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Memorable sesión con la OSPA

Dirigida por la polaca Marzena Diakun, la orquesta ofreció una gran noche de música con la actuación brillante del chelista Daniel Müller-Schott

La directora Marzena Diakun saluda al público antes de iniciarse el concierto de la OSPA. ÁNGEL GONZÁLEZ

El tercer concierto de la serie "Rusia esencial" se celebró anoche en el teatro Jovellanos, bajo el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA. El programa presentaba muchas novedades, pero aun así el público flojeó; apenas media entrada en el patio de butacas. La primera novedad es que la OSPA estuvo dirigida por una mujer, la polaca Marzena Diakun; guapa, menuda, 36 añitos? Y un brillante porvenir ante sí. Su actuación fue limpia y brillante; dirigió a nuestra orquesta sinfónica con serena maestría, en unas partituras difíciles y variadas.

La segunda novedad la protagonizó otra polaca, la compositora Grazyna Bacewich, presentando su "Obertura para orquesta sinfónica", una pieza bonita y trepidante, pero corta; nos supo a poco. Dmitri Sostakovich, el niño prodigio que consiguió fama internacional a los 19 años, que pasó su vida pelándose con el Soviet y que entre sus composiciones tiene una ópera titulada "La nariz", completaba la primera parte de la audición con su "Concierto para violonchelo nº1 en mi bemol mayor". De la mano de esta partitura vino la tercera novedad y la gran sorpresa. Actuaba como solista el alemán Daniel Müller-Schott. Nunca visto. Le abrumaron los aplausos y se vio obligado a regalar un bis, la Habanera de Maurice Ravel. Su actuación fue memorable en una obra que los expertos califican casi como imposible por su complicación. Él la afrontó con una seguridad, que parecía ir sobrado de técnica, como si estuviera jugando. Compuesta en cuatro movimientos, pasa del tema reiterativo del primero a un sosiego acompañado de las violas y violonchelos e incluso dejando a la orquesta muerta en ocasiones, para después intercambiar un precioso diálogo con el oboe y la trompa. Para terminar desmelenándose en un final espectacular. Genial, el Jovellanos se caía.

Tras el descanso escuchamos la Sinfonía en re menor, de César Franck. Igual que Fauré, aparte de componer se dedicaba a la enseñanza y a tocar el órgano. El obispo de París dijo a un sacerdote después de escucharle. "Que maravilloso intercesor tienes aquí; él acercará más almas a Dios que nosotros". Franck escribió una única sinfonía; la que escuchamos ayer. Tiene reminiscencias de Wagner, su sonoridad es monótona pero marca un punto de partida para la renovación, es original y posee un sólido armazón estructural. Memorable.

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