Tendrían que haber estado juntos ayer en el Museo Evaristo Valle. Estaba muy hablado. La idea era impartir un taller bajo un título que, según Teresa Pérez-Espinosa, responde a una verdad profunda: "Arte para sanar". Pero quien iba a ser su compañero de plática, el pintor Rodolfo Pico, fallecía inesperadamente el pasado miércoles. Valdesano de 1953 y afincado desde su juventud en Gijón, fue hallado muerto en su estudio del barrio de Laviada. Todo indica que el óbito se produjo como consecuencia de la epilepsia que sufría el artista.

La psiquiatra, para quien el arte tiene derivaciones terapéuticas (en su clínica se emplea la pintura como terapia), siguió ayer con el taller previsto en el Evaristo Valle. Pero lo convirtió en un emotivo y argumentado homenaje póstumo a Rodolfo Pico. La muerte ha sorprendido a éste cuando su exposición "Una geometría sonriente", que aún se puede ver en el museo de Somió, ha supuesto un rotundo éxito. "Estaba pintando mejor que nunca", manifestó un conmocionado Pelayo Ortega tras conocer la muerte de su amigo y colega. Ambos pertenecen a una de las más sobresalientes generaciones de pintores asturianos, la de los años ochenta del pasado siglo.

"La infancia está en toda su pintura porque mantuvo al niño interior que nos hace más sanos y generosos", señaló ayer Teresa Pérez-Espinosa, mecenas también de la exposición de Rodolfo Pico en el Evaristo Valle. Lo conoció en el año 2005. Se sintió fascinada por una pintura de cultivadas icononografías, gratamente sentimental, lírica y moderna, en la que se adunan color y vitalidad, los mitos propios y las imágenes compartidas. Adquirió entonces dos obras que cuelgan en su clínica de Llanera, casi como si fueran un manifiesto. Se trata de dos cuadros "Fitonáutica" (la importancia de los buques, de los transatlánticos en la pintura del autor valdesano/gijonés) y "Un surco en el silencio".

"He estado muy unida a Rodolfo Pico, que me ha proporcionado cosas bellísimas y el tesoro de conocer a un artistazo y a un gran amigo", explicó Teresa Pérez-Espinosa. "Creo que nos aportábamos cosas; el arte ha añadido una flexibilidad en mi manera de ver la vida", añadió.

Ese entrelazamiento de visiones, la del artista y la de la psiquiatra, era la materia del frustrado taller planeado para el Museo Evaristo Valle que, finalmente, se ha convertido en un homenaje a un pintor al que también le gustaba escribir. Rodolfo Pico le regaló hace apenas una semana a su sobrina Leticia Zapico un poema sobre el adiós y el amor que la joven leyó, el pasado jueves, en el funeral por pintor. "Como creador ha tenido una trayectoria coherente, profunda, en la que se aúnan pintura y poesía", señaló Teresa Pérez-Espinosa, para encadenar: "Ha cultivado el juego en todo su trabajo".

La psiquiatra explicó que un pintor tan aferrado a la vida como Rodolfo Pico apenas daba trascendencia a la enfermedad crónica que, según parece, le provovó la muerte. En los últimos meses llegó a padecer dos episodios de epilepsia, pero se reponía desde un sentido lúdico que está también en la médula de su pintura.

Y es que tanto el artista como la psiquiatra y mecenas han venido compartiendo una similar visión sobre la influencia del arte, de los procesos creativos, en el crecimiento personal. "Es terapéutico y enriquece la vida, la propia y la de los demás", hizo resaltar Teresa Pérez-Espinosa. Está persuadida de que el arte tiene una relevante finalidad antropológica y que, por eso mismo, "no desaparecerá nunca". Aunque los artistas se nos mueran cuando menos se espera.