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RAFAEL COUTO GARCIABLANCO | ULTRAMARATONIANO

El etíope de La Arena

El atleta gijonés, destacado en la última prueba del Mont Blanc, es uno de los máximos exponentes en Asturias de un deporte muy exigente

El etíope de La Arena

Hay quien en las distancias cortas se la juega, como rezaba aquel anuncio de colonias que hizo carrera televisiva en los años ochenta. Y hay, sin embargo, quien se la juega en las distancias largas, pongamos que de setenta u ochenta kilómetros en adelante, cuando no más de cien, en carreras de extrema dureza. Es el caso del gijonés Rafael Couto Garciablanco, atleta que a finales de agosto firmó su última gesta: culminar la Ultratrail "Sur les Traces des Ducs de Savoie" (TDS), una de las pruebas más exigentes del calendario internacional, hermana pequeña de la UTMB (Ultra Trail de Mont Blanc), en la que participaron 1.800 corredores, algunos de ellos de la máxima categoría. Couto cruzó la meta en Chamonix exhausto, de madrugada, tras cubrir a pie 119 kilómetros de empinados desniveles y condiciones meteorológicas adversas.

Este ultramaratoniano que el próximo abril cumplirá los 48 años nació en el barrio de La Arena y físicamente tiene trazas de corredor etíope de fondo. Enjuto como un junco, fue desde niño un chaval de pies ligeros, enamorado del deporte y de la vida al aire libre. De casta le viene al galgo: los Garciablanco fueron enormes piragüistas, aunque físicamente se asemeja más a la rama Couto. A juicio de quienes mejor le conocen, Rafa es un espíritu rebelde. Tan es así que cuando cursaba estudios en el Corazón de María se aficionó, como es acto de fe en ese colegio gijonés, al balonmano. Destacó como pivote y recibió una llamada para acudir a la selección española de categorías inferiores. Pero el día que debía responder a la convocatoria decidió no incorporarse y pasarse al fútbol, donde más tarde haría carrera como portero.

Aquella negativa supuso, además de un disgusto familiar, un drama por partida doble: para sus entrenadores en el Codema, porque no se dice "no" al equipo nacional, y para el colegio, donde consideraron que abandonar el balón de mano para abrazar el balón de pie era un absoluto sacrilegio. Pero se salió con la suya y comenzó su nueva carrera deportiva como guardameta. Y con éxito: los ojeadores del Sporting se fijaron en aquel chavalín espigado del Corazón de María y lo llevaron a Mareo. En el club rojiblanco estuvo tres temporadas y coincidió con Manjarín, que procedía del colegio Inmaculada, Abelardo y Muñiz, actual entrenador del Levante.

A las puertas del filial, fue cedido a la Piloñesa, donde fue el arquero más joven de la Tercera División asturiana. Del club principal de Infiesto pasó al Turón, donde colgó las botas para dedicarse a los estudios de perito agrícola, en Lugo. Con el primer sueldo como futbolista le compró un televisor a su abuela gallega. Culmina la carrera y recibe una oferta de trabajo que le lleva a las Islas Baleares. Consigue empleo en un centro de jardinería de Mallorca y conoce a una mallorquina que se convertiría en su esposa, Patricia Escobar, que comparte con Rafa -a la fuerza ahorcan- la pasión por el "running", aunque ella acomete distancias más cortas.

Al cabo de unos años regresa a Gijón, a trabajar en la empresa familiar, como su hermano Fernando, concejal del equipo de gobierno de Foro Asturias en el Ayuntamiento. Eso ocurrió en 2011. Nunca perdió el contacto con su tierra natal, ni su arraigo asturiano, ni el amor al paisaje y a la montaña. Un año después, corredor de vocación tardía, la afición por el monte le llevó a probar las pruebas de distancia de ultrafondo que se desarrollan en zonas montañosas, con enormes desniveles y que supervisa la International Trail Running Association.

Así, fue probando y probándose hasta comenzar a competir y embarcarse en competiciones cada vez más exigentes, como el Desafío Somiedo, la Travesera Integral de los Picos de Europa, la Trasnvulcania, la Transgrancanaria y la Ultra Mallorca Serra de Tramuntana. El mayor éxito, sin embargo, lo cosechó Rafa Couto en la North Face Lavaredo, que parte de Cortina D'Ampezzo, en los Dolomitas italianos. Él y el también gijonés Pablo Baisón fueron los dos primeros españoles clasificados, después de 120 kilómetros por parajes tan duros para las piernas como sedantes para el espíritu. Con esta carrera se quitó una espina: el año anterior tuvo que abandonar por una lesión en la planta del pie.

La vida del ultramaratoniano no es fácil, pues exige llevar al cuerpo a límites insospechados. El mayor de los Couto se impone a sí mismo una disciplina espartana, de entrenamientos, alimentación, cuidados físicos y descanso. Su nutricionista, Laura Pire, y su fisioterapeuta, Carlos Roza, son dos de las mejores ayudas de este atleta que reside en Quintes, que entrena en el Grupo Covadonga y que corre para el club de Moal, una localidad próxima a Muniellos, uno de los lugares mágicos para este gijonés de 1,86 metros de estatura, comprometido con la defensa del medio ambiente. Y amante de los perros: de una terranova que responde al nombre de "Roxy" y de un huskey al que bautizó "Cicely" como homenaje a la localidad donde se desarrollaba una de sus series televisivas favoritas, "Doctor en Alaska". Viajar a ese territorio inhóspito de Estados Unidos y trotar por su superficie escarpada es uno de los sueños de Rafa Couto, que fue copropietario, con Luis Fernández, el hostelero propietario de Los Pisones, de "Ziro", otro magnífico terranova ya fallecido que en 2010 fue elegido el mejor perro de su raza en Estados Unidos, con desfile triunfal en el Madison Square Garden.

A los cincuenta colgará las zapatillas de "trail running" y las cambiará por otras más pesadas, pues no abandonará el afán por perderse por los montes del suroccidente asturiano, por Somiedo, su concejo fetiche. Pero antes tratará de acometer su último reto, el más importante: el Ultra Trail del Mont Blanc, el temido "UTMB", una prueba "non stop" cuyo recorrido pasa por tres países, Francia, Italia y Suiza, y que está considerada la meca de las carreras de montaña. Miles de corredores de todo el mundo sueñan cada año con estar en la línea de salida, para competir con los de más alto nivel de esta modalidad deportiva sólo apta para "superhombres", de 170 kilómetros de recorrido y donde conseguir el dorsal exige acumular un buen puñado de puntos en otras carreras.

Rafa, que sigue manteniendo la amistad con compañeros de colegio de la infancia, ya escudriña ese empeño. Con la ayuda de su entrenador, de su nutricionista y de su fisioterapeuta; el cariño y el apoyo de su familia, de Rafael, su padre; de Isabel, su madre y de su hermano Fernando, y el aliento de todos los corredores anónimos de esta ciudad, que ya tienen un espejo en el que mirarse.

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