-¿Se siente más identificado con la línea que Alejandro Díaz Castaño trata de imprimir al Festival de Cine de Gijón?
-Claro. Tanto en sus tiempos en Gijón, con Cienfuegos, como en Sevilla, ya como programador, siguió de cerca mi cine y lo apoyó. Y, además, comparto su criterio. Sé que la nueva programación del festival no va a fallar.
- Estrenará en la próxima edición del certamen dos títulos: "Escoréu, 24 d'avientu de 1937", que competirá en "Rellumes", y "Aún me quedan balas para dibujar", que estará en la sección oficial de cortometrajes...
-Hay películas que te cuesta una vida hacer y otras que vas encontrando. "Escoréu..." es una de estas últimas. Fue hace unos meses en Pravia, documentando para la Asociación de la Memoria Histórica una exhumación, la primera en Asturias en diez años. La película fue construyéndose allí. Intervino el azar, así que desarrolle una estructura, con un punto de vista único sobre los trabajos. Una vez montada, creo que funciona bien como película. Es un viaje desde un bosque hasta un cadáver y una reflexión sobre el significado político del paisaje. El corto es el resultado de algo más pensado. En la cárcel de Cangas del Narcea se conservan unas pinturas en estado precario de los presos republicanos. Me parecía muy cinematográfico revelar que nos dicen esas paredes ochenta años después. La película es la historia de una pared y mi relación con ella.
-Ha estado en el núcleo de un cierto cine asturiano. ¿Se ha consolidado ese cine?
-Ha habido intermitencias. Hemos querido responder a la pregunta de qué es Asturias. No se dio carta de naturaleza a aquel movimiento. Ahora hay una serie de nombres que vuelven a estar preocupados por esa construcción de lo común y que tienen cierta repercusión estatal e internacional. Hay un tímido cambio en la Administración que puede dar esa carta de naturaleza a ese cine.
