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Abrazos de Manos Unidas en África

Dos veteranos misioneros apoyan con su presencia en Gijón un proyecto solidario de la entidad para equipar catorce escuelas en Mozambique

Rolando Ruiz -a la izquierda- y Juan Antonio Fraile, ayer, frente a la iglesia de San Lorenzo. MARCOS LEÓN

Manos Unidas, la ONG española que lleva desde 1958 trabajando por los países más necesitados de la Tierra, acaba de presentar su proyecto asturiano, que consiste en un equipamiento de 14 escuelas de secundaria en Mozambique. Para ayudar a difundir esta necesidad han acudido a la presentación dos misioneros, Juan Antonio Fraile Gómez y Rolando Ruiz Durán, ambos vinculados a Manos Unidas por un profundo agradecimiento.

Juan Antonio Fraile Gómez, madrileño, tiene 56 años y es misionero comboyano, aunque su vocación fue tardía. Ejercía como maestro y estaba a punto de casarse cuando escuchó la llamada de Dios. A los 33 años se ordenó y fue destinado al Congo, donde habría de permanecer doce años al Este del país, cerca de la frontera con Sudán y Ruanda, la zona de los grandes lagos. Ha Trabajado 9 años en la selva, entre pigmeos y bantúes, dirigiendo una parroquia que a su vez tenía dispensario y hospital, aunque su primera tarea era la evangelización. Llegó al Congo en 1994 y dos años después comenzó la guerra. Recuerda haber estado escondido dos semanas en la selva, junto a un grupo de otros misioneros, monjas e incluso el obispo. Tuvieron suerte y no llovió, ya que estaban a cielo raso. El idioma oficial del Congo es el francés, pero hay otras cuatro lenguas reconocidas, lingala, swahici, chiluba y kikongo; el lingala se habla a lo largo del río Congo y es el que conoce Juan Antonio Fraile además del francés y el alemán, ya que ha permanecido otros ocho años en Alemania como formador de misioneros. En la actualidad está deseando volver al Congo, reconoce que las dudas de fe con como las moscas, pero que Dios las espanta siempre. Al preguntarle por su antigua novia dice que ya es abuela.

Rolando Ruiz Durán nació en Guadalajara, México, hace 50 años y es misionero javeriano. Pertenecía a una familia muy cristiana, era el contable de su parroquia y trabajaba en un banco. A los 21 años también dejó a su novia para ser sacerdote. Se ordenó a los 31, en México, pero desde los 26 estuvo destinado en Camerún, donde compaginaba sus estudios con la labor misionera. Su próximo trabajo fue en Chad, donde el 50 por ciento de la población es musulmana, el 40 por ciento profesa religiones tradicionales africanas, y sólo el restante 10 por ciento es cristiana, la mitad católica y la otra mitad protestante. Su trabajo, además de anunciar el Evangelio consistía en proyectos de salud, alimentación, educación e igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Hasta 1955 no había escuelas en Chad; las únicas eran coránicas. A partir de esa fecha sólo acudían a la escuela los huérfanos, ya que los padres querían a sus hijos junto a ellos para ayudar en las labores del campo. Con el tiempo se vio que esos huérfanos ocupaban puestos importantes, y tenían dinero. La sociedad se dio cuenta de la importancia de la educación. Esto generó que las mujeres, desde hace 25 años accedieran a los estudios; hoy las hay que son maestras o enfermeras, pero aún se necesita mucha ayuda. Chad con una población de 13 millones, únicamente cuenta con tres universidades. Sus escuelas tienen el techo de paja, pero gracias a Manos Unidas, hoy son de ladrillo. En Chad no hay electricidad, ni agua corriente, se abastecen con pozos; a 50 metros de profundidad se puede encontrar agua.

Ambos misioneros no tienen palabras para agradecer la labor de Manos Unidas. Dicen que los niños cuando ven el logotipo de esta entidad exclaman: "¡Ah, España!". España está en los rincones más pobres y abandonados del mundo, haciendo el bien, gracias a estos hombres, a la fiel infantería que anónimamente presta su ayuda, y a todos los que trabajan en Manos Unidas.

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