al templo gijonés dos de sus piezas fundacionales: el extraordinario Cristo de la Paz, del escultor Miguel Blay; y el monumental y trabajado sagrario -de un metro cúbico de envergadura-, construido por la casa Tiestos. Ambos elementos fueron donados de uno u otro modo por los gijoneses de las primeras décadas del siglo XX, pero se fueron de la Iglesiona en 1998 -con el sentimiento abatido del Padre Patac y de otros veteranos jesuitas-, y hoy ilustran magnamente otro templo de los Jesuitas, el de la parroquia de la Merced de Burgos.

Pero, yendo al comienzo, la Iglesiona acumuló antes de su construcción ocho contenciosos y juicios entre 1911 y 1917 que incluso llegaron hasta el Tribunal Supremo, a la Rota española y al mismísimo Papa Benedicto XV.

Previamente, y gracias a la donación dineraria de Barbarina Valdés-Hevia, y de la inmobiliaria de Ana María Díaz, viuda de Ladislao Zulaybar, y de sus hijas Filomena y Carmen (una finca rectangular de 68 por 17 metros con dos chalés), los jesuitas abordan la construcción de la Iglesiona. Pero todo fueron impedimentos. Un primer proyecto arquitectónico de Manuel del Busto resulta frustrado. "Era el aviso del Sagrado Corazón de Jesús, que para reinar en Gijón exigía un edificio más suntuoso y un trono más elevado", dirá en 1924 el vehemente padre Nemesio González, en el manuscrito "Residencia de Gijón. La Iglesia y sus pleitos".

Se acude entonces al arquitecto Juan Rubió i Bellver, discípulo de Gaudí, que diseña un templo cuya fachada es modificada, probablemente, con la intención de colocar la gran estatua del Sagrado Corazón en su punto más alto. El arquitecto Miguel García de la Cruz se encarga de los cambios y Claudio Alsina es designado contratista de la obra. Es entonces cuando comienzan los contenciosos. "La solicitud de edificar el templo les cayó a los concejales como una bomba, y más que desprevenidos les cogió desconcertados", dirá Nemesio González en su escrito. "En el Ayuntamiento de entonces, entre socialistas y republicanos, daban una mayoría suficiente para atropellar con sus votos el imperio de la razón", agrega.

El Ayuntamiento exige a los jesuitas un retranqueo del edificio de diez metros, para evitar accidentes con el tranvía. Con ello, "dejaba de ser iglesia y apenas pasaba de capilla", dice Nemesio González. La Compañía contraargumenta con simpática retórica: "La amplitud del vestíbulo, desde cuyo fondo, y cruzando las visuales, se puede divisar el tranvía a 15 metros de distancia, unido a que el tranvía no es una bala máuser, no equivale a tener la vida pendiente de un hilo".

Con la misma ironía, cuando no sarcasmo, los jesuitas ponen el caso del teatro Jovellanos, que entonces se hallaba en el solar de la actual biblioteca pública: "Sabido es que las multitudes, por desgracia, más que a la iglesia afluyen al teatro, y los abonados de éste corren más peligro de ser atropellados, a menos que se sostenga que los que van al teatro por la noche tienen la cabeza más firme que los que salen de la iglesia por la mañana". El Ayuntamiento se mantiene en su exigencia, pero los jesuitas ganan el recurso de alzada ante el gobernador de Oviedo. Sin embargo, el ministro de la Gobernación le da la razón al Consistorio y la Compañía acude al Tribunal Supremo, que zanja a favor de los Jesuitas.

Además de ello, también llegaron las pugnas canónicas. El párroco de San Pedro, Ramón Piquero -santo varón apreciado por los gijoneses y al que los milicianos rojos protegerían durante la Guerra Civil-, recibió el apoyo del prestigioso sacerdote Maximiliano Arboleya para exigir al obispo que impidiera la construcción del templo en un territorio que pertenecía a la veterana, y entonces única, parroquia urbana de Gijón.

Pero el obispo aprueba la construcción y Piquero apela ante el metropolitano de Santiago, cardenal Martín de Herrera. La sentencia sale nuevamente a favor de los jesuitas y el párroco acude entonces al Supremo Tribunal de la Rota de la Nunciatura Apostólica en España, que dictamina también de modo favorable a la Compañía. Piquero también escribe al Papa, pero ya no hay nada que hacer. Los jesuitas tiene toda la influencia y poder. Llegada ya la construcción del templo, desde fechas muy tempranas ciertas grietas hicieron su aparición en la fachada de la iglesia. Pero la cosa hubo de esperar a 2002, cuando se realice el diagnóstico definitivo mediante sutiles cálculos y simulaciones informáticas. Era un problema de cimentación por la retirada de arena a causa de las corrientes subterráneas. El resultado: un hundimiento de milímetros que ha descompuesto las fuerzas del edificio. El jesuita Ricardo Viejo Feliú -hermano del que fuera presidente del Real Sporting-, dejó escrita una historia del templo en la que se refiere a la primogenitura de las grietas: "No era raro advertir grupos de ociosos que se detenían ante la obra en construcción para mirar, con la boca abierta y los ojos desorbitados, cualquier fisura y se iban acelerados con fingidos mohines de temor".

Un odio subterráneo a los Jesuitas, ya evidente entonces, explota el 15 de diciembre de 1930, día de huelga general en Gijón tras los levantamientos de Jaca. "Las pedradas vuelan hacia las vidrieras y bajo la primera bóveda del templo y fuera de él ardían en sendas hogueras avivadas con gasolina imágenes, bancos, confesionarios, candelabros, paños de altar...". En ese momento, sufre graves daños el sagrario monumental, que habrá de ser restaurado en Madrid, pero el Cristo de la Paz se salva por una trágica carambola: "Cuando un asaltante intentó desclavar el Cristo de Blay, sonó un disparo desde el coro". El fallecido era Carlos Tuero, de 25 años.

Sagrario y Cristo no sólo habían salido del bolsillo de los gijoneses devotos, sino que incluso se habían mezclado con la sangre de habitantes de la Villa de Jovellanos, aunque fueran rojos y revolucionarios. Un poder oculto vela ahora por el retorno de sendas piezas a la Iglesiona.