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Aquella gran polémica popular sobre la ubicación de la nueva iglesia de San Pedro

Muchas personas eran partidarias de proseguir con las excavaciones arqueológicas hasta la mar

Alumnos de La Salle, junto a las obras de la nueva iglesia de San Pedro.

Tras aquellos años tenebrosos de hambre, terror y mercado negro surgió el negocio del estraperlo que, tal como sucedió durante la Ley Seca en Estados Unidos propició la creación de grandes fortunas al socaire del poder. En ese ambiente se inició la reconstrucción de nuestra ciudad. Hacía falta dinero para afrontar las cuantiosas obras de todo lo destruido, por lo que hasta el Sporting cedió sus trofeos al Tesoro Nacional y se publicaban anuncios que animaban a la gente afirmando que: "No por ser de oro tu reloj te da la hora mejor. Entrégalo al Tesoro Nacional y sustitúyelo por otro más modesto y quizás más eficaz". Ante aquel desalentador panorama gastronómico se empezaron a organizar comidas benéficas con el título "Día del Plato Único y sin Postre" en comedores sociales, casas cuna, gotas de leche y orfelinatos. En los periódicos se aconsejaba que después de las comidas había que hacer patria usando el dentífrico español "La Toja".

Prioridad a la reconstrucción de la iglesia de San Pedro y del Club de Regatas. A finales de 1939, la Comisión Provincial de Monumentos acordó que la iglesia parroquial de San Pedro que había sido la primera iglesia desde el año 1833 totalmente destruida y era considerada como la catedral de Gijón fuese reconstruida en el mismo lugar en el Campo Valdés, adjudicando el proyecto a los arquitectos Federico y Francisco Somolinos, a quienes también se les había encargado el pabellón de verano del Club Astur de Regatas que había recuperado su denominación originaria de Real.

La gran polémica sobre el nuevo emplazamiento de la iglesia. El diario "El Comercio" publicó el día de Nochebuena de 1939 la decisión de la Comisión Provincial de Monumentos de que el templo debía de ser reconstruido en el mismo lugar, ya que "se consideró que respetando la historia, la tradición y aún el sentimiento, la Iglesia Mayor no puede tener otro emplazamiento que el que ocupó siempre. El Gijón antiguo se agrupa frente al mar. Allí la iglesia era una divina guía para los hombres que se lanzan en embarcaciones a arrancar la pitanza del Cantábrico. Cuando regresaban hacia tierra, el primer punto de referencia, la iglesia de San Pedro, lo era todo para aquellas gentes sencillas y religiosas, amantes de la familia y el hogar. La vieja iglesia desbordaba oraciones en las lanchas pesqueras y en los días de galerna ver su torre entre la bruma significaba la salvación. San Pedro tiene una fuerte tradición marinera. Alma de nuestro mar no debe levantarse en otro emplazamiento que el secular entregado a las caricias del Cantábrico y presidiendo toda la incomparable concha playera de Gijón".

No obstante, las obras no fueron iniciadas hasta el año 1945 debido a que se produjo una gran polémica sobre la ubicación del templo parroquial ya que algunas personas recordaron que en el año 1902 Claudio Alvargonzález había descubierto termas romanas bajo el Campo Valdés, que entonces se llamaba paseo de San Pedro y que concluía frente a la pared de la iglesia que iba hasta el mismo muro de San Lorenzo. Muchos ciudadanos defendieron que había que aprovechar la destrucción del templo para proseguir las excavaciones hasta la mar, ya que los restos arqueológicos más importantes tenían que estar bajo su cimentación.

Júbilo por ser una de las ciudades más populosas de España. Gijón iniciaba la década de los cuarenta superando los cien mil habitantes, lo que la convertía en una de las ciudades más pobladas de España, lo que motivó una explosión de júbilo en "El Comercio" que publicó el siguiente comentario: "Hemos salido del montón de ciudades y villas menores para pasar a una categoría que sólo ostentan unas pocas de España. Y que conste que en esta satisfacción evitamos engallamientos pueblerinos. Las cosas no son más por el nombre o por la clasificación que se les da, sino por lo que en sí mismas representan. La pujanza, actividad, brío y potencia industrial, marítima y comercial de Gijón, el trabajo constante y digno de sus hijos, y todo eso que constituye la fuerza e historia de un pueblo es lo que principalmente interesa y proporciona rango y valor".

En 1940, los restos de Jovellanos fueron trasladados desde el desván de la Escuela de Comercio -donde los había preservado de la destrucción "Pachín de Melás"- a la capilla de Los Remedios, colindante con su casa natal y desde donde en vida asistía a los oficios religiosos desde el balcón familiar. En contra de lo que mantenía el alcalde Avelino González Mallada, Jovellanos iba a misa.

"El Manantial" fue el primer restaurante que recurrió a la publicidad. En 1941, Celestino Manzano abrió "El Manantial" en el número 54 de la calle del Marqués de San Esteban. Fue uno de los primeros restaurantes que recurrió a la publicidad para atraerse la clientela y ofrecía en los anuncios: sopa de mariscos y gallina, pollo asado con patatines, merluza frita en con salsa verde, cordero asado, cordero frito con guisantes, chuletas de cerdo con pimientos, huevos a elegir y almejas a la marinera. En la posguerra, tras la liberación de la venta y circulación de las patatas y de las alubias en 1944, el personal se iba animando y, aunque apretándose el cinturón, la fiesta volvía a las cocinas gijonesas tras tantas tragedias familiares.

Los carnavales fueron erradicados por la represión política. No obstante, la represión contra las libertades proseguía de forma implacable, por lo que también erradicaron el tradicional carnaval -solamente Cimadevilla hizo caso omiso- con una circular por la que se suspendieron todos los festejos desde el domingo de la sexagésima hasta el primero de Cuaresma en la que se prohibía "el uso de cualquier clase de caretas y disfraces en calles, cafés, casinos y círculos extendiéndose la prohibición a toda clase de lugares y edificios públicos y privados".

Implacable fue la crítica de "El Comercio" -al posicionarse al lado de las fuerzas vencedoras de la contienda haciendo caso omiso a nuestras tradiciones- a unos festejos que gozaban de un alto nivel de participación popular, pero los tiempos eran diferentes: "Ha pasado el carnaval. ¿Algunos de vosotros ha tenido la necesidad de enterarse de ello? Seguramente no. Queda muerto y bien enterrado ese fantasmón o, mejor dicho, ese mascarón que en la mayoría de los casos no era más que la representación viva y lamentable del mal gusto. Se fue sin que dejara otra cosa que una huella lejana de recuerdos molestos. El Carnaval era, ante todo, el imperio de los guiñapos, de los sucios disfraces, del abuso y la desfachatez, del soltarse los fueros del libertinaje. Cantera de aburrimientos, la gente se echaba a la calle para aguantar con paciencia las más estúpidas bromas, impertinentes, tontas, del más descarado mal gusto. Y no hablamos de aquellos grupos que sólo salían con el ánimo de explotar el bolsillo de cuatro papanatas. Por razones de educación pública había que ponerle fin. Y ya vemos que la gente no lo echa de menos. Hoy, miércoles de ceniza, día para los arrepentimientos, seguramente muchos y muchas -¡ojo al dato del feminismo en aquellos tiempos dictatoriales!- de los que tomaron parte en la organización de tan poco edificante festival piensen contritos en el gran mal social que cometieron".

Pero, como es sabido, la historia siempre la escriben los vencedores, aunque no siempre con rigor y exactitud, sino en función de sus intereses. Todo lo anterior era, por tanto, deleznable y había que erradicarlo.

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