La intervención de bomberos y Policía Local permitió que no hubiera víctimas y sólo daños materiales, pero el susto que sufrieron los vecinos -el edificio cuenta con once plantas y 42 inmuebles- será difícil de olvidar. También los momentos de tensión provocados porque, al reventar las ventanas, el humo impidió la visibilidad. Algunos vecinos tuvieron que ser rescatados por los bomberos en escalera y otros se jugaron la vida caminando por la cornisa del último piso para cruzar al edificio colindante.

Los primeros en salir fueron los miembros de la familia del joven que detectó las llamas mientras veía la televisión. "Olí el humo, subí la persiana y me asusté con el fuego, luego reventó el cristal de la persiana", describe. Su familia vive en el tercero y a su salida alertaron puerta por puerta a los convecinos de las plantes inferiores. Todos salieron por el portal y vieron desde la acera de enfrente cómo las llamas devoraban sus casas.

La evacuación fue complicada. El edificio, en el número 49 de la calle Aquilino Hurlé, hace esquina por la derecha -mirando de frente el inmueble- con la avenida Rufo García Rendueles. Ambos edificios cuentan con un andamio para realizar la rehabilitación de la fachada. Algunos vecinos quisieron utilizar esa estructura para evitar las llamas y acceder a los domicilios del otro edificio pero el fuego lo impedía. Descender por la escalera se antojaba imposible porque el hueco de las escaleras se había llenado de humo. Algunos intrépidos optaron por encaramarse a la cornisa y desafiar el vértigo para ir hacia el edificio colindante. Lo lograron y pudieron escapar. Otros confiaron en la intervención de los bomberos que los recataron por las ventanas.

Una vez controlado el fuego, se revisó la estructura del edificio y del andamio de forma minuciosa. Tiraron a la calle colchones y ropas que todavía humeaban. Sólo había daños en la fachada, ventanas y viviendas por lo que pasadas las seis de la mañana, permitieron a los vecinos acceder a los pisos para comprobar su estado. El panorama era desolador y todos entendieron que tardarían varios días en poder volver a habitar sus domicilios. Algunos no sabía dónde pasar las siguientes horas. "He pasado la noche en la calle y hoy tampoco sé dónde voy a dormir; la policía sólo me dio como solución el albergue Covadonga", relata José Miguel Diego Revilla.