La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica / Música

Fermín Villanueva: emoción y técnica

Fermín Villanueva: emoción y técnica

El día era perfecto para la música romántica: una tarde primaveral de chaparrones, pura inestabilidad meteorológica que creaba una atmósfera ideal para el torrente de emociones que encierran las sonatas de Chopin y Richard Strauss. El chelista Fermín Villanueva fue el encargado de dar vida a la música; acompañado de Mizuki Waki al piano ofrecieron una hora de música de cámara con el patio del Museo Casa Natal Jovellanos como escenario.

El repertorio era romántico, pero con dos obras completamente diferentes en su lenguaje y concepción. Quizás Strauss habría encajado mejor para abrir el concierto, pero Villanueva y Waki se aventuraron con la "Sonata Op. 65" de Chopin, la última obra publicada por el compositor polaco en vida y la única pieza de su catálogo para chelo. Es una composición compleja, una obra de madurez exigente para el intérprete y dura para el oyente. El primer movimiento concentra gran cantidad de material temático que se va desarrollando en los diálogos entre el piano y el chelo. Los pasajes contraponen sentimientos, a veces la obra parece detenerse a respirar momentáneamente, otras se apresura con los fraseos vertiginosos característicos de Chopin. La compenetración fue perfecta entre los músicos y así lograron solventar sin problemas un arranque de concierto nada sencillo. El "Scherzo" dio un respiro, con su melodía elegante y cantábile, y en el "Largo", el chelo tomó la iniciativa para cargar de drama una melodía que sonó con mucho cuerpo. Cuando llegó el "Finale" ya estábamos inmersos en el universo Chopin, pero el compositor no deja de sorprender, y constantemente genera expectativas que se frustran y no concluyen, haciendo de la cadencia final una auténtica catarsis.

La "Sonata Op.6" de Strauss fue todo lo contrario; obra de juventud, concepción clásica, fraseos simétricos, incluso recursos fugados en el desarrollo del tema. Sin embargo, en varios pasajes se puede apreciar la incipiente capacidad del alemán para orquestar y engrandecer las melodías. El brío y la agilidad gobiernan el "Allegro" inicial, el "Andante", por el contrario, se aletarga hasta desvanecerse en pizzicatti, y el "Finale" retoma la senda de la ligereza, siempre con carácter clásico. Es una obra liviana, pero su aparente sencillez exige la implicación de los intérpretes para que no resulte banal. Villanueva y Waki se emplearon a fondo en una interpretación que resultó pulcra, correcta y, por momentos, apasionada.

Sin duda, el papel protagonista en este recital era el de Fermín Villanueva, un joven talento del chelo que domina a la perfección la técnica y es capaz de imprimir todo el sentimiento incluso a los fraseos más sencillos. Su ejecución fue limpia y el control del sonido en cada nota consigue que las melodías cobren vida propia. El manejo del vibrato, el peso del arco en las notas graves, la agilidad virtuosa en los agudos, van más allá de la corrección técnica para transmitir el afecto de las obras. La ovación fue más que merecida, y como propina, la "Danza ritual del fuego" del "El amor brujo". Efectista, pero efectiva.

Compartir el artículo

stats