"Güelito, mira que pila de gente hay". Puede que la pizpireta rubiales no tuviera aún edad para sumar entre cientos y miles pero sí que tenía las cosas muy claras. Aún faltaba media hora para que Magos de Oriente salieran de sus primeros aposentos gijoneses y el Acuario de Poniente ya estaba rodeado. Muchos niños pero más padres y abuelos reconvertidos en fotógrafos y cineastas gracias a sus teléfonos móviles. Era difícil distinguir quienes estaban más emocionados, si los mayores o los pequeños. Había magia para todos en el ambiente.

Pero cuando, precedidos por el Príncipe Aliatar, la banda de música, el séquito y el dispositivo de seguridad, salieron Melchor, Gaspar y Baltasar para iniciar su cabalgata matutina al borde del Cantábrico llegó la locura.

Gritos y carreras en familia para poder acompañar a los Magos en todo el recorrido desde Poniente y hasta la plaza del Marqués. Besos, abrazos y guiños de sus Majestades a lomos de sus camellos. Fueron ellas -las tres son chicas y responden a los nombres de Carmen, Pantoja y Brigitte- quienes hicieron las delicias de los más diminutos. Bocas abiertas de quienes, casi seguro, nunca habían visto un animal así. Camellas y reyes se repartieron los aplausos .

A medio camino de la calle Rodríguez Sampedro se fundían los gritos de los pequeños que veían pasar el desfile con los gritos de los pequeños que llamaban a sus héroes desde la plaza del Marqués, donde esperaba el equipo de gobierno municipal al completo, con su alcaldesa Carmen Moriyón al frente.

Era el momento de garantizarse que los regalos pedidos llegarán a su destino. Y los más pequeños dieron el do de pecho:

-¿Habéis sido buenos?

-Sííííííí.

-¿Habéis estudiado mucho?

-Sííííííí.

-¿Habéis ayudado en casa?

-Sííííííí.

Delante del Palacio de Revillagigedo y frente a la estatua de Pelayo, Melchor, Gaspar y Baltasar se bajaron de las camellas y, uno a uno, fueron besando a las decenas de niños que se arremolinaban tras las vallas de seguridad. Un guiño, un mensaje, una sonrisa, unas palabras o una carta de última hora recogida directamente por los reyes. Siempre acompañados de sus pajes reales. "Lo he saludado y me ha dado un beso", confesaba tímida Estela García tras pasar unos minutos con Baltasar

Ya era mediodía. Casi dos horas largas llevaban los tres Magos de Oriente de paseo por Gijón y el gentío no bajaba. Un cielo azul despejado y unas temperaturas más altas de lo esperado eran el acompañamiento perfecto. Nadie quería irse a casa. Ni siquiera con la promesa paterna o materna de volver a ver a los Reyes Magos en la cabalgata de la tarde. Como mucho algún pequeño se dejaba tentar por un globo de Bob Esponja o una corona de papel.

Tampoco los Magos estaban dispuestos a dar por zanjada la mañana con el baño de multitudes de la plaza del Marqués. Melchor, Gaspar y Baltasar se dieron un paseo en coche descapotable por las calles del barrio de Cimadevilla antes de llegar a la Casa Consistorial. A las puertas del Ayuntamiento les esperaba una larga cola de gijoneses de todas las edades que querían compartir unos minutos con los Reyes en la recepción pública prevista, y que duró hasta última hora de la mañana.. Y en el salón de recepciones les esperaban tres tronos colocados bajo la atenta mirada de un gijonés de nombre real: Gaspar Melchor de Jovellanos.