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María Angélica Miras | Artista de las telas

"El mundo de las labores me envenenó; soy manitas y esto es apasionante"

"Tengo alrededor de sesenta alumnas de entre 35 y 60 años que se renuevan, para ellas es un pasatiempo divertido"

"El mundo de las labores me envenenó; soy manitas y esto es apasionante"

Aunque el término "quilter" significa persona que hace colchas, en la práctica, hoy esta palabra se usa para definir a un artista que trabaja con retales de telas. Una profesión que ha dado lugar al patchwork, una labor entretenida, vistosa y sobre todo muy creativa. Es la que ejerce María Angélica Miras, y en la que ha logrado sobresalir merced a su espíritu solidario. Hoy es una estrella. Desde su establecimiento en la calle Río Eo, ha sabido coordinar esfuerzos, patrocinadores y voluntarios para alegrar la vida de aquellas mujeres que han sufrido cáncer de pecho. Es una maestra, alegre y comunicativa, que exhibe con orgullo sus creaciones, la última es una muñeca que se llama Caperucita, pero al darle la vuelta es la abuela, y si se la invierte aparece el lobo.

- ¿Quién es, además de una quilter?

-Nací en Oviedo (1975), mayor de tres hermanos, pero toda mi familia es de Viella, Siero. Vivo en Gijón desde hace doce años porque me casé con un gijonés, José Manuel Rivero. Soy trabajadora, ingeniosa y amante de la gente. Tengo una hija de diez años.

- ¿Cómo fue su infancia?

-Normal, aunque vi sufrir mucho a mi madre. Mi padre nos dejó cuando ella tenía 26 años y tres hijos pequeños; nunca más supimos de él, o él de nosotros, pero sabemos que vive. Mi madre era una mujer muy valiente, que nos enseñó a todo con su ejemplo.

- ¿Usted para que se preparó?

-Después de hacer el Bachillerato en el Instituto de Lugones, quise ser peluquera y lo conseguí pagándome yo los estudios con el trabajo en una empresa de limpieza. Ejercí de peluquera cinco años y aún hoy sigo peinando a las amigas o a familiares.

- ¿Cómo se produjo un cambio tan radical, de los pelos al patchwork?

-Un día una clienta me enseñó el patchwork, y lo vi tan interesante que me envenenó. Siempre me había gustado la creación, las labores, y aparte soy manitas, de manera que descubrí en ello un camino ilimitado y apasionante. Me lancé, cogí un local y me puse a dar clases al mismo tiempo que vendía los materiales.

- ¿Cuántas discípulas tiene?

-Alrededor de sesenta. Se renuevan, para ellas es un pasatiempo divertido. Unas a veces se cansan, pero hay otras que llevan ya seis años. Mis alumnas se mueven en una edad que va desde los treinta y cinco años a los sesenta.

- ¿Y qué hacen?

-Colchas, cojines, mochilas, delantales, bolsos? Es un mundo muy amplio.

- Usted, como profesora, ¿dónde se inspira?

-Sobre todo en internet. Yo estudio bien la propuesta y luego la explico.

- ¿Y el proyecto Micky, cómo surgió?

-Tengo una amiga que se enteró que lo estaban desarrollando en Mallorca; hacían cojines para las mujeres operadas de cáncer de mama. Son unos cojines terapéuticos, con una finalidad, ya que al tener forma de corazón lo meten debajo del brazo y éste descansa en él, al mismo tiempo que protege la zona afectada. Es de un material blando y mullido. Me dije: esto hay que traerlo a Asturias. Después de confeccionar unos pocos, los llevé a un hospital, y los agradecieron. Esto me animó y me propuse llegar a todos. Hace seis años que empezó la historia.

- ¿Cuánto cuesta cada cojín?

-Son gratuitos. Los costes al principio los resolvía con los materiales que me regalaban mis comerciales, pero se cansaron. Tuve que buscar patrocinadores y los encontré. Ahora mismo colaboran varias firmas, como Fundación Alimerka, la Asociación Española contra el Cáncer, Restaurante La Casa del Mar, Pulpería Tierras Gallegas, Servicios Sociales del Ayuntamiento de Gijón, Ideas J. Puyol, y Copia 2. Ellos me ayudan a comprar los materiales.

- ¿Y quién los confecciona, además de usted?

-Una vez al año organizamos un encuentro en el Centro de Cultura Pumarín Sur, y yo llevo todo preparado a los voluntarios que desean colaborar. Vienen muchos, y la sesión dura dos horas, de diez de la mañana a doce. Es año se celebró hace una semana y acudieron 200 personas que confeccionaron 725 cojines.

- ¿Qué destino tuvieron?

-Los repartimos en los hospitales de Jove, Pumarín, San Agustín, HUCA, Grande Covián y Jarrio.

- Estará usted satisfecha?

-Mucho, y feliz, mereció la pena el esfuerzo; llevo organizándolo desde octubre. En estos seis años no han parado de aumentar los colaboradores. Empezamos haciendo 100 cojines; el año pasado ya fueron 500, y este año batimos todas las previsiones, no me lo podía creer.

- ¿Cómo lo organizó?

-Por mesas. La tela la llevo cortada, con la ayuda de cuatro amigas. La gente suele traer sus propias máquinas de coser, aunque hay quien los cose a mano. Hay mesas de relleno, y mesas de empaquetado. Hay que cerrarlos con una pequeña costura que tiene que ser a mano. En el paquete metemos una tarjeta con una leyenda bonita. La de este año decía: "Todo quedará en un mal sueño. ¡No estás sola! Un abrazo."

- ¿Sabe si esta iniciativa se realiza en otros lugares?

-Sí, fue un proyecto que se importó de Europa, y a España lo trajo María José Loly de Cooman, una señora belga casada con un mallorquín. La idea la recogió de un hospital de Tennesse (EEUU), cuando a una enfermera mastectomizada le regalaron un cojín y encontró gran alivio. Los primeros sesenta cojines de la señora Cooman los consiguió con la ayuda de sus amigas navarras, que los llevaron a la Clínica Universitaria.

- ¿Las receptoras qué dicen?

-Los agradecen. En una ocasión una chica me trajo una orquídea para darme las gracias. Las enfermeras no entran con una jeringuilla, sino con un corazón. Yo lo hago para que les vaya bien.

- ¿Qué costo tiene cada uno?

-Unos ocho euros. Pero no se venden. Hay personas que sin tener cáncer los piden porque son buenos para proteger las cervicales.

- ¿Ya contempla el encuentro del año que viene?

-Sí, me gustaría llegar a todos los hospitales de Asturias. Podría hacer el doble si tuviera más material, así que necesito más patrocinadores.

- ¿Cuál es su sueño?

-Lo tengo todo y no puedo pedir más. Soy feliz. Mi marido trabaja con un camión de mercancías peligrosas, pero me ayuda mucho cuando está en casa. Sabe hacer de todo y cocina muy bien.

- ¿Y después de los cojines, qué?

-¡Ojalá que algún día no hagan falta! Buscaré otra cosa; soy emprendedora.

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