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"La infancia de Cristo", preludio de la Pasión

La OSPA supera con nota el reto de interpretar el complejo oratorio de Hector Berlioz en su concierto de Semana Santa

Arriba, la OSPA, durante el concierto en el Jovellanos. Sobre estas líneas, público asistente al recital. ÁNGEL GONZÁLEZ

La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) ofreció anoche el concierto de Semana Santa en el teatro Jovellanos, con menos público que en las últimas sesiones; puede ser que la singularidad del programa no tuviera el tirón de las grandes sinfonías. Patrocinado por LA NUEVA ESPAÑA, el oratorio de Hector Berlioz, titulado "La infancia de Cristo", resultó un éxito. No se le puede poner ninguna objeción pese a la cantidad de intérpretes sobre el escenario; todo resultó perfecto.

El francés Berlioz era hijo de un médico que deseaba la misma profesión para él, pero éste, tachado de rebelde, abandonó la carrera para dedicarse a la música. Se hizo famoso antes de tiempo por increpar a los directores en voz alta acusándoles de falsear sus partituras. Le fascinaban los escenarios, tanto es así que su primera esposa fue una actriz y la segunda, una cantante italiana. Era adicto al opio y creía en los espíritus de las tinieblas. Aun así, para acentuar sus contradicciones, sus mayores éxitos los consiguió componiendo música religiosa, como su Réquiem y su célebre Tedum.

Pero "La infancia de Cristo", pese a su contenido, no puede considerarse una obra religiosa; personalmente no me infundió esa sensación en ningún momento, pese a su extraordinaria belleza. Dicen que se inspiró en Bach para vertebrar su obra. De este modo hay un narrador que pone al público al día, y unos solistas que interpretan a los personajes, mientras el coro representa a los pastores, los ángeles, a los romanos o a los adivinos. Muy bonito el coro de ángeles, en las voces femeninas no dejándose ver, al estar entre bastidores. A propósito, a Hector Berlioz le enamoraba el timbre de las sopranos.

La música es hermosa, dulce, y cargada de poesía, pero mundana. La OSPA, dirigida por el asturiano Pablo González, se mantuvo en su línea de excelencia. Faltaba el concertino, Alexander Vasilev; su lugar lo ocupó Eva Meliskova. Sobresaliente al coro "El León de Oro"; su papel no era sencillo. Fue original su puesta en escena, moviéndose con relación al texto, simulando discutir o rodeando a la orquesta.

Los solistas, cinco, cuatro voces masculinas y una mezzo, Clara Mouriz, en el papel de María, que posee una gran voz que la partitura la obligaba a contener. Muy bien Herodes, a cargo del barítono Arttu Kataja, así como el tenor Agustín Prunell-Friend. Ralf Lukas y Marc Pujol se mantuvieron en la misma línea.

Una gran velada, con un final fastuoso que el público ovacionó con entusiasmo.

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