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Araceli Ruiz Toribio | "Niña de la Guerra"

"Siempre viví en grupos activos, ahora vivo sola y para mí la soledad es difícil"

"A Cuba nos envió el Gobierno ruso como traductores cuando la "crisis de los misiles"; allí vimos a nuestros padres tras treinta años separados"

Araceli Ruiz, con fotos y recuerdos de Rusia y Asturias. Marcos León

Tiene la cabeza perfectamente lúcida, pese a su edad. Por su expresión se advierte de que es una mujer culta. Acababa de comprar un libro, "Vestidas para un baile en la nieve", de Monika Zgustova, donde se narra la historia de un gulag de mujeres en la Unión Soviética, algo que a Araceli Ruiz la lleva a concluir que Stalin era el hermano gemelo de Hitler.

- Dígame quién es usted.

-Nací en 1924, en Baños de Cerrato (Palencia), tengo 93 años. Vivo sola. Para mí la soledad es difícil ya que toda la vida he vivido con alguien y en grupos activos. Mi marido murió en Rusia en septiembre de 1975, dos meses antes de fallecer Franco. Yo logré regresar en 1978, pese a intentarlo muchas veces, pero siempre nos negaban el permiso, y me preguntaba ¿por qué?, ¿qué había hecho yo si tenía 13 años cuando me fui?

- ¿Tuvo hermanos?

-Éramos seis chicas, y nos fuimos cuatro. La mayor, Águeda, tenía 22 años, pero como iba a trabajar de educadora la dejaron, el tope eran 13 años. Luego iba yo con 13, Conchita de 11 y la pequeña de 5 años; era la menor edad que permitían.

- ¿Por qué se fueron?

-Mi padre era de izquierdas, trabajaba de guardagujas en la Renfe y había luchado por la II República. Vivíamos en El Natahoyo y su sueldo era lo único que entraba en casa para alimentar a ocho personas. Él quería que estudiáramos, pero al estallar la guerra la única posibilidad era ir a una escuela de monjas, pero tantos rezos y tanta religión... Mi padre decía: "¿Qué hacen estas niñas todo el día en la iglesia rezando?, así no se aprende nada". De este modo, cuando la Unión Soviética se prestó a recoger a los niños de la tragedia, mi padre no lo pensó.

- ¿Creyó que sería temporal?

-Claro, nos decía que aprovecháramos el tiempo, que cuando pasase todo volveríamos. Cuando vino el barco, reunieron a todos los niños en una quinta de Roces para esperar los autobuses que nos llevarían a El Musel. Era de noche, y avanzaban muy despacio, con las luces apagadas para que no nos viera el "Cervera", ya que éste tenía orden de no dejar salir a nadie de España. Así 1.100 niños abandonamos España el 23 de septiembre de 1937. El barco era un carguero francés. Nos metieron en la bodega. A mi lado iba un niño de 5 años que lloraba llamando a su madre. Salimos muy despacio y el "Cervera" no se enteró.

- ¿Cuánto duró la travesía?

-Día y medio. Atracamos en un puerto francés, y allí nos esperaba un transatlántico ruso. Pasamos a él y nos quedamos maravillados del lujo. No entendíamos nada, pero estábamos muy alegres. Nos llevaron a Londres y allí nos esperaba otro barco igual. Nos repartimos en 550 y 550, y los dos barcos zarparon hacia San Petersburgo. Cuando llegamos había mucha gente en el puerto dispuesta a adoptarnos, pero las autoridades dijeron que estos niños no se iban a separar, sino que vivirían juntos para que no perdieran su identidad ni su idioma.

- ¿Dónde los alojaron?

-En una casa de una avenida principal de San Petersburgo, antes era Leningrado. La construyó el zar Pedro I, de ahí su nombre. Permanecimos allí cuatro años. Íbamos creciendo y al alcanzar el séptimo grado, tenías que decidir si querías trabajar o seguir estudiando. Pero los 1.100 niños no se quedaron todos en San Petersburgo, sino que se repartieron en quince casas entre la parte europea de Rusia; en Ucrania había dos, en Odesa otras dos, en Harkov, en Kiev... Entonces las autoridades decidieron crear un centro en Moscú para los que quisieran seguir estudiando y otro en Leningrado para los que optaran por trabajar.

- ¿Era como una residencia de estudiantes?

-Sí. Yo quise seguir estudiando. En la Universidad de Moscú obtuve el título de ingeniera economista del ferrocarril, y trabajé en el Comité Estatal de Radio y Televisión de traductora. Recibíamos cartas de Cuba, México, España... Mi nombre radiofónico era Elena Ivanova.

- ¿Dónde conoció a su marido?

-En el Centro Español de Moscú. Este centro ayudó a muchos jóvenes a no tener un matrimonio mixto. Yo quería casarme con un español, y tuve la suerte de que además era asturiano, de El Entrego, y guapo e inteligente. Se llamaba Laureano Fernández y se había licenciado en Derecho, especializado en Criminología. Nos casamos en 1948 y tuvimos una niña que se murió a los 2 años de pulmonía. Luego nació otra, Elena, que tiene ahora 61 años y es abuela de un niño que se llama Pelayo. Viven en Madrid.

- ¿Ustedes estuvieron en Cuba?

-Sí, nos envió el Gobierno cuando la "crisis de los misiles". Los rusos decidieron retirarlos de Cuba, por temor a una guerra con los EE UU. A Fidel no le gustó nada; al día siguiente publicaba el "Granma": "Nikita, Nikita, lo que se da no se quita", en alusión a Nikita Kruschev. Nosotros fuimos de traductores de los oficiales soviéticos que estaban ayudando a los cubanos. Mi hija tenía 6 años. Nos mandaron a Pinar del Río, en un extremo de la isla, habían llegado los aviones y los tanques rusos y necesitaban traductores para que les enseñaran su manejo. Volvimos a Rusia después de cuatro años, pero en Cuba, en el 65, tuve otra niña, que ahora vive en Gijón.

- ¿Fueron felices en Cuba?

-Sí, porque vinieron nuestros padres a vernos; llevábamos treinta años separados, los ayudó el Che Guevara a conseguirlo. Nos escribíamos con ellos a través de Argentina, porque las cartas que llegaban de Rusia iban a la papelera. Sabíamos que mi padre estuvo en la cárcel en Burgos por ser de izquierdas.

- ¿Qué sintió al regresar a España?

-Mucha alegría, pero también pena porque a mi hija mayor no le permitieron salir de Rusia, sólo a la pequeña. Elena se había casado con un chico que había hecho la mili en Rusia, y eso era un impedimento. Hablé con el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, y al fin nos consiguió el permiso. Yo, una vez aquí, trabajé con el grupo Celuisma, y me ayudaron mucho. Cuando llegué fui al Inem con mis títulos y me dijeron que la economía soviética en España no servía.

- ¿Y aquí se acaba su historia?

-No, me volví a casar con otro asturiano, "niño de la guerra" como nosotros. Había sido el mejor amigo de mi marido y también estaba viudo. Se llamaba Saturnino, tres años viví con él, se murió de cáncer. Era poeta.

- ¿Y qué fue de sus hermanas?

-La mayor falleció y quedamos las tres últimas en Gijón, una vive en Roces y la otra en Montevil; todas teníamos carrera. He vuelto a Moscú y está trasformado, limpio y precioso. El otro día celebramos el 80.º aniversario de nuestra partida de El Musel.

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