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Gijón en el retrovisor

Cimavilla: "un barrio chino" con leche de pantera, boleros y jazz

La renovación hostelera la hizo con El Farol Fernando Martín, el que fue después gran maestro de la gastronomía asturiana

La Cabaña y El Farol, en la calle Vicaría.

La intrínseca magia del antiguo barrio de pesquerías radica en que primero fue una isla y luego se convirtió en todo un continente que todos quisieron invadir. Cuando se realizaron en Cimavilla las primeras excavaciones arqueológicas para conocer el trazado verdadero de la muralla romana, los investigadores se encontraron con el hecho de que atravesaba numerosas casas de prostitución del llamado "barrio chino" gijonés. Desde tiempos inmemoriales, quienes se dedicaban al oficio más viejo del mundo vivían al otro lado de la muralla romana y se cubrían con cómodas vestimentas de saco en forma de picos pardos. De ahí precisamente proviene la acepción popular de "irse de picos pardos" cuando alguien recurre a sus servicios sexuales de pago.

Nada tiene de extraño, por tanto, que de Cimavilla partiese la primera manifestación de meretrices en huelga como protesta ante la competencia desleal de rubias vikingas que, a precios de ganga, y con grandes variaciones en los servicios acaparaban los cuartos, sesos y sexos del salido personal. Pintoresca concentración ambulante que -sin gris alguno por medio- llegó alborotadamente hasta la mismísima Corrida Street dejando atónitas a las damas del Club de Regatas.

El taller de farolillos y guirnaldas multicolores

La Cimavilla que conocimos a finales de los años sesenta era todo un auténtico barrio chino con un mandarín auténtico. Chaoyo Wei -que fue bautizado con el nombre de Luis en la parroquia de San Pedro- que montó un taller de farolillos, guirnaldas y adornos multicolores de papel para verbenas y fiestas patronales, en la casa que en su día fue sede del Ayuntamiento. En aquel mesón oriental que fue el primero de toda Asturias -antes de que fuésemos también invadidos por esa multitud de chinos que nadie sabe dónde se entierran- bebíamos la novedosa "leche de pantera" y sake, además de tocar la guitarra y todo lo que nos dejaban las mujeres.

El origen del combinado de "leche de pantera" está en la creatividad de Perico Chicote cuando -según un documentado reportaje de Ignacio Peláez publicado en LA NUEVA ESPAÑA- el general Millan Astray le pidió que hiciese una bebida que le calmase la sed a sus legionarios. Y su nombre estuvo inspirado en los ojos rasgados de Celia Gámez.

La fórmula de la "leche de pantera"

La "leche de pantera" era la protagonista de aquellas noches donde tomábamos la mezcla de ginebra con leche condensada y canela que primero había que hervirla y después tras pasarla por la batidora servirla helada con polvo de la afrodisíaca canela por encima. Se bebía -como antiguamente hacían los celtas antes de inventarse el vidrio- en vasos huecos de madera de cerezo y que son los precedentes del ahora tan popular vaso de sidra.

Tal éxito tuvieron aquellos vasos cilíndricos de madera que la demanda llegó a tal extremo que hasta se llegaron a vender de seis en seis y el gran escultor José María Navascués con una especie de punzón taladro electrónico grabó en la madera la famosa receta de la leche de pantera. Y hasta se llegaron a agotar, debido a lo cual el artesano de Colunga que los fabricaba ante la escasez de cerezo los hizo de haya.

Uno de los que sufrió la mala experiencia fue el periodista gijonés Arcadio Baquero, quien los compró de haya, pero en una fiesta en Madrid al descostrarse el vaso, debido a que el haya no aguantó la corrosiva leche de pantera, ante la atónita mirada de sus amigos, el cambio le dejó en una agradable situación.

El primer club de jazz

Uno de los que pusieron de moda la innovadora "leche de pantera" fue el siempre emprendedor Alfredo González quien publicaba todos los días un anuncio con su cocktail en "Voluntad" ilustrado con una caricatura suya. Y lo de emprendedor lo puedo escribir con el máximo rigor, ya que en Cimavilla hasta se pudo presumir de haber tenido el primer club de jazz de Gijón -creo que el único-: el Play Boy 1 que estaba en un pequeño local muy acogedor donde luego se ubicó El Peldañu. El alma de aquel ambiente lo puso el entrañable Paco "El Abuelo".

Cuando Alfredo González abrió con su socio Ángel Junquera la discoteca Play Boy 2 y empezaron la diversificación nocherniega traspasaron el local. Recuerdo que lo cogió la atractiva Elo -una de las camareras de la barra americana del Paco's, propiedad de los ya citados hermanos Rodríguez Salvanés- y la primera decisión que tomó fue tirar a la basura los discos de jazz porque, además de que le estorbaban al ocupar mucho espacio la espléndida colección de vinilos, tampoco le gustaba aquella música tan aburrida.

"Ven cenao: aquí no hay salsa, ni bacalao"

La música tuvo siempre su importancia en el antiguo barrio de pesquerías. Primero fueron las habaneras y las guajiras tan bien cantadas por los marineros. Luego el famoso "Trío Covadonga" -Gerardo Tenreiro (lamentablemente asesinado de un disparo de escopeta en la cabeza en una acalorada discusión por unos linderos), Pepín Blanco y Paco Sandoval- arrasaba de lo bien que se lo montaban. Eso fue antes de que llegaran los argentinos -como Mario Montes "El Indio"- marcando pautas, repertorios y sensibilidad. Carrizo -con murales de Carlos Roces-, La Cabaña y El Gallo fueron los puntos de encuentro de los nocherniegos de entonces.

La Cabaña -"Ven cenao. Aquí no hay salsa, ni bacalao"- fue toda una institución que inauguraron "Los Morenos" -Mary Loly, Paco y Julio Rodríguez Salvanés- y adonde iban a tomar la espuela después de actuar los artistas que recalaban por acá, como Dodó Escolá, Gianni Ales o el todavía superviviente "Dúo Dinámico".

La renovación hostelera llegó al barrio de Cimadevilla de la mano de Fernando Martín -nuestro primer Premio Nacional de Gastronomía- quien mantenía entonces la tesis, antes de crear Trascorrales, de que el barrio antiguo de Gijón tenía más encanto que el de Oviedo, cuando montó, al lado de La Cabaña y de El Gallo, El Farol, con paredes blancas al estilo del Sacromonte, barrio granadino que se llamaba Valparaíso.

Mal que nos pese a todos, Cimavilla ya no es desde hace mucho tiempo ese último reducto de playos -raza inextinguible que mantienen como lenguaje peculiar lunfardo el resve, de orígenes porteños, obviamente- a pesar de muchas mezclas, niños clónicos y transfusiones en el que han bebido gijonismo centenares de generaciones, sino que durante las últimas décadas le salieron otro tipo de inquilinos multirraciales que han ido pintando con otros tonos y otros sones los rincones de este antiguo barrio de pesquerías tan cantado por todos.

Antonio Gala asistió a una fiesta en el barco discotequero

Años después, Francisco Serrano Villar -de la estirpe de los populares licoreros- abrió en una tienda el minúsculo bar El Páxaru Pintu que fue todo un boom que complementó alquilando el barco "Ciudad de Algeciras" -laureado tras haber transportado a las tropas en las que había muchos moros que se rebelaron contra la Segunda República- que era propiedad de la Asociación Asturiana de Capitanes de la Marina Mercante y estaba varado sin un futuro claro en el muelle local. En aquel inolvidable barco "Ciudad de Algeciras" -al que entraba el agua cuando había oleaje por los ojos de buey, lo que nos hacía resbalar a quienes estábamos tomando copas en el pub- hubo de todo. Hasta una fiesta superprivada de la "jey society gay" a la que asistió como invitado especial el escritor Antonio Gala.

Vivir para ver.

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