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"Currito", guardia municipal y terror de los niños con pelotas

Ricardo Amez, gijonés de El Coto nacido en Olot, dedicó su vida a mantener el orden en Gijón durante más de 42 años

Amez dispara una escopeta.

Currito de la Cruz luchó vestido de torero por conseguir el amor de una mujer y defender su posición en el ruedo. La obra de Alejandro Pérez Lugín contó a finales de los años 40 con la representación del diestro sevillano Pepín Martín Vázquez en el papel protagonista en una de las cuatro versiones llevadas al cine. Gijón tuvo, por su parte, a Ricardo Amez Iglesias, como personaje real, de carne y hueso, que luchó por una ciudad más segura y defendiendo sus galones como guardia municipal en el albero de la calle. También le llamaban "Currito" y su aspecto era de un galán de cine pero en lugar de estoque y muleta hacías sus faenas con silbato y porra. Ambos eran guapos y sus vidas estuvieron colmadas de triunfos, aunque la de este gijonés nacido en Olot, Girona, no fuese llevada a la gran pantalla pese contar con todos los ingredientes.

Ricardo Amez, menor de ocho hermanos, nació el 19 de agosto de 1900 en la localidad gerundense de Olot, el día de San Roque, en el seno de una familiar culta y con un padre Guardia Civil que llegó a ser Comandante. Podría decirse que llegó al mundo con la disciplina y el sentido del deber en el ADN. Prestó el servicio militar y siguió los pasos de su padre en la Benemérita durante un tiempo. Luego conoció a una joven asturiana, Enriqueta, y no dudó en quedarse a vivir en esta villa marinera donde nacieron sus dos hijos y donde emprendió un nuevo camino como guardia municipal, cuerpo en el que ingresó el 19 de mayo de 1923.

Su buen porte no pasó nunca desapercibido y muchas féminas se deshacían en halagos para este joven de ojos verdes, nariz regular, tez clara, acento castellanizado y 1,69 metros que siempre gastó traje y corbata. De su belleza llegó el mote, cuando hacía la guardia en Cimavilla, cómo no. De las cuatro esquinas salían las pescaderas del barrio alto, picaronas y picantes a partes iguales, que no dudaban en regalarle flores con acento marinero. Y del "Mira qué Curro" se pasó a "Curro" y luego a "Currito". Era tan postinero que hasta sirvió como modelo para los uniformes de los guardias militares confeccionados por el sastre Mingote. "Currito" siempre vistió de forma impoluta -incluso en los tiempos precarios en que para cenar sólo había café puro- cuando para protegerse del frío cuando patrullaba por las noches, le confeccionaban en casa chalecos con papel de periódico.

Cuentan que un día de servicio colisionaron dos vehículos entre sí. Al llegar al lugar de los hechos "Currito" preguntó con solemnidad: "¿quién chocó primero?". Una expresión que caló hondo entre los gijoneses de mayor sentido del humor. Menos risa causó un incidente que a punto estuvo por dejar huella en su inmaculada trayectoria profesional. Tras esa escena que le popularizó, llegó otro día en que le recetó una multa a un destacado personaje de la política nacional pero que había cometido una infracción, como por otra parte le puede suceder al común de los mortales de a pie. El gerifalte, que a buen seguro entonó el pedante "usted no sabe quién soy yo", se empecinó en tirar de galones y no paró hasta lograr que a "Currito" le apartasen del servicio. Lo logró durante tres meses hasta que el alcalde Enrique Zubillaga (1924-1926) le restituyó en su puesto en loor de multitudes.

Más fáciles, a priori, eran sus pleitos con los niños que otrora jugaban en la calle. En la plazuela San Miguel, cuando el jolgorio excedía de los límites permitidos les indicaba con voz profunda "pelota aquí". Y fin del partido. Quiso el destino que a los 80 años sufriese una grave úlcera de estómago. Buscó remedio en las manos del doctor Santiago Barandica que se vengó de todos aquellos niños cuyas pelotas tocó en el parque. "Me parece que hoy me voy a vengar de lo que me hizo pasar de niño para evitar que usted me quitase la pelota cuando jugábamos por la calle del Carmen". Las amenazas se las llevó el viento y primó la buena praxis del doctor que le operó con tanto esmero que incluso "Currito" le sobrevivió y siguió disfrutando del placer del comer y su condición de llambión como prueban las fabadas que degustó hasta el final.

En una vida tan longeva no es de extrañar que hubiera claroscuros. Estuvo en la cárcel y condenado a muerte, acusado de asesinato, en los tiempos de la fratricida guerra española por culpa de una denuncia falsa. Se salvó de la ejecución más que por ser inocente, que lo era, de puro milagro. Combatió en el extinto cuartel de zapadores de Gijón, otro de los símbolos de la resistencia golpista junto al de Simancas, el del "disparad sobre nosotros que el enemigo está dentro" a los que separaban tan solo cuatro calles. Un emplazamiento descrito por Javier Rodríguez Muñoz en LA NUEVA ESPAÑA como "amplio y luminoso, dotado de buenos sótanos que serían aprovechados como refugio. Sus condiciones de seguridad eran mejores que las del Simancas. Estaba muy próximo a la cárcel de El Coto, situada en su flanco oeste, y sólo separados ambos edificios por un pabellón de casas baratas". Currito también fue cabo en el batallón que encabezada Cecilio Oliver al que le unió una sincera amistad reforzada tiempo después, con cetro y porra en mano, cuando respectivamente tenían mando en plaza en la ciudad, uno como máximo regidor de la villa y otro como guardia municipal. Fue don Cecilio (alcalde de 1958 a 1961), precisamente, quien firmó el 11 de febrero de 1960 su ascenso a cabo un lustro antes de jubilarse tras más de 40 años de servicio. Aunque no se fue del todo pues, en sus paseos matinales por las cercanías de sus dominios, todavía pinchó alguna que otra pelota más para evitar que le estropeasen el jardín.

Vivió un tiempo en Cimavilla, allí donde le acuñaron el sobrenombre, hasta que en 1924 solicitó una de las casas baratas de El Coto, en concreto, la más próxima a la iglesia de San Nicolás de Bari que pastorea el cura Fueyo, buen amigo y confesor de "Currito". Fue en este barrio donde disfrutó de sus últimos años, de su bien ganada jubilación y del regalo que supusieron sus nietos a los que quería con locura. Despojado ya de responsabilidades esperaba como agua de mayo cada edición del concurso hípico de Gijón. Un asiduo al verde del hipódromo de Las Mestas que ningún contratiempo le hacía perderse. Ya podía diluviar que allí estaba él para disfrutar con Goyoaga y así cogía "les pulperes" que cogía cuando el agua caía a cántaros. Este gijonés de bien y de orden disfrutó de la tranquilidad bien ganada con la senectud. Todos los días tomaba el café con los amigos y leía el periódico que le dejaba el repartidor en el jardín. Al ver las noticias asumía con resignación el declive del respeto que se tenía entonces por los policías.

"Currito" murió el 13 de abril de 1999, a falta de unos meses para cumplir los 99 años con notable lucidez hasta el final. Tuvo su homenaje en el funeral multitudinario que le tributaron sus vecinos en San Nicolás de Bari mientras que en el parque de al lado los niños jugaban a la pelota.

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