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Cabeza de Hierro y corazón de oro

El polifacético José María Peláez, campeón de España de lucha, llegó a Cimavilla con la guerra y se hizo corneta del Batallón "Gorki"

Peltop, con una toalla blanca, abraza a Carson LNE

"Lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años". Este podría ser el epitafio José María Peláez Prieto del que aseverar que era polifacético es quedarse corto. Campeón de España de lucha grecorromana, socorrista, remolcador de barcos, delegado de la Cruz Roja de la Mar, profesor de defensa personal de la policía, corneta del Batallón Gorki, escritor -en prosa y verso, nombrado poeta de los océanos por la Fundación Titanic-, cantante, correligionario de Tierno Galván y colaborador del asentamiento del Partido Socialista Popular, amigo de Onassis y Cousteau y hasta secuestrado por ETA. No es el guión de una película sino destellos de la vida de Peltop, la "cabeza de hierro" recubierta por su sempiterna gorra de capitán marinero que sólo se quitaba "ante el dios Eolo".

El guionista de todas estas hazañas, si alguien se animase a filmar sus hechos heroicos, no podría ser otro que su amigo del alma Rafa Lorenzo, el cantautor que no sólo le dedicó un tema sino que compartió micrófono para dejar para la posteridad la interpretación de "Los vaqueiros na fiesta los dolores de San Martín". Y también quien ejerció de confesor, durante muchos años, de este asturiano de pura cepa, férrea testa y robustos principios nacido en Oviñana el 24 de enero de 1924 en el seno de una familia humilde. Un "farriego" -como apodan en su localidad natal, por herencia vikinga, a los hombres fuertes y de mucho carácter-, hijo de un relojero y una maestra de escuela, católica y republicana, en la parroquia de San Martín de Luiña, en el concejo de Cudillero, era el mayor de tres hermanos.

El primer instinto que floreció en él fue el de supervivencia, antes incluso de recaer junto a su familia en Gijón, en el barrio de Cimavilla, huyendo de las tropas golpistas en los primeros coletazos de la Guerra Civil. Allí pasaron mucho tiempo escondidos. Con doce años se unió a las juventudes libertarias en calidad de corneta del batallón Gorki. Quiso el tiempo que muchos años después, en un homenaje llevado a cabo en el teatro Jovellanos, le regalaran precisamente un cornetín que hizo sonar con brío.

Pero la fama le vino con la lucha. Su primer contacto con el boxeo, que resultó infructuoso, llegó en 1945 mientras prestaba servicio militar en Cádiz, después de unos primeros meses en Ferrol, donde juró bandera. Allí se convirtió en asistente y escolta del almirante Fausto Escrigas Cruz, casado con una asturiana. A su vuelta a Gijón, y tras casarse con su esposa y madre de sus tres hijos (Luis, Charo y José María), Elena Blanco, compagina el trabajo en una compañía de seguros con los combates para aficionados de lucha grecorromana para paliar la escasez de ingresos en el núcleo familiar. No es hasta 1948 que ejerce el combate de forma profesional, acompañado por su hermano Manolo (alias Peltop II).

Pronto comenzó a llenar las plazas de toros de Buenavista y El Bibio, el Continental, el Parque Japonés, el cuartel de Santa Clara o la pista María Agustina de Turón. Ante él rodaban por el cuadrilátero nombres de fama internacional como Henri Plata, Kid Zambia, Víctor Ochoa, Kid Ceñal, el Indio Peruano o el Cachorro de Navarra. Todos sucumbieron ante la "cabeza de hierro" que hizo giras por Europa y América en una época dorada en que la lucha era un fenómeno de masas que motivaba altas pasiones de los aficionados -en Asturias, gracias a él en gran medida- como atestigua una frase rubricada por el propio Peltop (anagrama de sus apellidos con que se anunciaba en los carteles). "Si nos dejáramos influenciar por el público, se repartirían los brazos y las piernas como las orejas y rabos en los toros".

Lo que pocos sabían es que había truco en sus K. O. Peltop se curtió desde bien joven en estas lides. Junto a otros niños, forró su cabeza participando en peleas a cabezazos donde apostaban bolsas de castañas cocidas en lugar de dinero. Las reglas fijaban la obligatoriedad de estas de rodillos, con los puños en el suelo y, frente con frente, intentar derribar al contrario. Un curso acelerado para triunfar luego en estas lides de las que ostentó el título de Campeón de España en 1953, otras tres veces subcampeón nacional, y siete veces campeón de Asturias. Pero una velada la alegría casi se convierte en llanto. Resulta que llevaba tan a gala su asturianía que al alzar uno de sus títulos regionales subió al ring con una banda con los colores de la bandera asturiana por lo que fue reprendido por las autoridades que le instaron a mudarla por una enseña nacional. Hizo caso omiso y pese a los intentos de la autoridad por llevarlo preso sus buenas relaciones con periodistas y gerifaltes calmaron las aguas. No así la cuantiosa multa que tuvo que abonar por la indisciplina.

Incluso hizo horas extra por sus amigos. Sucedió en la capital, en un bar de Madrid y en compañía del celebre y añorado Ladislao de Arriba. Entró un malhechor que además del dinero de la caja y los presentes se encaprichó de una cazadora del viejo Ladis. En un descuido del delincuente Peltop se abalanzó sobre él y ya no supo por dónde le venían los golpes. Con voz profunda le dijo, "ahora lárgate y que no te vuelva a ver por aquí". Peltop imponía.

Ya con cicatrices se apeó del cuadrilátero pero sin poder desengancharse de esa pasión. Combatió el gusanillo como profesor de defensa personal de la policía y preparó a jóvenes deportistas que adquirieron luego notoriedad como "El Gordín", "El Flecha" o "Pirulo" y otros que destacaron en contrapuestas facetas como el cantante Danny Daniel. En 1956, en el Mirador de Tineo, colgó las botas y se echó a la mar. Pero eso ya es otra historia y, como dicen en las películas, "To be continued".

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