Unos pocos metros. Esa es la distancia a la que ayer Melissa Oyola y su hijo vivieron el atentado de Las Ramblas de Barcelona. Una mínima separación que les permite contar su historia como testigos presenciales y no como víctimas. De nacionalidad ecuatoriana, pero residentes en Gijón desde hace cerca de doce años, Melissa y su hijo se encontraban pasando unos días de vacaciones en la Ciudad Condal. La mala fortuna quiso que estuvieran en el lugar y momento equivocados. Las Ramblas, uno de los lugares emblemáticos barceloneses, siempre transitado por turistas como ellos, fue el escenario del primer atentado terrorista de corte islamista radical tras el 11 de marzo de 2004.

Pero gracias a una dosis de fortuna (o de azar). A las indicaciones de los cuerpos de seguridad del estado y a un amable taxista que se ofreció a llevarlos para sacarlos de la zona de más peligro, pudieron abandonar el lugar con el susto todavía bien metido en el cuerpo. Llegaron anoche a Asturias. En el último vuelo desde El Prat hasta el Principado. Allí, esta gijonesa y su hijo se reencontraron con Henry González. Su marido. Su padre. Todo en medio de un recibimiento marcado por la tragedia que se encharcaba la atmosfera. Muchos de los que estaban allí contaron que cuando supieron lo que había pasado, la preocupación les invadió rápidamente el pensamiento. Ninguno de los que iba en el avión estuvieron tan cerca como esta familia asturiana. Dio igual el ritual sí que se repitió: Coger el móvil y decir por la vía que fuera "estoy bien".

"Fue a pocos metros. Fue muy impactante. Me puse súper nerviosa. Veíamos a la gente correr. Yo llevaba al crío y a las maletas. No sabíamos a hacia donde ir", comienza su relato aún visiblemente nerviosa a pesar de las horas transcurridas. "Fuimos a un taxi y lo vimos y lo escuchamos todo", interrumpe su hijo al que tiene cogido de la mano. El pequeño no tendrá mucho más de diez años. Lo justo para saber que algo malo está pasando. Pero aún con la inocencia suficiente como para narrar lo que sucedió como si fuera una película de dibujos animados. "Nos enteramos de lo que pasaba en las noticias que iban puestas en el taxi", puntualiza Melissa. "Nos cogió porque llevaba a mi hijo. Todo el mundo quería salir de allí en taxi. Los autobuses no paraban", narra. "Atropellaron a dos personas y una salió", vuelve a interrumpir el joven, mientras la madre le acaricia la cabeza.

No llegaron a ver el vehículo que produjo la masacre. Pero fue por muy poco. "Íbamos a coger un autobús que estaba justo donde pasó todo. Pero vimos a la gente correr. No sabíamos muy bien que pasaba. Esperamos y escuchábamos lo que decía la policía. La gente se metía en centros comerciales. Y luego ya escapamos cinco calles más arriba. No lo vimos, pero estábamos a muy pocos metros", finaliza mientras se le vuelve a quebrar la voz.

Fuera de micro, y ya en la puerta de salida del aeropuerto revela una analogía. "Lo vimos como de esta puerta a donde están colocados los taxis". Para quien nunca haya estado allí, la distancia es no llega ni a diez metros. Todo esto mientras el padre de la familia ya está guardando las maletas en su coche. Añadió Melissa que ya lo único que quería era llegar a casa y dormir. Hoy, trabaja. Hoy, sigue con su vida normal y corriente en Gijón. Como una más. Todo, gracias a unos metros. A unos muy pocos metros.