La avenida del Llano, una de las principales arterias de tráfico en Gijón, se extiende desde el cruce de las calles Pablo Iglesias y Hermanos Felgueroso hasta la Ronda Sur, en Contrueces. Son dos kilómetros que surcan lo que hoy es el barrio de ensanche moderno más populoso de la villa, pero que tuvo el dudoso honor, hasta finales de la década de los 80, de albergar el último gran núcleo chabolista de Gijón: La Cábila.

Este poblado era una verdadera ciudadela marginal (expresión entonces en boga) que tenía el agravio añadido de estar pegado al centro de la ciudad. No es una metáfora: apenas cien metros la separaban del Paseo de Begoña, y calles adyacentes perfectamente asfaltadas y abastecidas como Poeta Alfonso Camín, Fuente del Real o Pérez de Ayala, entre otras, la bordeaban o terminaban abruptamente sobre aquel conglomerado de casitas bajas, suelos de tierra, tendejones, chabolas, focos de insalubridad diversos y pobreza. Un área de unos 63.000 metros cuadrados, fruto de las parcelaciones de primeros del siglo XX, que empezó a concentrar pobreza y crecimiento en desorden desde la primera mitad de la centuria, cuando era puro extrarradio de la ciudad.

Según Luis Miguel Piñera, estudioso de la historia de Gijón, fue el escritor Pachín de Melás el primero en mencionar La Cábila en un artículo de prensa de 1933, donde afirmaba que el nombre "se lo había puesto el cabo de la Guardia Civil del puesto de El Llano, como imitación de los laberínticos barrios de Marruecos". Quizá el autor sugiriese con ello que el cabo era un veterano de la guerra de Marruecos, razón por la que conocería de primera mano las kábilas. Ahora bien, la palabra, en bereber, se refiere tanto a una tribu como a la forma en que estas se organizan territorialmente. Además, tendría que haberla llamado no "Cábila" sino "Medina", ya que ese es el verdadero nombre de los barrios viejos marroquíes. Aparte de que localidades como La Roda, Villafranca del Bierzo, Torrejón de Ardoz o mismamente Celorio, en Llanes, cuentan todavía hoy con barrios del mismo nombre.

En cualquier caso, el crecimiento desaforado de Gijón durante las décadas de los 50 y 60 vino a engordar la ocupación del poblado, reuniendo un contingente de inmigración de muy variada procedencia pero marcado por la pobreza, que colonizó de infraviviendas este sector con graves carencias de servicios. Los Planes de Ordenación Urbana de 1947 y de 1971, de por sí llenos de trabas e impugnaciones, resultaron aquí inoperantes y desastrosos. Aunque determinaron que esta parte de El Llano se calificase como suelo no urbanizable para impedir la especulación inmobiliaria, las presiones de toda índole acabaron dejando la zona sin actuación urbanística de ningún tipo. Y si a un distrito céntrico, como era el caso, se le dejaba estar como si fuera un simple solar de paso, el crecimiento irregular le llegaría más por las malas que por las buenas. Y así fue: a primeros de los 70, La Cábila era un barrio conflictivo con poco que envidiar, en su contexto y salvando las lógicas distancias, a las tristemente célebres favelas brasileñas o las "casas de paracaidistas" mexicanas. La crisis del petróleo del 73 no vino precisamente a mejorar la situación y el cuadro lo remató la llegada de la heroína a finales de la década, que tuvo aquí uno de sus principales centros de menudeo, contribuyendo a poner a Gijón en el mapa de aquello que se llamó, de un modo más timorato que eufemístico, el "miedo a salir de noche". La reconversión industrial tuvo así entre sus consecuencias que La Cábila fuese un punto de peligrosidad y delincuencia comparable a barrios como Pitis o San Blas en Madrid, Can Tunis en Barcelona o Almanjáyar en Granada.

Con todo, ya en los 60, con el crecimiento económico del desarrollismo se emprendieron las primeras acciones para atajar el problema. Colegios como La Inmaculada, a dos calles del poblado, organizaban festivales anuales a favor de los habitantes de La Cábila. Esta y otras iniciativas privadas dieron pie a la creación en 1972 de la plataforma cívica "Gijón, una ciudad para todos", colectivo pionero de la integración social que jugó un papel fundamental a la hora de acabar con el chabolismo en la ciudad, concentrando en este lugar sus primeras acciones. La corporación del 79 se sumó a la idea haciendo de ella uno de sus principales líneas de actuación, y el plan de erradicación de infravivienda, iniciado un año después, aunó definitivamente todos estos esfuerzos. Duró doce años, casi al final de los cuales, en 1990, La Cábila desapareció para siempre del paisaje gijonés. Unos meses después se demolió el último poblado de la villa, el de La Santina, aunque la ejecución del plan reveló algunos agujeros, fruto de uno de esos problemas tan típicos de Asturias como es el individualismo municipal: numerosos chabolistas de La Calzada, Tremañes o Jove se marcharon tras recibir las ayudas económicas? para seguir siendo chabolistas, al recalar en poblados de Avilés o Corvera como La Luz, Las Vegas o Divina Pastora.

Hoy, los terrenos embarrados de El Llano que acogían chamizos insalubres, talleres precarios y tendejones de chapa los ocupan viviendas normalizadas, un concurrido centro comercial y el conjunto de servicios y recursos vecinales propios de un barrio de 40.000 habitantes, que incluye centro de salud, biblioteca, pabellón deportivo, piscina y centros escolares. El extenso parque de Los Pericones une El Llano con Ceares y Contrueces, brindando una vista radicalmente diferente a la que, durante décadas, hizo de La Cábila un rincón tan temido como vergonzante para los gijoneses. Una mancha en el orgullo de la que, por entonces, ya era la ciudad más poblada de Asturias y también la más pujante en términos de riqueza. Tal vez, y de modo comprensible, en ese mismo pundonor esté la causa de que de La Cábila haya ido cayendo en el olvido de los gijoneses.