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Triste Seis de Agosto

Una cuestionable política municipal mantiene sin lucimiento los símbolos jovellanistas y ya ni siquiera se hacen celebraciones de hitos locales

Aspecto ajado del Instituto Jovellanos.

Caben pocas dudas de que si Jovellanos tuvo un sueño fue ver materializado su proyecto para el Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, origen del actual Real Instituto de Jovellanos. Su empeño consiguió poner esta institución en marcha e incluso iniciar la construcción de la que sería su sede, diseñada por el arquitecto Juan de Villanueva, cuya primera piedra colocó él mismo en 1797.

No pocos avatares se sucedieron desde aquella fecha que dificultaron la erección del inmueble -como detalladamente narra Agustín Guzmán en su monografía sobre esta institución- haciendo que tardase casi un siglo en culminarse. Pero se logró. Tras Villanueva intervendrán los arquitectos Ricardo Marcos Bausá e Ignacio de Velasco y, finalmente, las obras se terminarán en el agosto de 1892, hace ahora 125 años. En aquel verano el gran sueño de Jovellanos quedaba consumado, Gijón veía finalizado uno de sus edificios más simbólicos y la educación y la cultura se consolidaban como soporte del progreso local.

Aquel edificio que, inexplicablemente, a finales del pasado siglo perdió oficialmente el apellido Jovellanos es actualmente conocido como el Centro de Cultura Antiguo Instituto (CCAI). Quien por allí se haya acercado este mes de agosto lo verá con sus fachadas marcadas por la mugre y la humedad, la vegetación coronando sus cornisas y recurrentes enlonados publicitarios tapando el frente del edificio a la plaza del Parchís. Quien haya entrado durante el pasado invierno se habrá encontrado con el corredor del primer piso lleno de calderos para recoger el agua proveniente de múltiples goteras. De aquella villa que se quería ilustrada hemos pasado a esta ciudad deslustrada en la que el abandono de patrimonio, equipamientos e infraestructuras municipales se ha convertido en un mal endémico.

Un Gijón en el que la propia efigie de Jovellanos pasa 360 días al año cubierta, literalmente, de mierda; la excepción son las jornadas inmediatas al Seis de Agosto tras unos manguerazos apresurados para salvar las apariencias durante esa jornada.

Un Gijón en el que durante el último lustro se aplicó un incomprensible concepto de ahorro por el que al igual que se abandonó el patrimonio público, se dejaron de arreglar aceras y calzadas, "ahorro" que ahora nos cuesta miles de euros en pago de indemnizaciones por lesiones sufridas por peatones e incluso por daños en vehículos.

Un Gijón en el que oficialmente no se recuerda su pasado más brillante, no sabemos si por desconocimiento del mismo o por evitar agravios comparativos. Así, no se celebrarán este año ni la finalización del Instituto, ni el inicio de las obras de El Musel, ni el nacimiento del barrio de La Arena. Casi nada.

Un Gijón en el que el relato de su historia está contenido en miles de libros apilados en los almacenes municipales, sin que haya capacidad para repartirlos por bibliotecas públicas y escolares ni de distribuirlos para su venta.

Un Gijón en el que ni vecinos ni visitantes pueden tener una visión de conjunto de la historia local, ya que no existe ningún equipamiento al uso. Y, en principio, así seguiremos toda vez que en el proyecto para Tabacalera se rechaza hacer de la necesidad virtud, dejando almacenadas excelentes colecciones municipales que encajarían a la perfección en este señero edificio de Cimavilla. En este caso, tener continente y contenido ad hoc, tiene nulo valor para nuestros gobernantes.

La política municipal está haciendo que la Villa de Jovellanos esté progresivamente dejando de ser jovellanista. Sin hechos que den continuidad al espíritu de razón, cultura y progreso del ilustrado, la celebración del Seis de Agosto queda así convertida en un paripé a los pies de su estatua antes de que, en tan solo unos días y mientras las flores se mustian, vuelva a quedar cubierta de inmundicias.

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