Sonriente, pulcro y custodiado por la mirada de la mano atenta de sus hijas Carmen y Julia, nadie diría que el pintor ha cumplido los 91 años. Pese a la silla de ruedas, su aspecto es el de alguien más joven. Quizás su nombre ha pasado de moda (ah, la moda, ese capricho de la inconstancia de las gentes), pero su obra forma parte de una cierta historia de la pintura asturiana y merece, desde luego, el recuerdo y la atención de los aficionados al arte y de quienes militan en favor de la cultura. Acertó ayer el Ateneo Jovellanos al dedicar la primera de las entregas de su ciclo "Nuestros pintores asturianos" a Julio Magdalena. Éste, que se vio obligado a dejar la pintura hace seis años a causa de un ictus que afectó a la mano de trabajo, disfrutó con la mirada risueña de los elogios y las efusiones de cariño: "Es un homenaje que me hace muy feliz.

Es cierto que la sala de exposiciones del BBVA en Oviedo dedicó, a principios de este año, una monográfica al Julio Magdalena que fue explorando ciertos códigos abstractos conforme cumplía más años. Pero lo es también que la escueta muestra del Ateneo Jovellanos, compuesta por catorce obras, permite al aficionado trazar un recorrido bastante aproximado de las etapas pictóricas que cubrió el artista: desde una figuración de evidentes débitos temáticos -y de notables aportaciones cromáticas personales- que incluye a Evaristo Valle, Nicanor Piñole o Marola.

Lleva razón el vicepresidente del Ateneo Jovellanos, Luis Rubio Bardón, que ayer hizo un cariñoso e informado perfil del homenajeado, al afirmar que Julio Magdalena es un "pintor gijonés". En su opinión, hay cuatro etapas claras en el artista: una inicial de paisajes; otra en la que sobresalen las "mascaradas"; una tercera, onírica, y, por último, las referidas indagaciones abstractas.

Nacido en Villamayor (Piloña) en 1926, Julio Magdalena fue un pintor autodidacta que, según contó ayer Rubio, iba para futbolista pero acabó en pintor por sus excepcionales destrezas para el dibujo. Hizo la mili en Salamanca como asistente de Manuel Gutiérrez Mellado, quien sería después uno de los militares que más contribuyó a la transición política española hacia la democracia. El artista se afincó en Gijón, donde trabajó para Electrogás o cofundó Unitec. Trabajos siempre relacionados con la reparación de electrodomésticos o las megafonías de El Molinón y del Hípico. Fue la histórica sala Altamira la que expuso por primera vez, en 1958, sus obras.

Julio Magdalena se las arregló para hacer una pintura de exquisita factura técnica que cosechó, al igual que otros pintores asturianos de su generación, casos del mierense Inocencio Urbina y del sierense Casimiro Baragaña, un considerable éxito. Sus cuadros ocupan un lugar principal en muchos salones del Principado. Hizo retrato por encargo, pero se cansó y prefirió seguir su propio camino. "Es un gran hombre y un gran pintor; modesto y generoso, tiene dos pasiones: la familia y la pintura", dijo Rubio. Julia Magdalena, hija del artista, agradeció un homenaje que valora toda una trayectoria.