Aquí no hubo conversión, como en la historia de Pablo de Tarso. Y tampoco caballo o pollino, camino de Damasco. Y nadie vio resplandor alguno en el cielo gijonés, como no fuera el pertinaz penacho de humo y CO2 de la siderúrgica. Pero, al igual que en el relato paulino, existió una de esas caídas que modifican la vida de quien las padece. Sergio Gayol Gonzalo recuerda aún el día en que se vino al suelo, perdido el equilibrio de su bicicleta, y dio con sus huesos en el portal mismo de aquel Instituto del Teatro y las Artes Escénicas (ITAE), en la calle de La Merced. Fue ver el rótulo de la institución, creada por la Consejería de Cultura del Principado en 1985 y antecedente de la actual Escuela Superior de Arte Dramático (ESAD), y recordar de pronto cuánto le gustaba el cine o cómo en alguno de sus sueños juveniles se veía recogiendo un "Óscar" que hasta ese momento sólo había logrado un puñado de españoles (Gil Parrondo, Luis Buñuel, Néstor Almendros, José Luis Garci y Fernando Trueba), ninguno actor. Así que, tras el iluminador porrazo ciclista, penetró por aquella puerta que le cambiaría para siempre la vida y arribó a los dominios de un bedel más bien amable que le puso al tanto de los pormenores de la matrícula en tal centro. Pasó las pruebas y en septiembre de 1993, con dicienueve años cumplidos, abrazó los júbilos y tristezas de ese oficio milenario en el que uno puede ceñir corona o vestir harapos en menos de hora y media de función.

Han pasado veincuatro años desde aquella oportuna caída. Sergio Gayol, cuyo amor por el teatro no ha hecho más que intensificarse con el paso del tiempo, se ha convertido en una de las referencias de la escena asturiana por su trabajo al frente de "Teatro del Cuervo". Y ese carisma, además de las ganas de hacer cosas que redunden en beneficio de los compañeros de tablas y leguas, le ha llevado a la presidencia de la Asociación de Compañías de Teatro Profesional de Asturias (ACPTA). Es una de esas herramientas que tienen los ciento cincuenta teatreros asturianos, más o menos, para poder sobrevivir con un trabajo que no es que dé para comer, sino que hay días en que ni siquiera concede un desayuno. Uno de sus objetivos es llegar a acuerdos con Foroescena, la asociación que preside otro actor y director gijonés, Jorge Moreno, para dar una voz más poderosa a las cuarenta compañías profesionales que están registradas en el Principado. Un trabajo arduo. No es fácil poner de acuerdo a los practicantes de un oficio que tiene la intensidad como divisa.

Sergio Gayol nació en la gijonesa Clínica del Carmen en 1974. Dice que es de La Calzada y rememora con agradecimiento su paso por el colegio de las Ursulinas, que recuerda como reivindicativas. Está convencido de que su vocación teatral viene de aquella inquietud cultural y social que las monjas imprimían a sus enseñazas. Empezó a aficionarse a las tablas en aquellos días, en los cursos altos de la EGB. Tuvo un profesor de Literatura en segundo de BUP, Victoriano Iglesias, que le arrimaba con énfasis hacia la carrera actoral. Hizo, no obstante, un Bachillerato de ciencias puras y hasta su caída de la bici no se atrevió a subir la escalera que conduce a escena, allí donde candilejas y diablas eligen a los suyos.

De su paso por el ITAE recuerda el buen hacer de profesores como Santiago Sueiras, Etelvino Vázquez o Carmen Gallo, entre otros. Curtida gente del oficio. Y el encuentro con colegas cuya amistad dura hasta hoy, como Sandro Cordero, con quien lleva más de dos mil funciones mano a mano. Y, también, con Ana Blanco o Félix Corcuera.

En 1996 empezó a trabajar con "Margen", una de las compañías que son historia viva del teatro contemporáneo asuriano. Allí aprendió, entre otras cosas mayores, que los cómicos también cargan y descargan furgonetas con los bártulos de la representación. El carro de Tespis, ya se sabe. Quiso probar en Madrid, así que aceptó una invitación de la compañía "L'om-Imprebís" para unirse a su elenco. Actuó en cuatro montajes de éxito, de "Galileo" a Calígula", pasando por "El Quijote" y "Don Juan Tenorio". Pero Sergio Gayol sintó el tirón de Asturias, así que regresó a finales de 2008. Un año después, monta "Teatro del Cuervo". Nace de su deseo de tener grupo propio y de hacer escena desde casa.

El actor empieza a cumplir, asimismo, otro de sus deseos aplazados: el de dirigir. Y de ahí a la producción. Su compañía ha firmado un total de nueve espectáculos (desde la versión teatral de "Carne de gallina" a el musical basado en "El sueño de una noche de verano", de Shakespeare), además de otro de calle e infinidad de animaciones. Si le preguntan, responde que el balance ha sido positivo, que mereció la pena y tal. Y eso, pese a la precariedad que acogota a la profesión en forma de competencia desleal, impuestos añadidos, recortes presupuestarios para los circutos profesionales y otros dragones de mortal aliento. Ha hecho coproducciones con compañías de Madrid o Cantabria. Para vivir del teatro (y él lo ha conseguido) hay que hacer bolos fuera de Asturias y tener un repertorio variado, con distintos títulos en cartera.

Sergio Gayol, que responde al tipo del bajito con un punto de hiperactividad y la sonrisa presta tras la barba cuidada, anda ahora metido en un proyecto de investigación teatral ("Exilios", al que no le ha puesto fecha) y con un espectáculo de carpa. Los de "Teatro del Cuervo" se han hecho con una tienda militar, de las que se arman en cualquier sitio, para funciones muy especiales. Tiene ya nombre: "Tienda 47".

Casado y con dos niños (César, de seis años, y Claudia, que sólo tiene siete meses), afirma que su familia le ha dado "realidad"; es decir, que se piensa más las cosas. Uno tiene la impresión de que, en su caso, las batallas interiores sobre los sinsabores de su oficio (una reflexión constante en las gentes del teatro) las gana siempre aquel muchacho que soñó con ganar un "Óscar". De momento ya tiene el premio "Oh!" y casi gana un "Max". No es poco.