Cordial y comunicativo pero con mala pinta. "Parecía un yonqui más de los que a veces te toca llevar". Así recuerda a Pablo P. G. la mujer que le transportó en su taxi después de cometer un atraco el seis de agosto de 2012.

El ahora detenido entró armado a una sucursal del paseo de Begoña y se llevó 20.000 euros. Escapó y cruzó por el pasadizo hasta la plaza Nicanor Piñole. Siguió de frente hasta la plaza del Seis de agosto en busca de un taxi. Emplazamiento donde se estaba produciendo a la misma hora la ofrenda floral que todos los años se le hace a la estatua de Jovellanos. El destino quiso que la primera colocada para la próxima carrera fuese ella. "Me tocaba a mí salir, se subió y me dijo que quería ir al ambulatorio de Contrueces", recuerda la conductora que al visualizar de nuevo al que fue su copiloto durante breve espacio de tiempo reconoce que el tiempo "le mejoró mucho el aspecto porque entonces estaba desdentado, con los antebrazos vendados y lleno de tatuajes".

La taxista no sospechó nada. Tan sólo, como "le vi muy mala pinta" optó por un procedimiento habitual en ella. "En esos casos suelo ir dándoles palique para que no piensen en maldades". Tanta conversación le ofreció que el atracador entró al trapo. Todo fue como la seda hasta llegar a la calle Padilla en que se encontraron mucho tráfico. "Algo debe de pasar porque hay un despliegue policial importante", le indicó ella. "Sí, seguro que pasó algo porque yo también he visto pasar a mucha policía", le respondió el causante del despliegue policial. Para evitar que el taxímetro se disparase le sugirió tomar dirección hacia la avenida Schulz. Dicho y hecho.

Subiendo la avenida, la taxista se percató por el espejo retrovisor de que venían detrás varias dotaciones policiales. Pudo identificar un coche de la secreta, una patrulla de Policía Local y otras dos de la Policía Nacional. No se dio cuenta al momento porque ambos iban hablando. "Me dijo que iba a curarse los brazos al centro de salud, creo recordar que comentó que era por un accidente que había tenido antes", apunta. Incluso le habló de sus tatuajes.

Como el seguimiento se mantenía la taxista, ajena a todo, optó por apartarse pero al llevar un cliente abordo le preguntó. Y soltó la pregunta. "¿Te importa si me aparto un poco un momento para que pase la policía que les veo con un montón de prisa". Pablo P. G. no respondió ni que sí ni que no y ella optó por apartarse llegando a la esquina con la calle Pérez de Ayala. A partir de ahí recuerda que la escena se convirtió en una película. Y ella era una de las protagonistas.

Era verano y en consecuencia llevaba las ventanillas bajadas. Nada más apartar el coche vio asomar dos pistolas, una por cada ventanilla del vehículo. "Bájate del coche, bájate del coche", decían los agentes de paisano. "No sabía si me lo decían a mí o a él, no entendía nada", reconoce. "Pero como él no se movió me bajó yo del taxi. En realidad, de tantos nervios en el momento "no recuerdo si salí yo o me sacaron ellos, pero sí estoy segura de que luego me llevó un policía para preguntarme si estaba bien", atestigua. Pero ella seguía sin entender nada. "¿Qué pasa?", repitió varias veces.

Casi cinco años después recuerda con naturalidad el suceso. "No me amenazó, tuvo un trato cordial por el camino, explicándome lo de los brazos y los tatuajes", insiste. A ella no le importó su aspecto en ningún momento, "llevas un yonqui más, pensé, de los que te tocan a veces y desde donde estábamos hasta el ambulatorio es un trayecto corto, y me dije, enseguida lo voy a soltar y se acabó todo". Y todo se acabó solo que ya no lo podrá olvidar.