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Gijón en el retrovisor

García-Bernardo, un gran alcalde para toda una década de crecimiento

Las obras de las modélicas mil quinientas viviendas de Pumarín se realizaron durante su mandato

Las mil quinientas viviendas de Pumarín

A finales de la década de los cuarenta, la ciudad iba a más. Uno de los problemas más graves que se padecía era la escasez de viviendas, lo que motivó el hacinamiento de la población en poblados de chabolas como la popularmente llamada "Villa Cajón" en Tremañes o "La Kábila", en El Llano. El nuevo alcalde de Gijón, el abogado del Estado José García-Bernardo y de la Sala tomó posesión de su cargo -cuyo sueldo lo pagaba el Ministerio de Justicia y no las arcas municipales- el 15 de abril de 1948 afrontando la renovación urbanística para su modernización. El famoso "plan de Valentín Gamazo" de 1947 -que ubicaba ya la gran estación de ferrocarril a la altura de La Braña- fue archivado y se procedió a la liberalización del suelo urbanístico con construcciones en vertical, con lo que se perdió la filosofía de Gijón como ciudad jardín.

En 1956, el alcalde José García-Bernardo y de la Sala definió con palabras muy claras el panorama que tenía ante sí: "Gijón es un pueblo de crecimiento tan rápido que todos los trajes le quedan cortos y los medios económicos de que dispone, precisamente por sus circunstancias y características, son sin duda exiguos y desproporcionados y desde el Ayuntamiento es necesario hacer día a día el milagro de la multiplicación de los panes y los peces". Aquel año el Presupuesto Municipal Ordinario y el Presupuesto Especial de Urbanismo sumados juntos no llegaban a los cincuenta y siete millones de pesetas.

La ciudad satélite de Pumarín

De ahí que para afrontar las necesidades para dar cobijo a los trabajadores que llegaban de todas partes para cubrir los puestos que demandaban las nuevas empresas, se solicitase ayuda al Instituto Nacional de la Vivienda.

Así nació lo que inicialmente se denominó la "Ciudad Satélite de Pumarín": una espectacular operación urbanística con la expropiación de diez hectáreas entre las carreteras de Oviedo y la Carbonera para la construcción de mil quinientas viviendas, con un rascacielos y hasta el lujo de ascensores en los cincuenta y ocho bloques de las casas en edificación abierta, con diferentes alturas y amplias zonas ajardinadas. Las amplias viviendas costaron entonces ciento cincuenta mil pesetas y la inversión superó ligeramente los doscientos millones de pesetas. Los arquitectos fueron Miguel Díaz Negrete, Juan Antonio Muñiz, Juan Manuel Busto González y José Avelino Díaz y Fernández Omaña. Y uno de los emprendedores que participó activamente en la construcción fue Ángel Rodríguez, quien décadas después sería concejal del Ayuntamiento de Gijón.

El alcalde José García-Bernardo lo tuvo muy claro con aquella urbanización con la que se pretendía "construir el Gran Gijón, con características de población comparable a cualquier ciudad del mundo ya que la ciudad crecía de forma desmesurada y desordenada y se padecían las consecuencias del libertinaje absoluto por falta de una urbanización sistematizada".

La promoción turística de la ciudad

Así lo entendió también entonces el director de la Oficina de Turismo del Ayuntamiento de Gijón, el imaginativo Daniel Palacio Fernández en su nueva etapa política menos radical. No solamente trabajó con gran tesón para poner en marcha la Ruta de la Plata -tanto por carretera, como por ferrocarril- sino que también creó la Mancomunidad Turística de las Siete Villas, el Museo Etnográfico del Pueblo de Asturias y el Museo de la Gaita en el antiguo Instituto de Jovellanos.

Además, en 1955 viniendo en motocicleta desde Santander a Gijón -en la "Vespa" de Juan Ramón Pérez las Clotas- se les ocurrió el eslogan de "Gijón, capital de la Costa Verde" y para que sirviese de promoción hasta creó aquel gran Festival de Melodías de la Costa Verde que ganó el Dúo Dinámico con la canción "Somos jóvenes". Su afán por potenciar la Ruta de la Plata le llevó hasta instalar la caseta del Ayuntamiento de Gijón en la calle de Juan Belmonte en la Feria de Abril de Sevilla, como guinda de un intercambio cultural y turístico entre Andalucía y Asturias.

Cecilio Olivier Sobera, nuevo alcalde

En su despedida como alcalde José García-Bernardo dejó meridanamente clara su condición de "gijonés de pura cepa por haber nacido en el barrio de Cimadevilla, de cara a la mar y quiero a Gijón por lo que he decidido vincular mi vida y mis intereses a la ciudad en la que nací".

El nuevo alcalde, el general Cecilio Olivier Sobera -en su toma de posesión el 15 de abril de 1958- pronunció un patriótico discurso en el que puso como bandera de su gestión "la unión en la noble empresa de intentar conseguir hacer de Gijón una de las más bellas ciudades de España, labor no difícil pues la Providencia la dotó con prodigalidad de naturales encantos y a la mano del hombre le cabe tan sólo valerse de ellos para perfeccionarlos. Juntos y optimistas en los problemas pendientes de solución, muy importantes algunos y de capital importancia otros, dejando en nuestros hogares la susceptibilidad, amor propio y afán de inútiles controversias que restan tiempo a otros asuntos que esperan turno, anteponiendo los intereses colectivos a los individuales, desoyendo las recomendaciones, plaga española que se hace necesario extirpar de la vida nacional por corrupta de firmes voluntades y ofensa contra la Justicia que debe de presidir nuestros actos. No olvidando nunca que nuestra misión, sagrada misión, es velar por el bien del pueblo que dirigimos y administramos atendiendo constantemente a nuestros representados con justicia, cortesía y cariño. Yo os aseguro que el Señor de las Batallas nos premiará concediéndonos el orgullo de haber realizado un trabajo eficaz en beneficio de vuestro amado pueblo".

Cascada de dimisiones por su autoritarismo

Pero las palabras del nuevo alcalde militar eran vacuas y su autoritarismo no fue aceptado, ya que en siete meses se quedó sin un tercio de concejales, debido a que o fueron cesados -el pintor Josechu Jaureguizar, el farmacéutico Daniel Palacio y el radiofonista Tomás Montero Entrialgo- o dimitieron por las inaceptables formas de comportarse con los miembros de la Corporación Municipal, como así hicieron la abogada Carmen Menéndez Jamón, José María Álvarez-Cascos, Pedro Pérez Lantero -años después yo haría de fontanero con el gobernador civil José Aparicio Calvo Rubio para que le nombrase alcalde de la llamada mini Corporación Municipal, tras la dimisión de Luis Cueto-Felgueroso Granda- y Pedro González del Río.

Quien tuvo tratos con él personalmente, me reconoció que Cecilio Olivier Sobera no estaba muy bien de la cabeza, debido a que a causa de una herida de guerra había perdido parte de un hueso del cráneo por lo que le habían puesto una placa de metal.

La cuesta de Begoña, con aceras en dirección única

Su autoritarismo también trascendió a la calle porque aquel militar aplicó órdenes castrenses para tratar de convertir en el año de 1959, las aceras de la calle de Acisclo Fernández Vallín en dirección única pretendiendo que los peatones subiesen por la acera del "Hernán Cortés" y bajasen por la de Correos.

La picaresca local resolvió la prohibición mostrando al Policía Municipal un sobre que quería depositar en el buzón de Correos lo que era algo así como un salvoconducto para saltarse a la torera unas normas que iban en contra de toda lógica.

Sin embargo, su austeridad personal era total en aquellos tiempos tan difíciles. Entre las imágenes que guardo en mi retina está la de verle un día cuando salió del Cine Robledo y mi madre me advirtió:

-Fíjate, el alcalde lleva el traje dado de vuelta. Se nota en que el bolsillo del pañuelo está a la derecha, en lugar de a la izquierda.

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