No hay vendaval que frene a los devotos de San Blas. La parroquia de Jove fue ayer, como cada día 3 de febrero, un hervidero de fieles de un santo milagrero y muy querido, asociado en la tradición cristiana a la sanación de los males de la garganta.

No en vano se recuerda cada año cómo el que acabaría siendo mártir salvó la vida de un niño que se ahogaba al clavársele en la garganta una espina de pescado. Es por ello que la devoción de los fieles no decae y cada año, arremolinados junto a un templo que se queda pequeño, todos piden protección al santo patrón de los laringectomizados.

No por ser una de las primeras fiestas del calendario se arredran los ánimos. Decenas de personas salieron ayer, de nuevo, como viene siendo tradición desde hace muchos años, en concurrida procesión por los alrededores de la iglesia. Hay quien recuerda, pasada ya la cincuentena, cómo la de Jove es una de las fiestas a las que acudía en la infancia para pedir la intervención protectora del santo.

Y si todos los años se repite el ritual de la misa cantada y la procesión, no se queda atrás la concurrida venta de rosquillas. Más de 600 kilos a la venta que volaron en un santiamén, convertidas en recuerdo de la peregrinación a Jove y bendecidas por el párroco, José Manuel Álvarez, para que hagan bien a todo aquel que las deguste.

Es ya todo un clásico el trajín que se vive en los salones parroquiales, llenos hasta arriba de paquetes de dulces por los que hacen cola mayores y pequeños. Y para cerrar la fiesta fueron precisamente los más jóvenes los protagonistas, con la celebración de una misa especial dedicada a estimular la devoción hacia un santo que, afirman sus fieles, "nunca falla".