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Míticos de Gijón

La alegre maestra de las letras

Luisa Balanzat y de Cavo, monárquica y religiosa, dedicó su vida a la enseñanza y fue una escritora de referencia en diversos medios impresos

"Tómbola", el libro de Luisina que recopiló gran parte de sus artículos.

Dedicó su vida a la enseñanza. A transmitir su sabiduría e impregnar de valores a sus discípulas más allá de lo puramente académico. Ni se casó ni tuvo hijos pero Luisa Balanzat y de Cavo (Gijón, 1920-1996) disfrutó, apreció y aprendió de los valores de la infancia. "He visto, durante muchos años, frente a mí, a los hijos de otras mujeres más afortunadas. Como en una tómbola, por unas horas diarias, los he contemplado, absorta ante el grandioso espectáculo de la niñez, brillando ante mi asombro como radiantes promesas de futuro. Con su pueril belleza, con sus celestes sonrisas, con su entusiasmo, con su bullente dinamismo, con sus diminutas cóleras, con sus pequeñitas -para ellos grandes- tristezas, con su alegría incoercible y ruidosa", escribió en su libro "Tómbola", una obra maestra, como ella, que recopiló, a modo de diario de vida, todos los artículos que en vida regaló a su ciudad natal y sus gentes en la prensa local.

Luisina, como solían llamarla cariñosamente, era original, intelectual y discutidora que no se callaba a nada ni a nadie en las múltiples tertulias en las que participaba en librerías o en el café Dindurra e incluso organizaba en su propia casa. Una mente preclara que vivió con el ritmo de los tiempos. Hija de militares, rigurosa, muy religiosa y muy monárquica. Una mujer de bien y de orden que acabó portando carteles en manifestaciones reclamando la amnistía para los presos políticos. "Alegre, vivaracha, esforzada, polémica y sobre todo aguda, con esa agudeza propia de los seres perspicaces, creativos, como ha dejado estela en sus novelas, en sus ensayos, en sus artículos periodísticos, en sus críticas". Así la definió su amigo Daniel Arbesú en la necrológica que le tributó en LA NUEVA ESPAÑA después del fallecimiento de Luisina, en la residencia del Carmen en la que residía por una enfermedad, el 10 de noviembre de 1996. Allí mantuvo su sentido del humor hasta el final. Cuentan que unos días antes de morir, fue a verla un sobrino suyo. "Querido sobrino, si tardas un poco más, ya no me encuentras", le espetó con la misma guasa de siempre.

Luisina se licenció en Filosofía y Letras, en la sección de Historia, por la Universidad de Madrid y ejerció durante años la docencia en Gijón, principalmente en centros privados de Enseñanza Media como las Ursulinas y la Asunción, aunque también fue profesora en el instituto Jovellanos. Era buena y disciplinada, con notable sentido del humor y autora de frases ingeniosas que profería a sus alumnas. "Esa bobería, bobitura o bobez que le aflige señorita, ¿es congénita, adquirida o traumática?", por ejemplo.

Además de la docencia la escritura fue su otra gran pasión. En 1953 su artículo "Palacio Valdés y nosotros", publicado en el diario Voluntad, recibió el Premio de Periodismo de la Universidad de Oviedo. Su ensayo "D. Quijote y el Capitán Ribot" fue publicado en el Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 20 (diciembre 1953). Fue colaboradora asidua en la prensa gijonesa, recogió una selección de sus artículos remitidos a El Comercio y Voluntad en el libro Tómbola (Gijón, 1981). Fue también librera y consejera de lecturas y columnista de La Hoja del Lunes de Gijón donde popularizó un peculiar y estilo irónico y sutil a través de la sección que titulaba "El mundo de Luisa Balanzat".

Otro de sus divertimentos fue la equitación que practicaba con frecuencia en el Club Hípico Astur. Lo curioso no es que se fuera sola al Chas a montar a caballo pero sí que lo hiciese ataviada con la vestimenta de amazona según salía de casa. Recorría la calle Corrida para coger el autobús con su pantalón blanco ajustado, sus botas negras de montar, la chaquetilla de amazona de color rojo y la fusta reglamentaria. Era autosuficiente y de nadie necesitó nunca. No se casó y hasta para eso tenía respuesta. Una versión, más práctica, era que "los hombres eran muy tontos y no les gustaban las mujeres con dos dedos de frente". La otra versión, más literaria y novelesca, decía que su novio había muerto en la guerra y que era una "viuda lucero". No porque lo tuviera durante la contienda y falleciese en fratricida batalla, pero de los tantos jóvenes que murieron entonces, Luisina siempre decía, que uno de ellos era el que estaba destinado para ella.

Luisina dijo en vida, en sus artículos, que "solamente hay un goce superior al de recibir. Es el goce de dar. Dar gratuitamente, porque sí, sin trueque ninguno". Así vivió Luisina, exprimiendo su sabiduría para compartirla con sus alumnas, con sus lectores y amigos. Su legado es para tenerla siempre presente. No es de extrañar, en consecuencia, que en señal de gratitud, el Ayuntamiento aprobase, el 9 de octubre de 2001, darle su nombre a una calle del barrio de Montevil, una vía comprendida hoy entre las calles Velázquez y Les Cigarreres. La calle de Luisa Balanzat y Cavo, la misma que en su libro "Tómbola" se despidió de este mundo con estas palabras: "ante esta prodigiosa tómbola han transcurrido los más sustanciales momentos de mi vida y, sólo ella, justifica por entero y con creces, mi humilde paso por el mundo". Con firmeza y sabedora del deber cumplido.

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