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Gijón en el retrovisor

La "avenida imposible" del alcalde Bertrand, ilusionado con el urbanismo

Alfredo Villa defendía la tesis de que, como Nueva York, Gijón debía crecer en altura La falta de aparcamiento ya era un problema

La plaza de los Mártires, colapsada de autómoviles aparcados en superficie.

Aunque la mendicidad callejera asolaba las calles de la ciudad -lo que motivó un contundente Bando de la Alcaldía para erradicarla, al considerar que el vagabundeo profesional solamente servía para aprovecharse de la caridad cristiana- se puede aseverar que una de las grandes ilusiones que tuvo el alcalde Ignacio Bertrand y Bertrand fue la de realizar grandes cambios en la planificación urbanística de Gijón. Eso fue, claro, tres décadas después de que el alcalde anarquista Avelino González Mallada acometiese la gran tarea de urbanización que iba a merecer tantos elogios -a pesar de que se hizo sin tener en cuenta los derechos de la propiedad basándose en la incautación de los terrenos, sin tramitación administrativa alguna- al limpiar sin miramiento alguno la desastrosa fachada urbanística de la primera línea de playa, con demoliciones que tuvieron que ser paradas cuando llegaron al martillo de Capua porque las tropas de Franco ya llegaban a la ciudad y él huyó a la desesperada en barco. Aquella efímera planificación fue, no obstante, siete años después incorporada en gran parte en el famoso Plan de Ordenación elaborado por el arquitecto municipal Germán Valentín-Gamazo, a quien, la verdad sea dicha, nadie hizo mucho caso y así llegamos a aquellos tiempos en que a Gijón se ponía como ejemplo en las facultades universitarias de lo que debía ser. Pero por aquí, como siempre suele pasar, muchos miraron para otro lado y dejaron hacer.

La viabilidad de la gran vía desde Begoña hasta el muelle. A principios del año 1969, la ciudad palpitaba con la gran polémica en las tertulias de Corrida Street sobre la conveniencia o no de realizar una gran avenida desde el principio del paseo de Begoña -a la altura de la actual avenida de la Costa- hasta el muelle local. El autor de aquel grandioso proyecto urbanístico para renovar el centro de la ciudad fue el genial arquitecto Juan Bautista Martínez "Gemar" y el alcalde Ignacio Bertrand llegó a creer en su viabilidad, siempre que se llegase a un acuerdo con los interesados en base, por supuesto, al respeto a la Ley del Suelo, ya que entonces sí se tenían en cuenta los condicionamientos de la legalidad vigente.

En las declaraciones efectuadas a los medios de comunicación, el alcalde Ignacio Bertrand puso las cartas sobre la mesa: "La gran vía Begoña-Muelle es viable, pero faltan muchas cosas por hacer. Hay que diferenciar dos partes del proyecto: una la que va desde el entronque del paseo de Begoña con la calle de Acisclo Fernández-Vallín y la segunda es la que va desde la calle de Munuza hasta la del pintor Ventura Álvarez-Sala".

A pesar de que ese primer tramo supondría la demolición del Ateneo Jovellanos, la Escuela de Ingeniera Industrial, la Escuela Profesional de Comercio y La Iglesiona, el alcalde Ignacio Bertrand era optimista porque solamente afectaría el proyecto urbanístico a algunos edificios privados, como aquel en que se encontraba el famoso local de alterne "Bar Toledo". Allí se aplicaría la Ley de Expropiación y contribuciones especiales a los propietarios de los inmuebles con las fachadas hacia la nueva avenida principal, mientras que, iluso él, pensaba que no iba a haber grandes problemas con los edificios pertenecientes al Ministerio de Educación y a la Compañía de Jesús. Curiosamente, en lo que en opinión del alcalde iba a ser más dificultoso acometer sería la nueva urbanización desde la calle de Munuza hasta la del pintor Ventura Álvarez-Sala.

El presupuesto de aquella utopía urbanística que fue denominada como "la avenida imposible" rondaría los quinientos cincuenta millones de pesetas valorando el metro cuadrado en unas cuatro mil pesetas. El alcalde Ignacio Bertrand creía, a pies juntillas, que un ochenta por ciento de los propietarios de las viviendas que iban a ser demolidas aceptarían comprar unas nuevas con las indemnizaciones cobradas por la expropiación de sus terrenos.

Desde allí se enlazaría, en forma de cruz, con la entonces llamada plaza de José Antonio para propiciar una salida directa hacia la playa de San Lorenzo y la vía de penetración procedente de Avilés que iba a construir el Ministerio de Obras Públicas.

Villa defendió la verticalidad urbanística. La leyenda urbana aseguraba que el alcalde Ignacio Bertrand siempre iba con paraguas porque sus ojos no soportaban el sol -debido a la cual defendió la verticalidad de las casas en calles muy estrechas-, pero la realidad fue distinta.

En una conferencia dada en mayo de 1969 por el entonces Oficial Mayor Letrado del Ayuntamiento, Alfredo Villa González -quien había llegado de Belmonte de Miranda con grandes ideas que le llevarían, con el paso de los años, a ser en la sombra el auténtico regidor municipal de lo que se llegó a denominar "el Gijón de Villa"- éste analizó el nuevo Plan General de Ordenación Urbana que había diseñado el prestigioso arquitecto Joaquín Cores Uría y la tesis que mantuvo es que Gijón, como Nueva York, debería de crecer en altura. Su argumentación estuvo basada en que para el año 2000 serían precisos cuarenta kilómetros de suelo edificable, mientras que solamente dispondrían de treinta kilómetros cuadrados. Para el principio del siglo XXI auguraba Alfredo Villa que la ciudad tendría más de trescientos mil habitantes, con lo que se habría duplicado la población de entonces, lo que imposibilitaría la construcción de las suficientes viviendas para atender la demanda.

Que quede constancia de que en aquella importante reunión pública, el arquitecto Joaquín Cores rebatió técnicamente los argumentos de Alfredo Villa al mantener que con volúmenes menos elevados podían caber treinta mil habitantes por kilómetro cuadrado advirtiendo que el aumento de los volúmenes en la altura de las edificaciones solamente serviría para fomentar la especulación urbanística. Sus palabras cayeron en saco roto y así pasó lo que pasó.

Necesidad de aparcamientos subterráneos. La ciudad ya se planteaba entonces la necesidad de construir algún aparcamiento subterráneo para paliar la falta de lugares para dejar los automóviles en las calles. De ahí que la Comisión Municipal de Urbanismo calificó en el mes de septiembre como interesante la posibilidad de que el Ayuntamiento permitiese a la iniciativa privada que presentasen los proyectos correspondientes en el Náutico, Begoña y la plaza de los Mártires, que fue considerado como el emplazamiento idóneo ya que "podría ser construida una gran cueva para el aparcamiento de coches y, de paso, tratar de encontrar una solución racional a los graves problemas circulatorios" no descartándose la realización de pasos subterráneos para peatones y vehículos.

Con este valioso testimonio documental queda suficientemente claro que ya en el año 1969, la Corporación Municipal era consciente de la necesidad de dar una mayor utilidad a una de las principales plazas gijonesas, a fin de dar un gran aprovechamiento de su estratégico subsuelo. Y eso hay que decirlo en su honor que fue muchos años antes de que la entrada principal a la ciudad no fuese por ahí -ya que en aquellos años era por la avenida de Fernández Ladreda hacia la antigua carretera de Oviedo- dado que todavía no había sido construida la autopista que -en contra de todas las previsiones que se siguen en las grandes ciudades para evitar colapsos- iba a concluir precisamente allí.

Casi medio siglo después -y eso que políticos de muy diferentes ideologías nos han gobernado- todavía no se ha comprendido la imperiosa necesidad de aprovechar ese espléndido subsuelo de esa estratégica gran plaza y sus aledaños para la construcción de un gran aparcamiento subterráneo y una estación intermodal de trenes y autobuses.

La historia es muy decepcionante, la verdad.

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