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Las memorias de África de Nico Merino

Un joven completa en 175 días en bicicleta los 10.426 kilómetros entre Gijón y Kenia, para contribuir a la construcción de un orfanato

Las memorias de África de Nico Merino

Lo ha conseguido. Nico Merino (Gijón, 1989) ha llegado pedaleando a Kenia en sólo 175 días. Salió el 30 de octubre de su casa en Gijón, montando en su bicicleta, y con 10.426 kilómetros en sus piernas el sueño está cumplido. Las alforjas las trae llenas de experiencias, amistades y el convencimiento de que África "tiene un corazón de hospitalidad". El suyo fue un propósito que se marcó con el fin solidario de contribuir a la construcción de un orfanato en la ciudad keniata de Tala que visitó durante cinco meses en 2014 y a la que supo que tenía que volver. Su viaje supone un empujón a las obras gracias a las donaciones que ha recibido a través de la web que diseñó al efecto y en la que ha recaudado 13.101 euros que irán destinados al proyecto de la ONG Kubuka, que significa "Más por ellos".

Su viaje le ha llevado por once países: España, Marruecos, Mauritania, Senegal, Guinea Conakri, Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín, Uganda y Kenia. A lo largo de su pedaleo se ha enfrentado a días de soledad, de calor sofocante -en Guinea soportó hasta los 46 grados centígrados-, días de lluvia y barro, de noches sin dormir; pasó la malaria, fiebres y numerosas diarreas. También se ha topado con numerosos problemas con su vehículo, policías y hasta animales como una serpiente de tres metros "medidos" -matiza- a la puerta de su tienda de campaña en Ghana. Y lo peor, la llanta de su rueda trasera, que se rompió por tres partes a su paso por Costa de Marfil. "Se me vino el mundo encima, no encontraba solución en ninguno de los sitios en que paraba, pero hoy, 400 kilómetros después la misma rueda, con las mismas grietas, llegó a la meta", desvela. Otro inconveniente llegó al entrar sin visado en Benín. Cuando se dio cuenta no podía regresar a Togo porque se lo habían sellado como finiquitado y la policía le quitó el pasaporte. "Estuve una semana por el país siendo un inmigrante sin papeles", explica. Nico Merino contó con la colaboración del cónsul de España, que le solucionó el problema y recuperó la documentación.

Pero "cada dos cosas malas vienen un puñado de sorpresas y ánimos". Como su última noche en Guinea Conakri, que pasó acompañado por su amigo catalán Ferrán, que conoció en el viaje. Llevaban media hora metidos en sus tiendas dispuestos a dormir y comenzaron a escuchar música. Al salir vieron a las mujeres y los niños del pueblo que "venían a bailar con nosotros y la fiesta duró hasta las tantas de la madrugada". En Kenia, a su llegada, advirtió un cartel que anunciaba la existencia de una comunidad cristiana próxima. "Entré a pedir alojamiento y me quedé una semana entre ellos con todo tipo de lujos a mi disposición: habitación, duchas y comida a mi servicio", describe. Un día, después de comer, jugó al parchís en Uganda con lugareños. "Estaba en racha", la apuesta eran 50 céntimos y "me parecía fácil", hasta que una mala tirada le hizo golpear el parchís y el cristal se rompió en mil pedazos. "El pueblo se me echó encima y no quedó otra que apoquinar, al menos fueron cinco euros, que era más menos lo que había ganado; se podían haber aprovechado más de mí, pero no lo hicieron", bromea.

En su viaje ha logrado mimetizarse con su entorno. Llegó al continente de ébano el 14 de noviembre, tras atravesar España, con la intención de probar todo tipo de alimentos y bebidas. "Hemos venido a jugar y no viajo por África para ir bebiendo agua mineral y latas envasadas", asegura. Así las cosas, en su menú han entrado carnes de perro, gato, rana o liebre "y otras muchas que nunca sabré lo que era", además de los alimentos típicos y cotidianos de cada país. También ha engullido todo tipo de pócimas brebajes como el vino de palma y licores "que mejor no saber de qué estaban hechos". El agua corriente es una utopía -junto a la electricidad- en muchos de los lugares por los que cruzó el gijonés, por lo que los pozos eran su manantial diario y eso incluía una variedad de aguas amarillas, verdes, marrones y hasta con bichos. "De momento, aquí estoy, si ellos pueden, nosotros también", defiende.

Durante sus 175 días de viaje ha visitado y dormido en casas, colegios, ayuntamiento, hospitales, plazas del pueblo, iglesias, conventos, playas, selvas y bosques. Un bagaje cultural y de vida que ha enriquecido a Nico Merino que además ha aprendido a "tener paciencia" y relativizar los problemas. "Lo que para nosotros son grandes problemas, ellos ni siquiera los valoran como tal", dice. También ha palpado que la felicidad es otra de sus reglas. "Pase lo que pase, todo buen africano te regala una sonrisa y un buen saludo en todo momento". Es porque ya no lo quedan dudas de que en África tienen "un corazón de hospitalidad" que dan todo lo que tiene. "Me han acogido en casas, me han invitado a cenas, me han agasajado con regalos porque si hay un plato para comer, de ahí come todo el que esté presente", relata. "Puede parecer una utopía, pero en África la gente se preocupa por los demás". Como ha hecho el propio Nico Merino por ellos pedaleando hasta Kenia.

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