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Un Stradivarius en manos gijonesas

El violinista Vicente Cueva y Navarro, que estrena obra el próximo día 25 en Toledo, es el único músico en España con una de estas joyas

Vicente Cueva, en LA NUEVA ESPAÑA, con el Stradivarius que le ha cedido una empresa de Quebec. ÁNGEL GONZÁLEZ

Son instrumentos legendarios que el más célebre luthier italiano, Antonio Stradivari, construyó en su taller de Cremona entre las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII. Robos, desapariciones y el elogio a la sobresaliente calidad de su sonido han contribuido a su fascinante historia. Y su precio: el "Lady Blunt" (cada una de estas delicadas y enigmáticas piezas tiene nombre) llegó a venderse en subasta por 17 millones de dólares hace sólo seis años. El violinista de raíces gijonesas Vicente Cueva y Navarro (Madrid, 1972) es el único músico en España que tiene ahora mismo la responsabilidad, el placer y el honor de tocar un Stradivarius. Rara vez pasan cosas así en la vida, ni siquiera en la de alguien con las altas capacidades y el talento de este concertino-director de la Orquesta de Cámara de España, además de concertista por todo el mundo y profesor del madrileño Centro Superior Katarina Gurska.

Hijo del destacado compositor asturiano Vicente Cueva, este brillante violinista se siente un privilegiado. Está muy agradecido al matrimonio Dubois. Dueños del grupo industrial quebequés Canimex, canalizan su filantropía con la adquisición de singulares instrumentos de cuerda que ceden a muy escogidos músicos de excelencia acreditada. Es la primera vez que lo hacen con un europeo. Y fue gracias al luthier Laurent López. Sólo otro español que vive en Berlín, el chelista Pablo Ferrández, tañe otro Stradivarius.

Vicente Cueva, que "sufre" con las derrotas del Sporting, estará el próximo día 25 en la sinagoga del Tránsito, en Toledo, con su "Auer" de 1691. Un lujo para la presentación de la grabación "Partita Shoah para violín solo y templo sagrado". Una composición que Jorge Grundman, profesor de la Politécnica madrileña, ha dedicado a la memoria del Holocausto. "Vamos a hacer una gira por varios países", dice el violinista. Hay actuaciones previstas en el Museo del Prado y en el Guggenheim.

El músico recuerda aún cuando recibió su "Auer": "Fue un acontecimiento; tiene un timbre especial que lo distingue y hay que tratarlo como lo que es, una obra de arte". El contrato que firmó le obliga a no separarse de su Stradivarius, a controlar con un higrómetro el nivel de humedad y a adoptar medidas especiales de seguridad. Sabe que un día u otro tendrá que devolverlo. Teme el momento. "Fue como si me quitaran la voz", contó hace un mes Frank Peter Zimmerman. Llevaba más de diez años con su "Lady Inchiquin" de 1711.

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