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FERNANDO MENÉNDEZ | POETA, PROFESOR Y GRAFISTA

Los primores del calígrafo

Es autor de una cotizada colección de unos 300 singulares manuscritos, con textos propios y ajenos, que acaba de donar a la Biblioteca Jovellanos

Los primores del calígrafo

Le gustan las texturas de los papeles, los portaplumas, el acerado brillo del plumín sin estrenar, las tintas y los muchos tipos de letra que él dibuja con la paciencia y la minucia con que iluminaban sus códices los monjes medievales frente a sus escribanías. Ese amor por una caligrafía que aspira a sacarle a cada letra su belleza renovada le viene de niño, de cuando frailes y maestros castigaban sus travesuras poniéndole a copiar cien veces y una más cualquier frase idiota en el cuaderno escolar. Nunca ha dejado de escribir con pluma. Y, además, ha hecho de esa inclinación hacia la escritura mimada una manera de expresarse a través de singulares manuscritos: páginas hermosas confeccionadas totalmente a mano, cosidas por él mismo, en las que reúne textos propios y ajenos. Una prodigiosa y cotizada colección de unos trescientos ejemplares únicos, elaborados a lo largo de las tres últimas décadas, que acaba de ceder a la Biblioteca Pública Jovellanos.

Su autor, el poeta y aforista Fernando Menéndez, jubilado profesor de Filosofía, se ha desprendido de ese insólito tesoro -un muy variado repertorio de técnicas y materiales- como quien, más que ofrecer una generosa dádiva a su comunidad, se quitara un peso de encima. Quizás piensa, como Heráclito (los presocráticos son desde siempre santos de su devoción lectora), que nada es permanente salvo el cambio.

Fernando Menéndez es un tipo duro de oído, pero con una capacidad especial para ver la escultura de las palabras y para escuchar otra música en el verbo, la que los demás no logran escuchar. De ahí sus primores caligráficos y la quincena de libros que ha publicado. Le interesa la brevedad, el fragmento, la síntesis; es decir, aquello que dice mucho sin gastar demasiadas salvas retóricas. Poesía del silencio y aforismos que, como él mismo ha escrito, no se agotan en las apariencias.

Mierense de 1953, hijo del contable de Mina de Quirós, llegó de niño a Gijón, donde estudió con los Jesuitas y en el Corazón de María. La suya fue una infancia un poco itinerante debido a los empleos paternos, llevando cuentas a empresarios de aquí y de allá: de Ferrol a Oviedo o Santander, y vuelta a la villa de Jovellanos. Un padre que vivía de hacer números, pero que citaba a Julián Besteiro y tenía en la biblioteca familiar a Galdós, a Palacio Valdés y a Juan Ramón Jiménez. Un propensión a la lectura que Fernando Menéndez ha heredado.

El joven letraherido se matriculó, sin embargo, en Medicina. Un deseo de emular, tal vez, a la hermana mayor. Se cansó pronto, así que optó por seguir los consejos de un amigo, Javier Orejas, que estudiaba Psicología en Salamanca. Y en la ciudad del Tormes, el unamuniano alto soto de torres, fue de cabeza a Filosofía Pura.

Fernando Menéndez, que ya escandía versos, trabó amistad con Ortega Carmona, vicerrector entonces y director de la Biblioteca de Autores Cristianos. Y también con Aníbal Núñez, uno de los mejores poetas de su generación. Y con las gentes del grupo "La Orilla Izquierda", que frecuentaba el también poeta y crítico Jaime Siles. A aquella tenidas iban desde Antonio Gamoneda a Jesús Hilario Tundidor.

Días y noches que afirmaron en el autor de "Los sueños de las sombras" su vocación literaria. Con Aníbal Núñez entró también en los mundos de la pintura. De ahí tomó técnicas que aplicaría más tarde en sus obras caligráficas. Rehizo sus poemas. A su regreso a Gijón, tras acabar la carrera, publicaría "Sinfonía interior" y participaría en las tertulias y publicaciones de "Aeda". Por allí andaban el editor Álvaro Díaz Huici, Juan Muñiz, Pedro Luis Menéndez o Julio César Iglesias.

Su profesor de Lógica, Vicente Muñoz, le escribió una tarjeta para que la presentará a Gustavo Bueno. Fernando Menéndez quería hacer su tesis sobre María Zambrano, pero el creador del materialismo filosófico estaba en otra cosa. Fungió de profesor interino en el Alfonso II, en Oviedo, aunque anduvo también por aulas de Salas y Grado antes de recalar, primero, en el instituto de Roces y más tarde en el de El Piles, donde le llegó una de esas jubilaciones anticipadas. Ha sido un enseñante al que le gustaba más la tarima que las burocracias académicas, el enredamiento propio de cada una de las recurrentes reformas educativas del PSOE y el PP. Ha dicho alguna vez que, al explicarla, también se aprende filosofía.

Los aforismos de Fernando Menéndez son de obligada inclusión en cualquier antología española del género. En esos manuscritos (la Biblioteca de Asturias adquirió en su día algunas de esas bellas piezas) ha caligrafiado no sólo su escritura lírica o aforística, sino también la de otros muchos autores españoles, franceses, italianos... En Italia, precisamente (la Associazione Italiana per l'Aforisma) reconocieron su talento con un premio. Está siempre tajando el lápiz del lenguaje.

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