Tras el fiasco del pasado año, cuando la calima impidió disfrutar del esplendor de la noche de los fuegos, ayer todas las miradas estaban puestas en el cielo gijonés. Había avisado el concejal de Festejos, Jesús Martínez Salvador, de que las previsiones encargadas a la Agencia Estatal de Meteorología eran "positivas" y no defraudaron.

Más de 5.000 unidades de artículos pirotécnicos con 1.100 kilos de pólvora y 960 órdenes de lanzamiento colorearon en la noche de ayer el cielo de Gijón gracias al espectáculo que la empresa Pirotecnia Pablo preparó para sorprender a los gijoneses y visitantes que salieron en la calurosa noche de ayer a la calle.

La exhibición, que tomó el nombre de "Aurora boreal, arcoíris y terremotos en la noche de Begoña", consiguió dejar a más de uno con la boca abierta. Los 18 operarios de la empresa trabajaron sin descanso en el montaje durante dos días. Previamente, necesitaron cinco semanas de diseño, siempre pensando en la manera de divertir al público. Fueron necesarios 150 metros línea de disparo, 21 posiciones diferentes de lanzamiento y 7 alturas de fuego para no dejar indiferente a nadie. A los ya conocidos efectos como "huevos de dragón", "átomos", "crossettes", "perlas blancas", "crisantemos" hubo que añadir la novedosa forma en que se mostró todo como conjunto. Todo ello, para hacer disfrutar a los gijoneses de la noche más especial del año, en la que la ciudad queda en un segundo plano y el cielo gana toda la ponderación.

Antes de caer el sol, ya comenzaban a sonar los primeros acordes desde la playa de Poniente. La orquesta "Olympus" calentaba motores antes del gran evento del verano gijonés, mientras grupos de gente se empezaban a acomodar en sus minaretes preferentes, a saber los arenales de la ciudad, el cerro de Santa Catalina, el muro de San Lorenzo o la Campa Torres. Todo con tal de tener la mejor vista posible del espectáculo pirotécnico que anticipa el final de la Semana Grande.

Mientras la iglesia de San Pedro marcaba, una a una, las doce campanadas de medianoche, desde el cerro de Santa Catalina, punto más alto de la ciudad, emprendían su vuelo hacia lo onírico los cohetes.

Horas antes, ya había quien esperaba ansioso el momento. Es el caso de Carmen Guerrero, acompañada de su familia. "Es el primer año que podemos estar todos juntos", aseguró, bocadillo en mano, haciendo gala de su gran preparación: fular "por si refresca", silla de camping, comida y "algo para beber". A pocos metros, un bullicioso grupo. "Todos los años preparamos unos bocadillos y venimos con los niños a ver los fuegos", asegura Lorena Pérez. En total, más de media docena de jóvenes, acompañados de sus padres, que acuden "a disfrutar de las fiestas, con la familia y los amigos, y con el entorno de la playa" y, una vez que finalicen, "¡a bailar a la orquesta!".

Minutos antes de las doce de la noche, en el escenario se hizo el silencio y las miradas fueron virando una a una, hacia el cielo en el que comenzaron a estallar los fuegos de la noche de Begoña. Formas imposibles, bengalas en escorzo, cohetes hacia el infinito, ruido ensordecedor, color deslumbrante y, tras la tormenta, la calma en forma de aplausos de aquellos a quienes, una vez al año, los fuegos artificiales les hacen soñar. Porque, como asegura Carmen Guerrero, "si no hubiese fuegos, es como si no hubiera fiestas en Gijón".